viernes, 14 de marzo de 2014

MÁS ESCUELA Y MENOS UNIVERSIDAD

Ya sé que el título puede levantar sarpullidos en algunos y sonrisas en otros, pero también razonamientos paralelos en bastantes.  Entre los primeros estará los severos defensores de la universidad para todos, como paradigma de una sociedad avanzada e imprescindible dentro de la engañifla general que hemos dado en llamar progreso, y entre los segundos aquéllos que, además, tildan de anticuados los valores que antaño constituían la base de la educación. Afortunadamente, entre los terceros habrá muchos de los que todavía caminan por el mundo con la urbanidad, el respeto, el saber estar a las buenas y a las malas, la generosidad solidaria, la honradez personal y la conciencia por banderas.

El adorable dinero

Mucho se habla de la pérdida de valores como la piedra angular perdida de nuestra estructura social, pero pocas veces caemos en que esos valores son en buena parte los descritos. El dinero se ha convertido en el norte de la brújula humana de nuestra sociedad. No hay nada más importante que correr tras él como meta, olvidando que en el mejor de los casos es sólo un medio para andar el camino con mejores posibilidades de alcanzar lo que de verdad merece la pena en la vida: ser un hombre en el sentido que Kipling le daba en su poema ‘If’; ¡qué gran lección de humanidad!

El sentido de la vida

Cuando se ha pisado la escuela, como todos; cuando se han pasado muchas horas amarrado al mullido banco universitario, como tantos; y, además, se ha trabajado, como la mayoría, teniendo la suerte como los menos de  hollar máster, miércoles, jueves, seminarios, cursos, jornadas y demás cuentos y cuentas sin fin en escuelas de todo tipo; algunas de negocios dirigidas y pontificadas demasiadas veces por quienes no han hecho un negocio privado en su vida, que ya tiene tela; se tiene un panorama, o escenario, que queda más in, para poder opinar. Y siendo todo ello valioso para quien realice estos estudios con verdaderos sentido: aprender cosas nuevas y, sobre todo, analizar dónde se encuentra cada cual dentro de lo que le rodea y a lo que aspira; se echa en falta también demasiadas veces el fallo por su base. Me refiero a que difícilmente se estudia con las materias necesarias las básicas. Ésas que deberían hablarnos del compromiso social como personas que se forman, se desarrollan y trabajan en un entorno de otras personas a quienes deben ser útiles. Como diría Víctor Frank, y trascendiéndolo socialmente, el hombre en busca de sentido.

Pero ese sentido hace años que se ha convertido en el de ganar dinero a costa de lo que sea. A eso se enseña en un porcentaje altísimo en todo lo citado. Así, vemos a infinitos y estúpidos licenciados en cualquier materia viendo dónde meter mano para obtener éxito rápido, que suele ser equivalente a ganar dinero igual de urgente y rápido para saciar el ansia de ser alguien en la sociedad. Porque, lamentablemente, todo ello es un reflejo de esa misma sociedad que así lo demanda en casi todo su conjunto. Y en el casi hay que contar con quienes todavía, pocos, entienden su vida de otra manera. Dinero sí, claro, porque si no se tiene es difícil poder hacer nada; pero no a costa de lo que sea ni para lo que sea. Dinero, sí, por supuesto, pero para andar el camino haciendo un mundo más habitable para todos. Dinero para un empresario como modo de hacer más empresa y crear más puestos de trabajo sirviendo eficaz y eficientemente a la sociedad. O igual para un profesional. Dinero para un trabajador como modo de sacar a su familia adelante dignamente. Dinero para cualquier persona con el fin de que pueda cubrir a satisfacción sus necesidades básicas. Dinero para las Instituciones públicas como materia prima de su equitativa contribución al bienestar general, etc. etc.

El bolsillo lo carga el diablo

Pero no dinero para ser cada vez más guapos, más rubios, más altos, más brillantes, más importantes y pertenecer a la media humanidad que deslumbra a la otra media. Ni para aprovecharse de ello pisando cuellos, vivir en golfo, apretar sogas de ahorcado, enchufar y ‘paniaguar’ a amiguetes y todos los etcéteras que se quieran poner. No sé si se me entiende.

El respeto de los Maestros de verdad

Y acabo por el principio. El otro día un amigo presentaba a otro  en un acto diciendo que era un maestro a la antigua usanza. De los que aún enseñan en su escuela desde la urbanidad o cómo alimentarse bien, a las materias escolares que tenía asignadas. Y uno se queda pensando en la utilidad de saber muchas matemáticas cuando se llega a la universidad, idiomas o lengua, por ejemplo; si se carece de lo básico: de saber el verdadero sentido de la vida. Ése que nos enseñaban antes de ser un hombre de provecho. Ya sé que a muchos les sonará a antiguo, y tal vez los sea, pero nadie podrá decir en serio que por ello sea malo,  inútil o trasnochado. Seguramente es mucho más importante de inicio que todo lo anterior.


Y es así porque lo académico se puede aprender en cualquier edad, ahora bien, lo básico, o se aprende de niño y jovenzuelo o ya no se alcanza nunca. Y luego tenemos lo que nos merecemos. Empecemos por el respeto. Miren a su alrededor.

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