miércoles, 21 de marzo de 2018

DE LA CHAMPIONS A LOPETEGUI Y MARCELINO



Otra vez la burra en el trigo, dirán en Europa. La Liga sigue a la cabeza de su fútbol, lo que supone reinar también en el mundial. Y no decaerá mientras Messi y Cristiano la protagonicen.
Nunca antes coincidieron en España el  mejor jugador y el mejor goleador del mundo. Y, además, en los dos clubes más laureados, que ahora no son causa sino consecuencia de tenerlos, aunque sean coetáneos de la mejor generación futbolística española.
Otra vez copamos los cuartos de Champions, con el consolidado Sevilla como invitado excepcional, que ya lo vivió en el lejano 1958 cuando el Real cuajaba su legendaria trayectoria. Y no han sido cuatro porque lamentablemente al Atlético lo ninguneó la suerte antes, en Roma.
A cinco partidos de la final puede pasar cualquier cosa, pero aventuro que Barça y Madrid estarán en semifinales. Y el Sevilla, si da su cara buena, suma posibilidades reales porque los Banega, Lenglet, Nzonzi, Sarabia, Ben Yeder y compañía disfrutan de una forma excelente. Y además tienen a Montella, un técnico de los que hacen crecer el fútbol reinventando jugadores; apostar por Navas de defensa lo demuestra.  El viejo zorro Heynkes deberá hilar fino para eliminarles. La exhibición sevillista en Manchester frente a los del incomprensible Mourinho habrá avisado a más de uno y andarán con las orejas tiesas. Los yanquis que gobiernan al United echarán cuentas y no le auguro porvenir al medroso  portugués, que vive del cuento cuesta abajo y sin frenos desde su afortunadísima Champions con el Inter.
El Barça tendrá pocos problemas con la Roma de Monchi. Están fuertes, con Messi disparado, y Valverde puede obrar el renacimiento, como en la Liga. Aparte, les sonríe la suerte y veremos si es la del campeón y tocan pelo tras seis años en barbecho. Y a la Juventus de Allegri le ha vuelto a tocar la negra. El Madrid de Zidane, por irregular que sea, tiene bastante más nivel y si juega al que ofreció contra los del becario Emery puede resolver la eliminatoria en Turín. Máxime con Pjanic, organizador, y Benatia, muro central, sancionados. Buffón, Chiellini y Barzagli no están para muchos trotes y solo Dybala e Higuaín amenazan, pero no demasiado.
Al City de Guardiola le ha tocado un rival inquietante, el Liverpool del súper goleador Salah,  cuña de su misma madera que ya le dio para el pelo en la Premier. Claro que tampoco le hubiese ido mejor con el Madrid, Barça o Bayern, porque con su defensa aún por consolidar en partidos de máxima exigencia tener enfrente a sus delanteros es mal asunto. Los de Manchester juegan mejor que los otros seis cuartofinalistas, exceptuando al Barça, pero habrá que ver su desenvolvimiento a estas alturas. Les hubiese favorecido jugar contra los italianos porque no tienen las agallas delanteras de los españoles y alemanes.
En clave de selección, Lopetegui sigue mostrando síntomas alentadores. Llamar a los viejos canteranos madridistas Parejo y Marcos Alonso y al sorprendente gigantón Rodri, canterano del Atlético, que lo repescará del Villarreal, indica que baraja con cabeza y honradez.  Por el buen gobierno de su equipo, el valencianista hace tiempo que debía estar. Con Busquets en el eje, o el propio Rodri  en su defecto, y Saúl o Koke, nos darían autoridad frente a cualquiera. Imaginémoslos con Iniesta y Silva por delante. O con Asensio, Lucas, Thiago o Isco si no se empeñan en conducir o jugar en redondo.  Y con el lateral del Chelsea, hijo y nieto de internacionales, tiene el relevo ideal de Alba. Marcos es un jugadorazo, aporta altura y es un peligro permanente en jugada y a balón parado cuando sube.
Y arriba no hay mucho más donde escoger. Costa es un valor seguro, Aspas el delantero español de más clase y Rodrigo está cuajando en el goleador que apuntaba. Morata sufre su tercer calvario y solo el relevo cantado de Conte podría avivarlo.
Por lo demás, destacan las ausencias de los polivalentes Sergi Roberto y Javi Martínez y del sevillista Sergio Rico. El navarro es titular indiscutible en el Bayern, el culé se justifica siempre y el meta es un autobús bajo los palos. En todo caso, Lopetegui y sus seleccionados merecen crédito.
Y hay que destacar el trabajo de Marcelino. Ha recuperado el brillo del Valencia, promoviendo y revitalizando futbolistas, y le dio la alternativa a un jovencísimo Rodri en el Villarreal. Otro extraordinario entrenador que imagina futuros internacionales. Para descubrirse.
    

