lunes, 16 de noviembre de 2020

CASTRADORES EN LA DICTADURA DE LA NORMALIDAD

 

Me gustan las novilladas y los partidos de juveniles porque el genio aflora. Sin embargo, cuando aprenden a torear o a jugar con profesionales, la mayoría se malvan.

Cuando se curtían en capeas y calles, en vez de pisar escuelas de toda ralea, escanciaban después las esencias atesoradas. Y los buenos, todavía ahora, visten de luces o portan camisetas importantes encaramados a su genio si tienen la suerte de maestros inteligentes y respetuosos con su personalidad. De lo contrario, si les enseñan los intríngulis del oficio profesionales del días y ollas y del prohibido inventar o molestar, se tornan en burócratas de lo mediocre en lugar de crecer. Y hay demasiados castradores del arte en la dictadura de la normalidad.

He coincidido con aficionados veteranos siguiendo a novilleros y toreros, y uno de ellos, en uno de esas sentencias de sabiduría popular, me dijo: “en cuando le han enseñado a torear ha dejado de gustarme”.

Recuerdo los primeros partidos de Vinicius y de Ansu Fati como estallidos ilusionantes. Eléctricos en sus regates, veloces, sin complejos ni miedo a perder balones, perseverantes en los encares y perfilados siempre hacia adelante. Desgraciadamente, conforme juegan partidos cogen poses y vicios conservadores, aunque todavía amagan genio; seguramente más veces de las que quisieran sus técnicos e incluso algunos de sus compañeros.  Guardo en mi retina muchos casos parecidos en sesenta años de fútbol.

Por eso, cuando disfruto de Messi o de Cristiano casi tanto como el primer día, doy gracias a Dios de que nadie les haya “enseñado” nada. A ellos, afortunadamente, ningún funcionario del balón ha conseguido castrarles. El argentino dribla con la misma perseverancia que cuando tenía diecisiete años y le importa poco perder uno o diez balones. Y el portugués ve portería por todos sitios, aunque a veces se desespere por no hacer gol pese a infinitos intentos. Si acaso, algún entrenador inteligente les ha cambiado de posición para explotar mejor sus condiciones o los ha ido centrando conforme pasan años. 

Hay técnicos que se trastornan con la pérdida de balones en ataque, pero les importa poco trastornar a sus genios o aburrir a los aficionados que deben soportar un estilo mal copiado de aquel gran Barça de Guardiola y de nuestra Selección desde Luis, queriendo controlar siempre el juego tocando y tocando, saliendo desde atrás, sin tener en cuenta si tienen o no futbolistas adecuados: Xavi, Iniesta, Senna, el mejor Busquets

Y también hay futbolistas veteranos o con más nombre que fuerzas que les trastornan los jóvenes recién llegados queriendo explotar sus condiciones de descaro y velocidad. Las palabras de Benzema a Mendy respecto a Vinicius son un claro ejemplo. El francés, buen jugador sin lugar a dudas, prefiere el pase corto y la pared futbitera al juego largo o la velocidad. En su especialidad es un genio también, pero nunca le han dado las piernas para llegar al remate tras una carrera de cuarenta o cincuenta metros. Por eso, aunque destila arte en su estilo, jamás ha sido un goleador regular de veinticinco o treinta goles por año. Y ya lleva alguna decena jugando con los mejores del mundo. Si a cualquier otro delantero centro de los que han pasado por el Madrid en esos años le hubieran dado las infinitas oportunidades de las que ha disfrutado por ser quien es, seguramente hubiera hecho más goles que el ojito derecho de Pérez. Solo en sus últimos dos años se ha convertido en esencial, con justicia, pero en sus primeros seis o siete tuvo a la afición blanca dividida por indolencia persistente.

Y llegamos a la sinuosa selección de Luis Enrique: ni está ni se le espera entre las mejores de Europa. No se trata del facilón recuerdo de los ausentes, pero tal vez con Thiago y su generación: Canales, Aspas, Koke, Parejo, Alcácer…, mezclados con jóvenes, podría mejorar. En todo caso, el fútbol español está en transición, pero no ayuda dejar a Traoré —imprescindible— en el banquillo o sacarlo por la izquierda cuando el carro zozobra, como ocurre con varios de sus compañeros que lo buscan solo a la desesperada.

Tampoco es camino empecinarse en sempiternos jugadores de club; siempre los hubo. Buenos en sus equipos, pero romos y faltos de genio para conquistar mundos. Y el sábado ante Suiza sacó demasiados: Olmo, Oyarzabal, Merino

Además, como sentenció un técnico de culo pelao, Paco Jémez, “¿si tengo un buen delantero, por qué voy a inventarme otro falso?” 

