miércoles, 30 de septiembre de 2020

ESPEJISMOS

 

 

En los últimos veinte años, solo Messi y Cristiano han corroborado en el césped el diferencial del dinero que mueven respecto al resto de futbolistas. Y no siempre. De ahí para abajo juegan los matices.

Por lo más reciente y no abundar, en el Villamarín, un canterano blanco como Mayoral hizo más en pocos minutos que Jovic —sesenta millones de fichaje—en tres cuartas partes del partido. Y podríamos poner de manifiesto sus diferentes trayectorias y circunstancias, pero los dos o tres movimientos inteligentes de delantero que hizo el madrileño dieron para establecer comparaciones.  Sirva solo como ejemplo de los espejismos que acumula el fútbol.

Luego, también hay otras realidades, como que Benzema luciría más de media punta, que es su verdadero juego, con un delantero centro que le despejara horizontes. Lo que él mismo hizo durante años a contra estilo para favorecer infinidad de ocasiones y goles a Cristiano. Porque el francés sí es un media punta, no Isco ni Odegaard, por citar otros dos casos paradigmáticos. El malagueño es un interior con capacidad de organizar juego, pero con vocación de regate y regodeo estéril al que no le acompaña el físico ni los pulmones por mucha clase que atesore; tampoco la generosidad. Debería fijarse en un tipo como Thiago, que tampoco anda sobrado de velocidad, pero atesora una brújula en su cabeza y conjuga la clase con el juego a uno o varios toques, según conviene a su equipo, siempre con la vista alta. En contraste, el noruego sí tiene capacidad física y técnica, pero puede ahogarlo Zidane en su empeño de que juegue de espaldas a la portería para recibir desde atrás. Tal vez le vendría mejor jugar veinte metros más retrasado para explotar sus cualidades y encarar a las defensas contrarias con espacio por delante. Así triunfó en la Real.

Los técnicos, también con tantos matices como situaciones diversas, tienen más influencia en la trayectoria de los equipos que la mayoría de los jugadores que dirigen, incluidos los fichajes millonarios, los normalitos  y los canteranos.  Precisamente, la importancia de quienes son capaces de imaginar sistemas de juego, de reinventar futbolistas o manejar vestuarios complicados y les sonríe la fortuna y los triunfos son los más demandados y mejor retribuidos por los grandes clubes. Un futbolista solo no puede cambiar la historia de un club, pero un buen entrenador sí. Por citar algunos ejemplos, Mourinho está en la élite por ganar la Champions con un Oporto casi desconocido y luego con un Inter de medianías. Guardiola por cuanto consiguió en el Barça tras echar a sus figuras y hacerlo campeón de todo subiendo a canteranos desde tercera división, como él mismo, e imponiendo un estilo acorde a sus bajitos —en frase afortunada de Luis Aragonés—.  Simeone ha dotado al Atlético de un estilo inconfundible hasta devolverlo a la primera línea del fútbol nacional y  europeo. Y recientemente, Klopp y Flizk ocupan la cúspide devolviéndonos al fútbol total con el Liverpool y el Bayern con escasos grandes nombres, con Zidane también en el candelero inmediatamente anterior tras ganar tres Champions seguidas; record que será difícil de igualar, aunque este sí dispuso del mejor goleador mundial en plenitud sin tener que inventarlo.

Punto y aparte para el francés, a quien se le puede discutir lo que queramos, pero nadie le niega su magnífica gestión de egos en el siempre complicado vestuario madridista.  Ahora, sin embargo, anda reinventado un Madrid agostado por la edad y la salida de un goleador irrepetible para cumplir los designios de su jefe Florentino y hacer una transición potable hacia un equipo notablemente más joven. Un reto difícil en el que deberá mezclar dotes de buen técnico, lo que se le discute, con su demostrado saber hacer con los consagrados.

Volviendo al principio, podríamos hacer el ejercicio de quitarle los nombres y dorsales a los jugadores y enmascararlos para saber en cualquier partido quién sería capaz de distinguir entre los más y menos costosos para sus clubes. Seguramente nos llevaríamos muchas sorpresas. 

En el fútbol hay tantos espejismos como circunstancias inmanejables, que son demasiadas si le añadimos el factor suerte, que juega más de lo que muchos evidencian. Pero hay algo que no cambia: cuando triunfa un futbolista siempre está detrás el nombre de quien ha sido capaz de ponerlo, de mantenerlo y de hacerle creer en sus posibilidades.

 Y a veces hasta de inventarle un sitio diferente en el terreno de juego. Ese es el mayor mérito.

 

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