jueves, 15 de marzo de 2018

EN LA FRONTERA DEL TIEMPO



Me emocionan los reconocimientos personales al cercano, pero mucho más los que se hacen al contrario.  Y también los que se dan entre antiguos enemistados o distantes por cualquier causa. Aparte de la bondad y elegancia que supone, ensalzar al rival es más inteligente que denostarlo. En el deporte es asiduo, por ejemplo, y en la política una benéfica rareza, de ahí la diferente opinión que generan unos y otros; los deportistas  ilusionan y demasiados políticos aburren hasta aborrecerlos.  
Hace tiempo que asisto a unas comidas de añejos futboleros en torno al Maestro Ibarra  y me  satisface compartir buenos ratos con antiguos conocidos de ese mundo tan diverso y pasional, pero lo que más me agrada es comprobar cómo algunos personajes relevantes que desfilan por nuestra mesa semanalmente dejaron sus viejas rencillas y ahora son capaces de hacerse confidencias de buen grado y mejor humor. Y lo más grande es que se trata de asuntos que alguna vez les enfrentaron o por lo que fueron criticados ácidamente ¡Ay!, si entonces, como ocurre en tantos otros aspectos de la vida, hubiésemos tenido la visión relativa de todo que aporta alcanzar la frontera del tiempo; la sabia perspectiva.  
Cuando se pasa esa frontera tan invisible como palpable en los rostros y el físico de cada cual, cualquier tema que sobrepase la salud propia o la de los nuestros es irrelevante. ¡Qué gran lección de vida!, ¡y qué interesante sería trasladarla a quienes guerrean ahora en absurdas trincheras sociales! Los afectos, la salud y el bienestar más o menos boyante son los asuntos mayúsculos que deberían ocupar nuestro escaso tiempo compartido. La vanidad, el orgullo, los egoísmos y la ambición desmedida son el opio real que nos engancha a un mundo tan aparente como estéril.
Por eso, también sorprende que algunos veteranos recalcitrantes en tales errores sigan en sus absurdos agujeros competitivos. Y se les conoce al vuelo. La primera persona del singular está permanentemente en su boca:  yo ahora tengo, estoy, soy, voy a, he conseguido, he ganado…. Y parece que te miran con los mismos ojos vacíos con los que antes trataban de pertenecer a la mitad del mundo envidiado por la otra mitad. De ser o parecer cada vez más ricos, más guapos, más listos, más altos y más importantes. Y es muy cansino, porque si antes daban pena, ahora, además, hacen un ridículo solo explicable desde sus perennes carencias y solo disculpable desde una misericordiosa ternura; cosas de tontones envejecidos.  Una pena grande para quienes la padecen y, lo que es más lamentable, para los suyos.
Pero por nadie pase, porque no estamos a salvo de tamaña demencia, aunque sea ocasionalmente. De hecho, ninguno deberíamos tirar la primera piedra.
Y entonces recuerdo cuando nos decían que quien no es rebelde a los veinte es tonto, pero que quien lo seguía siendo a los cuarenta no tenía remedio. Imaginemos si ocurre pasados los sesenta o setenta, aunque es raro encontrar a alguien verdaderamente importante que venda “amotos” en su senectud. No es necesario; su imagen señera les precede.
En la venerable frontera del tiempo hay que disfrutar los buenos ratos que todavía nos alcancen. Todo lo demás es furufalla y glea, o, como también se dice por la huerta, pijos, pan y habas.
 