 

 

martes, 10 de noviembre de 2020

DOBLES PAREJAS PARA LA HISTORIA

 


Ojalá reiniciáramos la vida cada semana; renovaríamos ilusiones a menudo. O que nuestra memoria fuera corta; los buenos recuerdos nos moldearían de sonrisas. O que renaciéramos con cualquier chispazo de genio, acierto o suerte. Y que cualquier adversidad se midiera en horas; disfrutaríamos oportunidades continuas. O que una simple clasificación nos calibrara instantáneamente. Pero no es así. Esa es la cara de la vida aparente y del fútbol simplón. Nada importante se cuece en la vida ni en nuestro apasionante juego sin constancia y sacrificio. Son el combustible de su fuego. Y su cerilla, la suerte.

El Barça sigue de duelo, pero esta semana ha vestido a los blaugranas de fiesta. Han bastado una victoria pírrica en Europa y una goleada en la Liga para levantar expectativas. A Messi le han servido cuarenta y cinco minutos excelsos contra el Betis para volver a encabezar el podio del mundo. Y no importan el carnet de identidad, que arrastre al paso su tristeza circunstancial por el césped, que haya demorado un gol en jugada o que se le note en la mirada, como a los grandes toreros en su primera huida, que ande despidiéndose de los culés en cada partido.

Y claro que sigue siendo el número uno. Pero no porque el sábado sonriera o luciera destellos geniales, como el pase de gol a Griezmann sin tocar el balón. Messi es el mejor porque nunca ha dejado de serlo. Como tampoco se le ha olvidado al francés jugar al fútbol, aunque no tenga la fortuna de golear. Un ejemplo, si se fijan, en cada partido ejecuta ocho o diez desmarques en profundidad que no son capaces de ver sus compañeros o no arriesgan un pase. Lástima que ya no estén Xavi ni Iniesta; pregunten al propio Messi cuánto les debe. Es la otra figura de esta pareja condal y el único que podría hacerlo ahora, pero normalmente juegan de espaldas. Y, además, comparten vocación de juego y de protagonismo. Precisamente, cuando Messi no esté lucirá el Griezmann de la Real y del Atleti. Si lo aguantan y no viene ningún listo para echarlo, deberán buscarlo sus compañeros porque nadie tiene más gol en el Barça y pocos en el mundo.

Y la otra pareja del fútbol patrio anida en Madrid. Simeone barruntaba crespones negros hace semanas, pero como el carro parece que dejó las piedras y rueda sobre el majestuoso juego de Joao Félix, a quien como anticipamos hace tiempo solo le faltaba continuidad y confianza, vuelve a encender las luces rojiblancas y a sus ojos amanece una aspiración a todo. Pero la realidad no tiene raíces tan recientes. El cambio del Atlético, como cualquier obra importante, empezó a cimentarse hace años. Los que median desde que dejó de ser un club vendedor de figuras a conservador de calidad y comprador de talento, empezando por el propio Simeone —uno de los entrenadores mejor pagados del mundo— y terminando por la joven estrella portuguesa. Si a ello le unimos que ha convencido a Gil Marín, porque sus resultados lo avalan, de que con el antiguo fútbol de guerrillas y de vuelta a empezar proyectos distintos cada temporada no iban a terminar con el recurrente “pupas”, hallaremos las claves que explican su realidad: juego sedoso en ataque sin descuidar la irrenunciable reciedumbre atrás. Así lo han convertido en vistoso y le dotan de la vitola de campeón en ciernes. La reconversión del Llorente peleón en el medio campo a media punta virtuoso es, tal vez, lo que mejor define el nuevo paradigma colchonero.

La otra figura de esta pareja madrileña es Zidane, que sigue en su montaña rusa. Tener que crear diez ocasiones de gol para marcar uno es sinónimo de mediocridad. Que sus defensores deban levantar partidos lo demuestra. A veces, resulta que el gabacho es un resucitador o un resucitado; suertudo para muchos o inepto para algunos, pero es más sencillo. Aunque yerre, es el mejor entrenador del mundo para un Madrid en transición por ayuno de gol desde la marcha de Cristiano. A ningún otro le aguantarían lo que su figura protege, empezando por el propio emperador del todavía Bernabéu: el inmarcesible Florentino Pérez. También lo tiene ganado a pulso.

Lo aparente cambia pronto, como en la vida, pero lo auténtico es menos liviano. El Griezmann añorado no puede ser con Messi y los actuales Atlético y Real no serían sin Simeone ni Zidane.

