jueves, 23 de febrero de 2017

SONETO FUTBOLERO CON ESTRAMBOTE


En cuanto se remueve el gallinero salen las zorras de sus madrigueras a merodear. Ha bastado que al Barça le dieran un repaso en París, de los que hacen época, para que amigos, enemigos y carroñeros se lancen a la caza de la carne fresca.
Desde el despechado Laporta a los periodistas de cabecera culés y las  hojas parroquiales del Mundo Deportivo y el Sport, pasando por los medios merengones y demás familia bufandera. Los más ocurrentes siempre son los aficionados, que agudizan su humor para atizarle al contrario. Esos desahogos explican parte de sus extraordinarias pasiones.
 Aún falta el partido de vuelta, ojo, pero a los culés los desplumaron porque salieron desnortados y no llegaban al balón antes que los contrarios, que fueron, además, muy superiores; al margen del baño que le dio Emery a Luis Enrique, quien debía repensar sus condiciones, filias, fobias y su mala follá. Poner cara de asco a la prensa no arreglará su descrédito. Es un entrenador de equipos pequeños y el único que ignora su bautismal irrelevancia en el Barça. Messi dirige tanto dentro como fuera del terreno de juego y él, reiteramos, es un mero administrador de la mitad de la plantilla. Guardiola se fue para no beber ese cáliz amargo, al crecer el monstruo que él mismo propició hasta hacerse el más grande.
Pero hay algo más que también es recurrente. Cuando al Barça o al Madrid les va mal, nunca faltan quienes achacan a factores extradeportivos las desgracias propias y la gloria ajena. Ahora son los culés quienes ven fantasmas, y lo que les queda, pero, curiosamente, aún hay madridistas que siguen viéndolos por el espejo retrovisor.  
Hace décadas, para algunos barcelonistas miopes eran los gobiernos de Madrid quienes propiciaban sus éxitos, incluso el régimen de Franco cuando la gloriosa etapa de las seis copas de Europa, como si el general gobernase también el continente; y enseguida culparán también a la política centralista. Y a contraestilo, hay un mantra que repiten tristones hace años muchos forofos madridistas. Sería el cansino presidente Villar quien ha propiciado la deslumbrante trayectoria blaugrana en las últimas quince temporadas, por su inquina con Pérez, desde que don Florentino, en su desmedido afán de mangonearlo todo, apostara por un rival suyo en pasadas elecciones federativas.
Esa supuesta manía es tan disparatada como la señalada del Madrid antiguo, y como los números son cabezones, a continuación me permito un desahogo lírico dedicado con cariño a mi amigo Pepe Castillo, que la defiende, tan buena gente y futbolero como merengón y poeta.
Buceando en las estadísticas, en tarjetas y expulsiones andan parejos a lo largo de la historia liguera, con cierto trato ventajoso hacia los blancos; esta temporada llevan cuarenta tarjetas amarillas por cuarenta y seis los culés; y solo en la Champions, donde manda poco Villar, es el Barça a quien más rivales le han expulsado, sin que ese dato haya sido tampoco determinante. La cuenta de los goles anulados indebidamente no existe, pero en penaltis a favor ganan de largo los blancos.
Como decía, permítanme un soneto con estrambote para cantarle a quienes ven más allá que están tan equivocados como los números enseñan:
 Pepe, “por ser tu afición, lo diré en soneto./ Este curso en penaltis uno más el Barsa/ y para ver con el Madrid de comparsa/ un mirar comparado más completo,/ doce más tiramos los merengues/ en los últimos diez; cuarenta y cinco/ en los veinte, y en los  veinticinco/ son treinta y nueve a favor los perendengues./ Con los cincuenta y nueve en la treintena,/ hacen ciento trece en la Liga hispana,/ con ochenta en la última cuarentena./ Estas son razones no foroferas./ Si ahora señalamos al azulgrana,/ más habrá que acusar a los blanqueras;/ te lo dice un blanquete pimentón;/ pues habría que motear de rastreras/ en el fútbol español y en las Europas,/ a cuantas ligas, trofeos y copas/ que en toda su historia fueron y son.”
Y es que, sobre los errores de la docena larga  de árbitros que suelen arbitrarles, en la Liga  cuenta la regularidad, la plantilla, la calidad, el coraje, la mentalidad, la dirección, y también la suerte. Lo demás son cuentos de mal perdedor.