martes, 13 de marzo de 2018

EL ESCUDO, LA CAMISETA Y EL HOMBRE



El escudo es el referente, la camiseta la historia y el hombre quien imagina las ideas, que siempre han de anteponerse a la cartera y al resto de tangibles.
Nasser Al- Khelaifi, primer ejecutivo del PSG,  debería grabárselo a fuego. Como empresario, si lo fuera, debe saberlo desde sus principios. Aparte de los afectos, las ideas mueven el mundo y generan sus palancas; el dinero es solo una de ellas, y no la más importante, aunque traduzca cualquier fenómeno mundano al idioma comparativo universal. Y en fútbol más, pero siempre detrás de los títulos y las emociones.
Hablar del Madrid es remontarnos a Bernabéu y Di Stéfano, con una docena más de jugadores blancos que imprimieron carácter a su escudo y a su camiseta. Florentino Pérez y su concepto del fútbol como espectáculo poliédrico mama de esas fuentes, pero aún anda buscando a su talismán sobre el campo. Tal vez sea Zidane quien más se ha acercado, pero “El Moro”, como lo llaman por el Bernabéu,  tomó partido por los de corto en sus primeras decepciones y es consciente de que eso es delito de lesa majestad para su valedor Pérez; su primer mandamiento futbolístico es que el club está por encima de todo. Y debería ser así, pero sin olvidar lo determinante del factor humano, apuesta clara del francés.  Para don Florentino, los jugadores deben administrarse como un activo más al servicio de la empresa, su hábitat, sin hipotecar decisiones institucionales. No acepta que deba ir tras las demandas de Ronaldo, que le suenan a caprichos de consentido, porque ni Zidane ni nadie  lo han puesto en su sitio. Él  intentó oscurecerlo primero con Kaká, luego con Benzema y Bale, pero ninguno se ha acercado ni de lejos a la relevancia del mejor goleador de su historia. Quien además, para mayor dolor, fue fichaje de Calderón.
En el Barça hay pocas dudas: la idea del fútbol asociativo y los figurones son la base, marca de la casa desde Kubala, acrecentada por el mitológico Cruyff y su profeta Guardiola, y está por encima de todo salvo de Messi, que reina un decenio por ser el mejor del mundo. En el Atlético, Simeone y su idea del fútbol garra y el pasito a pasito son la idea, que de alguna manera también empezó a acuñar el colchonero por excelencia: Luis Aragonés.
Y así podríamos seguir con el resto de los clubes señeros. En el Manchester City, las ideas de Guardiola han puesto alas  voladoras al dinero del emir.  En el Bayern gobiernan ex jugadores brillantes, todos alemanes, con la particular versión germana de que deben ser una contundente división blindada, tipo pánzer, que choca con la exquisitez y los arabescos. En la Juventus modernizaron hace años la vieja idea del catenaccio para dotarlo de imaginación de medio campo en adelante; una copia del legendario Milán de Sacci, que mezcló su sangre etrusca con los holandeses prodigiosos de sus años de más gloria; de ahí los intentos con los franceses Platini y Zidane hace tiempo y ahora con los argentinos, tipo Dybala, pasando por fichar a los nacionales más habilidosos, Inzaghi o Pirlo por ejemplo; entre unos y otros han logrado oscurecer a los clásicos milaneses. Y el viejo Manchester United sigue buscándose desde que  Ferguson se cortó la coleta; aún no ha logrado reencontrar su onírica idea futbolística basada en los sueños reales que despertaba, de ahí su largo, frustrante y penitente purgatorio, Mourinho incluido.
Resumiendo, Francia siempre fue un fútbol de selección y nunca de clubes. Por eso tal vez falten ideas. Hubo y hay un salpicón de futbolistas excelentes, pero exiliados en los mejores clubes del mundo. Y si el PSG quiere navegar en el rutilante universo de los mejores deberá imaginar alguna idea futbolística revolucionaria, no la facilona chequera por muy dorada e infinita que sea. Quizás, un buen comienzo sería reunir a los mejores futbolistas franceses al mando del mejor técnico francés. Y ahí, Zidane, como sugerimos hace un mes, podría ser determinante. Tanto por prestigio como por lo que pudiera suponer de banderín de enganche. Y con ellos, otros como el propio Neymar y no peleones tipo Cavani, por decir algo; pocos y buenos de verdad, y no el conglomerado multinacional de rutilantes medianías que les proporciona la bandera del engañoso y simplón dinero. Nunca supuso nada brillante en el fútbol.
El escudo y la camiseta brillan con las ideas y los hombres.     