Cruz y cara de dobles parejas para la historia.

martes, 3 de noviembre de 2020

MESSI COGERÁ UN OLIVO AZUL

 


Acaba la historia del argentino en el Barça. Como señala la canción de Rafa Serna, se le nota en la mirada. Y en el cansancio anímico, que arrastra al físico. En la rabia por impotencia. En el desconsuelo hasta cuando gana. Al felicitar a compañeros; las últimas lunas son tristes. Y hasta en el gesto taciturno cuando le sale algo bien; un cuentagotas.

El Barça es un equipo más en descomposición que en recomposición. Las crisis deportivas circunstanciales se arreglan con un par de resultados positivos, pero cuando los problemas derivan del final de una etapa devienen en estructurales. Máxime cuando se les une una crisis institucional, y la blaugrana es brutal de arriba abajo y a izquierda y derecha. El club culé es en conjunto un problema esférico; por donde lo mires chirría.

Si acaso, solo luce la esperanza en algunos futbolistas jóvenes como Ansu y Pedri que podrían ser figuras en torno a las que hacer un proyecto ilusionante. Pero eso necesita años, paciencia y el brazo ejecutor adecuado. Un técnico inteligente, con carisma y el respaldo importante e incondicional de un presidente para la historia. A Koeman no le faltan condiciones, pero ha llegado en el peor momento. Lo trajo quien pasará seguramente por el peor presidente histórico porque, además de los desmanes deportivos de los últimos años, ha dejado al club al borde de un concurso de acreedores que podría derivar en la quiebra del modelo basado en la propiedad de sus socios. Ni resultados ni dinero y ni siquiera prestigio, perdido en poco tiempo por el desagüe de las indignidades de Bartomeu.

Y todo eso lo sabe, lo vive y lo sufre Messi. Aparte, a su edad, es natural que mire por lo suyo porque el tiempo se acaba. Y eso no quiere decir que no sienta el club como algo propio, que lo ha demostrado suficientemente hasta donde cabe en un profesional. Si le unimos que su ambición deportiva no ha bajado su auto exigencia, tendremos la tormenta perfecta que le empuja a salir del equipo de su vida. La necesidad de ganar es el ansia que mueve su ánimo y, por lo tanto, su mente, su corazón, su talento y sus piernas. Y ese combustible vital ya no lo halla en el Barça. Ni lo espera, llegue quien llegue.

El entorno de Messi hace maletas. Le aguardan un contrato espectacular—retiro dorado incluido— con muchos millones por ausencia de traspaso, y el reto de demostrar y demostrarse que tiene cuerda para ser el mejor algunos años más. O, en todo caso, para defender su estatus ante quienes llegan desde abajo con pretensiones, aunque todavía no se vislumbre sucesor. Con él se eclipsa una generación de futbolistas para la que aún no hay relevo. Hablamos de goleadores que después de una docena de años todavía hoy siguen mandando; Cristiano, Lewandowski o Ibrahimovic, como ejemplos. Pero de su figura trasciende, además, un jugador sin igual de medio campo hacia adelante. Y no solo en su generación, sino en la historia del fútbol mundial. Los ha habido quizás mejores, o más completos, pero no con tantos años en primera fila acaparando los máximos galardones individuales: doce años seguidos entre los mejores del mundo, la mitad de ellos el primero.

Pero todo tiene su fin. Y el de Messi y el Barça llegará en junio de 2021. No obstante, los culés seguirán siendo un gran equipo y afrontarán su verdadera y necesaria revolución. Solo falta que señale claramente su destino. El lugar donde calme las ansias de gloria dirigido por quien puede volver a frotar sus talentos. El mismo que sacó lo mejor de él, reinventándolo al sacarlo de la banda, hasta hacerlo el mejor del mundo. Y hay mensajes subrepticios delatores. Son tantas las ganas de unos y otros y la ilusión generalizada que les traiciona el subconsciente. Por no hablar del dinero que generará y los triunfos que se auguran. 

Lo acordaron hace meses Mansour bin Zayed, el dueño del club, Ferrán Soriano, el director ejecutivo, Beguiristain, Manel Estiarte, tal vez el muñidor en la sombra, y Guardiola con el propio futbolista y su padre.  El olivo que cogerá el argentino es brumoso, pero apasionante. Lluvioso y frío, pero cálido de afectos blaugranas añorados. Finalmente, es un equipo huérfano de reconocimiento mundial y Messi puede ser su Mesías. Estén atentos a tales personajes.

El olivo que cogerá Messi está en Manchester y atiende por City.          

 

 

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