A Messi, Xavi, Pujol, Busquets, Piqué, Iniesta o Guardiola no los inventó Villar. Ni Franco a  Di Stéfano, Puskas, Gento, Amancio, Pirri o Miguel Muñoz. Ni ningún árbitro ni mandamás. Como tampoco a Butragueño, Raúl, Cristiano, Ramos, Zidane, Cruyff, Suárez o Neymar.

martes, 14 de febrero de 2017

LAS QUERENCIAS FUTBOLERAS


Como en los toros, en el fútbol también hay querencias. Las pasiones futboleras se maman de niño en los pechos de nuestros mayores, o simplemente porque nos ha tocado en esa época la gloria de cualquier equipo, cuando se graban “en los pursos del querer”, que dice la copla de la mejor Jurado.
El equipo del barrio, del pueblo, de la ciudad o de la provincia, comparten querencias con el Madrid, el Barça, el Atlético o el viejo Bilbao de nuestros ancestros, que tenía muchos seguidores en los pasados cincuenta; incluso más recientemente, el Valencia de Cúper y Benítez o el Sevilla de Monchi han levantado pasiones en otras regiones. Y  millones de futboleros cantan sus hazañas a lo largo y ancho de este país, que pese a tantos malasangres sigue siendo España.
Y es que los españoles somos así; va en nuestro carácter. Como cantara el insigne Machado, necesitamos tener nuestro santo, nuestro torero, nuestro mañana y nuestro día. Por eso, en nuestra región también somos duales: moros o cristianos, cartagineses o romanos y blancos o azules, y hasta morados.
Ahora mismo, los futboleros andamos entre Messi o Cristiano como antaño fue entre Kubala y Di Stéfano. Y la mayoría sabe para sus adentros las diferencias entre unos y otros, pero es difícil que lo reconozcan hacia fuera.  La parte graciosa es el humor con el que a veces defendemos nuestras querencias, y la desaboría el cerrilismo con que muchas otras negamos lo evidente.
Con los arbitrajes sucede igual. Este fin de semana he visto varios partidos donde ha habido graves errores arbitrales. En el del goleador Barça no hubo debate, pero en el del Madrid lo pudo haber de no darse un desahogado final para los blancos. El colegiado de turno —el nombre es lo de menos porque reparten sus errores humanos, quiero pensar  —se tragó dos penaltis claros que le hicieron al Madrid; uno a Cristiano y otro a Lucas Vázquez, como excepción que confirma la regla de que casi siempre favorecen a los grandes. Asimismo, al Valencia le escamotearon un clarísimo penalti que hizo un defensa del Betis con el brazo extendido a tiro del exbarcelonista Montoya, que iba hacia la portería, con el árbitro a cinco metros; ¡increíble! En Segunda, al Cádiz le anularon un gol del yeclano Ortuño por un fuera de juego que no era —como sufrió Jona del UCAM en Córdoba—, favoreciendo al Getafe cuando iban empatados, que ganó, además, con un penalti en el último segundo que pudo no serlo; el balón lo había perdido el delantero getafense e iba hacia fuera. Pero a este respecto, es bueno recordar el clamoroso y jaleado gol que no le dieron al Barça en el Villamarín hace dos semanas. Como dijo acertadamente un técnico lúcido, si hubiese sido contra un modesto se hubiera cacareado menos.
Sin embargo, lo peor no es que los jugadores, técnicos o aficionados de a pie defiendan sus querencias, sino que la RFEF, los directivos y algunos profesionales de la comunicación sean contumaces en ellas.
Los federativos de Villar no pueden evitar su querencia al caciqueo con la designación del estadio de la final de la Copa cada año, con lo limpio que sería designarlo al principio de temporada. Así se evitarían espectáculos absurdos como el que protagonizan el Barça y el Madrid si los culés llegan a la final, cuyos dirigentes también tienden a la amenaza sobrada cuando el agua no va por su vereda; la suspensión del partido de Vigo dio paso al irrisorio enfado de los merengues.
Y un mal ejemplo de cantamañanas televisivos son el trío blablablá del Plus: Maldini, Robinson y el “nnnnnn” Martínez, dieron otro curso de ramplonería en el Sadar. A Casemiro solo le ven fallos desde que Zidane le confirmó la alternativa que le diera Benítez. Le niegan sus virtudes, que no son las de malabarista ni falta que le hacen, y disculpan los fallos de sus querenciados: Benzema marró un gol clamoroso y aseguraron que fue por hacer un amago de mucha clase. Lo pontifican sin inmutarse, desde su estúpido magisterio, sin asomar una sonrisa irónica ni caérseles la cara de vergüenza.