jueves, 8 de marzo de 2018

AL OTRO LADO DE LA CALLE



No sé su nombre ni por qué está allí, pero duerme en la calle,  en el suelo, bajo una manta oscura. Apenas sobresale su cabeza de ella, vuelto hacia el hueco del escaparate de unos grandes almacenes. A los pies de tan inhóspito lecho  hay unos bultos con lo que deben ser el resto de sus pertenencias, penas aparte, que trasegará con el recipiente de cartón que tiene a mano.
Llovizna y un viento frío barre la plaza de un barrio noble. Son las doce de la noche de un sábado de invierno en Madrid. Me abrigo con un chaquetón rojo, acolchado, y una bufanda. Paseo bajo el cala bobos porque acabo de cenar en un buen restaurante y quiero bajar la cena, entretenido con el trasfondo del drama que acabo de ver en el teatro  Bellas Artes, que viene a denunciar la doble visión sobre la mujer desde que Dios creó al hombre.
Estoy a pocos metros de la persona que duerme casi al raso, cubierto por el medio metro del hueco del escaparate oscurecido. Lo miro de frente. Al otro lado de la plaza, a mis espaldas, tengo mi casa. Me vuelvo y distingo una luz tenue en una de sus ventanas  y me  imagino allí, observando esa misma escena. Dentro se estará bien. No hará frío y estaría fumando tras ella con el fondo de  una música relajante. En este lado de la calle no hay calefacción ni música ni luz amortiguada, y seguramente tampoco esperanza ni tabaco.
Sigo paseando y me cruzo con alguien que arrastra un carrillo con diversos objetos y una maleta vieja de ruedas ruidosas. Al volver de mi enésima vuelta, aquel hombre está junto a un pequeño surtidor de agua público lavándose los pies. Unas chanclas de goma sustituyen las gruesas botas que están a su lado. Después lava unos calcetines claros de espaldas a quien duerme apenas resguardado de la humedad, del frío y del viento. En la siguiente vuelta lo veo retornar por donde había venido. Ahora arrastra el carrito y la maleta con la misma mano, manteniendo un difícil  equilibro para que no se vuelquen al rozarse. En la otra lleva algo que no distingo y cuelgan de ella las botas por sus cordoneras.  Entre los pies desnudos y el suelo mojado, solo las finísimas chanclas. Y entre su cabeza y el cielo inclemente un gorro de lana que encumbra una amplia chaqueta vieja. Es grande y corpulento y lo sigo a una distancia prudente. Anda despacio y se pierde por las calles que desembocan en la plaza, remolcando también sus penas.
No los conozco, pero serán alguien. Y habrán tenido otra vida. Habrán abrazado y los habrán besado. Y hasta habrán amado. Tal vez hayan hecho favores y seguro que tomarían el camino torcido en cualquier encrucijada de la vida. O quizás hayan tenido mala suerte. Uno duerme y otro busca dónde. Iría hacia su refugio, que será igual de precario. Como la indeseable noche que nos llevaba. Como sus vidas.
Las luces de las ventanas de los edificios brujulean vidas calientes. Sin soledades ni hambres. Como la mía. Y no hice nada por ellos. Solo observarles.
Doy una última vuelta y noto que algo se mueve debajo de la manta que yace abultada en el suelo. Alguien que respira bajo ella se ha dado la vuelta. Vive y seguramente me mira y piensa. Y yo también. Enciendo un purillo y sigo mi camino. Y mojándome mastico la culpa de pertenecer al mundo del otro lado de la calle. En ese yace un hombre. En el otro, en una cama acogedora del ático de una sexta planta, yaceré yo también dentro de un momento. Pero acompañado. Y caliente. Y cenado. Y con la calma de pisar suelo propio por un mañana quizás mejor todavía.
A ese lado de la calle se tirita. Y se pasa hambre. Y soledad. Y habitan miedos e inseguridades, huérfanos de mañanas.
Esa noche escarchó mi alma. Y hoy, que lo escribo, me duelen los egoísmos que también arrastro con mi suerte. La de vivir al otro lado de la calle, frente al drama real de la vida diaria, que no es teatro.
En el drama del otro lado de la calle siempre azota el tiempo y llueven calamidades. Y sus protagonistas se lavan los pies de madrugada con un agua tan fría como el futuro que les aguarda.
¿De verdad vivimos en un mundo civilizado y moderno porque haya una fuente y escaparates a cubierto? Porque preguntarnos si es justo sería de locos.
Y  de otros dramas, por aquello de la igualdad, de lo equitativo o de lo que sea, dejémoslo para mañana mientras sigamos instalados, los de mi lado de la calle — casi todos—; en el esperpento tragicómico de asomarnos calentitos al espectáculo real de la vida, tras los cristales de nuestra egoísta suerte de cada día, con la vana seguridad de merecérnosla al haber luchado por ella.     


lunes, 5 de marzo de 2018

ZIDANE ESTÁ FUERA



Agotados sus esfuerzos por aparentar normalidades endebles, listo y observador, sabe desde la derrota liguera ante el Barça que su tiempo pasó. Por eso, tantas cosas.
Se siente futbolista, como demuestra la piña con su plantilla sabiendo que es manifiestamente mejorable, y no quiso a nadie en diciembre porque solo él y sus profesionales están en el secreto del vestuario.
Los capos del grupo que ganaron tanto en dos años, desde el pretérito machaque culé, no quieren que asomen por allí carismas diferentes que zarandeen la ‘omertá’ impuesta y aceptada por los demás como aquellas ofertas irrechazables del Padrino. Tampoco las nomenclaturas establecidas. Ni los esfuerzos medidos, que los años pesan. Ni los círculos viciosos. Ni los intereses creados. Ni nada.
En definitiva, y paradójicamente por su calidad, vuelve a cumplirse la inexorable ley asociativa de los mediocres: saben sus limitaciones, pero unidos por éxitos grupales pasados recelan de nuevos aportes revitalizadores; si son brillantes, más. En el fútbol, la veteranía miope agarrota futuros. Y la historia, esa película tan real desde la distancia, lo ha demostrado en todos los clubes; pequeños y grandes. Cuando la treintena mengua el relieve de sus figuras simbólicas, si son raciales, no hay técnico ni presidente que pueda barajarlos, salvo con látigo de varias puntas, porra o guadaña inmisericorde. Y en esas estamos.
Ancelotti tomó partido por los jugadores y Florentino no lo perdonó. Benítez, al contrario, lo hizo por su libreta y por el jefe y las figuras lograron que también lo largara. Y Zidane, que sí es un hombre del presidente y lo conoce como pocos, tomó antes de navidad la decisión de irse en junio porque la humillación culé conlleva guillotina ‘florentinesca’. Y enseguida, conocedor profundo también de ciertos códigos futboleros, se alineó con sus consentidos para tener aliados. Pérez, como Roma, no paga a traidores, pero él se sentía fuera y decidió envainar la espada ejecutiva que su piramidal cargo requiere. Prefirió el diferido laurel de valiente por mantener su postura si alguna flauta sonara. Y solo queda una.  
Mantengo una duda shakesperiana: el ser o no ser del hacedor de la presente plantilla madridista, aunque tengo sospechas fundadas por algunas informaciones internas. Como la clave está en los goles, reiteraré dos casos paradigmáticos. Florentino repescó a Morata de la Juve para revenderlo, pero la ilusión del canterano, el acertado consejo de Zidane y sus goles frenaron varias operaciones en su momento. Después, por la desilusión de jugar poco sabiendo que tenía a otros por delante con menos méritos y más dinero — las apuestas del ojeador, mandamás deportivo y omnímodo Pérez—, cogió el olivo.  Y Mariano, según el presidente, tampoco daba la talla y era carne de negocio blanco. Desconcertado —el rostro en Cornellá cantaba—, Zidane lamenta mustio tales ausencias, pero su lealtad impedirá que largue. Tampoco lo hará después. Se irá como el señor que es, tanto con el señorito como con sus chicos.
Y ahora repasemos a los artistas. Cristiano es insustituible y no entra en  guerras ajenas a sus intereses, salvo cuando le tocan los bemoles; caso de Mourinho. Ramos es el hechicero y sí manda romana, prohijando como llueca a sus fieles con la inestimable ayuda del torpedo Marcelo, que diría Chiquito. Isco, aunque le sobre clase, no es jugador para el Madrid porque ralentiza el juego y le traiciona su narcisismo, por mucho que lo aclame parte del Bernabéu; esa masa borreguil que sustituyó el legendario ¡hala Madrid! por el cutre ¡vamos campeón!; la matraca de los campos y patatales menores. Asensio todavía tiene que mejorar; su individualista partido en Cornellá destapó carencias. Kovacic haría un magnífico papel en cualquier equipo mediano. Kroos está de perfil y Modric tampoco quiere guerras. Nacho, Casemiro, Lucas y Carvajal son clase obrera, y Llorente, Ceballos, Vallejo, Theo, Achraf y Mayoral harían mejor yéndose. Llegaron en el peor momento al ring más difícil. Keylor también se sabe minusvalorado, Casilla vive sus últimas lunas y Bale o Benzemá, o los dos, servirán de contraprestación al enorme desembolso que prepara el despechado Florentino.
El Madrid de Zidane, aunque elimine al PSG, escucha en capilla los trajines patibularios. Con goles hubo alegría, que decíamos; su único sistema. A otra cosa no ha jugado nunca. Y estos años no ha sido poco.
Y aunque todavía puede hacer historia en la Champions, no lo den por muerto, que es el Madrid; quien sustituya al francés portará navaja cachicuerna ‘ansoniana’ —por don Luis María—.   