Y es que, en el fútbol querenciero también hay mansos. Se aculan en tablas y no tienen un pase.  ¡Cuántas anteojeras, Dios mío!  Y lo malo es que a los peores les suele dar por la tele. ¿Por qué no se callarán?, como le dijo un rey a otro insufrible elemento.   

jueves, 9 de febrero de 2017

JUEGO, PASIÓN Y DINERO


El fútbol, más que un deporte es una enciclopedia de algunos de los valores sociales y hasta humanos más comunes. Aúna juego con preparación, reglamento, sentimientos, pasión y dinero. Y de cada uno de estos rasgos se podría hacer un tratado extenso.
En España tenemos cuarenta y dos equipos en el fútbol profesional, donde están las estrellas y los privilegiados, y varios centenares en el mal llamado amateur entre segunda B y tercera división. Todos los que juegan, dirigen técnicamente y ayudan, cobran más o menos de los clubes que aglutinan la mayor masa de aficionados deportivos en nuestro país. Y eso sin contar los innumerables profesionales que  viven a su alrededor, desde periodistas y comunicadores a intermediarios, sanitarios, gerentes, administrativos, etc.  Un compendio de miles de personajes de difícil simplificación deportiva.
Pero su hubiera que resumir todo eso en tres apartados, hablaríamos sin lugar a dudas de juego, pasión y dinero. Sin olvidar a las personas.
Desde que se instituyeron las sociedades anónimas deportivas como las adecuadas para dirigir a los clubes profesionales, poco ha cambiado, sin embargo, en esos cuatro emblemas. Y tampoco en cuanto a su espectacularidad y resultados. El Real Madrid y el Barcelona siguen siendo los grandísimos en España y forman parte de la crema mundial y europea; con el Atlético, el Atletic, el Sevilla o el Valencia, como clásicos aspirantes.
A ellos se pueden sumar excepciones ejemplares como el Villarreal, la Real o el reciente Coruña, y equipos como el Éibar actual,  que animan y ayudan a entender que el fútbol es algo más que masa social, grandes urbes o dinero. El factor humano juega aquí un papel esencial.
En nuestra Región, por ejemplo, tenemos al  histórico Real Murcia con ocho mil socios en Segunda B, que ha estado dieciocho temporadas en primera y es el rey de la Segunda A, con medio centenar largo de participaciones en la categoría de plata y el que más veces ha sido campeón en ella. Y pelea en la misma división “amateur”con equipos como el Cartagena, con más de seis mil socios, o los milagrosos La Hoya de Lorca y el Jumilla con pocos abonados —¡qué mérito tienen!—. Es la grandeza y la miseria de este deporte. La gestión de sus dirigentes ha marcado una u otra.
Sirva como punto y aparte el UCAM. Un equipo recientísimo de fútbol con pocos seguidores todavía, creado por la Universidad Católica San Antonio al hilo de su decidida apuesta por el deporte universal. Es el único representante murciano en nuestro fútbol profesional, compitiendo bien con históricos como el Zaragoza, Mallorca, Cádiz, Almería, Oviedo, Elche o Córdoba, que suman muchos miles de socios. En el Arcángel, escasísimos murcianos fuimos la afición universitaria, como siempre, y disfrutamos su empate ante catorce de los dieciséis mil socios verdiblancos.   
Cuando el fútbol se mueve en la noria económica de las grandes corporaciones deportivas o de los innominados fondos de inversión, pensar en mecenas es una utopía o un disparate. Como hermosa excepción, los clubes españoles más saneados siguen siendo los que pertenecen a sus socios, que es el sistema antiguo; Madrid, Barça y Bilbao. Aunque ha sido así siempre, ya veremos hasta cuándo.
No nos engañemos. Cuando alguien se acerca actualmente al fútbol es para sacar tajada dineraria. Siempre ha sido así también, pero antes se conjugaba con factores como la relevancia social, la vanidad o la pasión—señalemos a Don Santiago Bernabéu como exponente, entre otros más humildes—, y ahora solo cuenta el dinero, con escasísimas excepciones. Una de ellas reside en Murcia.
Si miramos nuestro fútbol,  comprobamos que por mucho entusiasmo que  pongan los actuales dirigentes del Murcia o el Cartagena, que es encomiable, no dejan de perseguir una meta económica; lícita,  esperanzada y aplaudida por sus aficionados, sin duda, pero no podríamos hablar de pasión, que es uno de los ejes que han hecho grande este deporte. Un fin, el económico, que rula hasta la chamba. Y no suele ser fiable, leal ni duradero.
Por eso, algunos, aunque tengamos colores apasionados en el corazón —en mi caso aclaro que murcianista eterno —, y deseemos el éxito de todos los clubes regionales, queremos que equipos como el UCAM triunfen y rompan la dictadura monetaria del fútbol.
 A fin de cuentas, sus personas juegan, se apasionan y persiguen fines con valores que superan al vil metal. Si hay que elegir dueños, reitero, los prefiero así, de la tierra y de bolsillo transparente.



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