QUERERES



Una de las ventajas de coleccionar años por decenas es la de poder mirar la vida con perspectiva suficiente para valorarla desde el calidoscopio de sus distintas dimensiones. Las de los quereres son las más agradables.
La otra noche me decía un amigo desde hace casi sesenta años: “José Luis, ¿te das cuenta de cómo queremos a los hijos? ¿De su autenticidad y diferencia con todo?”. A su rostro, mirándome a los ojos con la intensidad y la medio ironía que siempre recuerdo, aunque pasemos años sin vernos ni hablarnos y siguiéndonos mutuamente en la distancia, se asomaba esta vez el corazón. Yo escuchaba con el mío en la mano sus comentarios personales y los referidos a nuestros años de más cercanía. Tal vez sean también los años. Los que por fortuna hemos cumplido ya.
Miguel Ángel me hablaba ahora de sus hijos con la ingobernable pasión que entonces ponía en las montañas que amó desde niño de la mano de su tío ‘el Almirante’, a quien recuerdo perfectamente con sus botas de monte y una mochila siempre a mano, y de la posterior de los secretos y profundidades de los mares que descubrió por esos mundos de Dios, ya en su madurez. Él es así; un apasionado corazón con ojos dentro de un cuerpo fornido en el que apenas caben las ilusiones infantiles y juveniles que le hicieron soñar  y siguen brujuleando en sus adentros hasta salirle a borbotones por todos los poros de su curtida piel. La que se ha ido dejando por ahí a girones en todas las cordilleras, océanos y conferencias del mundo. 
En realidad, me hablaba orgulloso de amor desde el amor. Afortunadamente, porque puedo contarlos con las dos manos, y eso no tiene precio; tengo varios amigos así y ellos lo saben porque a veces comentamos nuestras pasiones. A algunos les he dedicado poemas y con otros ando ilusionado en aventuras líricas.
Ese querer se distingue porque se disculpan sus flaquezas y desencuentros a quienes puedes llamar a su puerta cualquier hora de cualquier día y en cualquier circunstancia; el resto, aunque la empatía mutua raye los límites de la amistad, son conocidos más o menos cercanos.
Mismamente como la propia familia, en la que sobresalen primero los padres y abuelos, referencias más notables e indelebles, después los hermanos en la mayoría de los casos —sobre todo si se ha repartido ya, que dice Alfonso, otro inmenso amigo—, luego el resto, y los hijos siempre y para siempre. Te salgan buenos, regulares o malos, que de todo hay también. A los menos afortunados incluso se les ama más; una  singularidad fundamental, junto a la incondicionalidad y el desinterés, de ese amor de padres al que sin duda se refería enternecido mi amigo.
Nos queda el amor personal como seres vivos: el enamoramiento, que conlleva seguramente las emociones más íntimas. Esa sensación tan gemela a los ríos: nacen como torrenteras o brotando amables sin fuerza que pueda sujetarlos, embelesan por la inmensa atracción que originan, se encauzan progresivamente, generan vida, dan color a los paisajes que atraviesan, se amansan y se hacen profundos o anchos y largos o no según dónde y cómo puedan desarrollarse. Al final desembocan en cualquiera de los mares que cantaron Bécquer y Machado y que ama Miguel Ángel, conocido como “el Murciano” en el universo alpinista y en la escalada mundial.
Y se despidió de mí con una de las frases que primero recuerdo suyas en las que define quién y cómo es: “ … y ya sabes, si se te sube el gato al tejado, llámame, iré enseguida a bajártelo.”


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