lunes, 31 de marzo de 2014

SUÁREZ, UN ASIDERO PARA LOS NEUTRALES DE ENTONCES

Unos dirán que fue un personaje o un eslabón imprescindible para nuestra historia moderna. Otros que una desgracia y algunos que un traidor. Benéfico o venéfico — del castellano viejo referido al veneno —. Ángel o demonio, bueno o malo, según sus pasiones. Pero para la mayoría de quienes vivían en aquella apasionante época tratando de salir adelante sin prejuicios políticos ni orejeras de parte, fue un hombre que les sirvió de agarre personal para jugar a la política, votando en libertad muchos de ellos por primera vez en su vida e intuyendo que de su mano se podían evitar males mayores.

Adolfo Suarez


La perspectiva histórica

Hay que situarse en aquellos años para comprender la repercusión de su dimensión humana en millones de españoles. Los que le dieron la razón y su confianza, y por lo tanto su victoria electoral  en sucesivas elecciones. Hablamos de referéndum, elecciones locales y regionales, y generales. Su invento de la UCD —Unión de Centro Democrático—, desde la presidencia del Gobierno, fue el refugio aglutinador de quienes no querían aventuras políticas que sonaban a guerracivilismo ni tampoco una continuidad del franquismo.

Por aquellos entonces, España salía de una larga siesta política con gran actividad social, sin embargo, en la que los afanes fundamentales eran hallar un lugar en la sociedad para empinar la olla, levantar el techo y cubrir las necesidades básicas saliendo adelante con la familia. Aparte de pasarlo bien en los ratos de ocio y procurar un futuro mejor para los descendientes. Nada extraño ni ajeno a la realidad actual, por otra parte.

Muerto Franco en la cama de un hospital, para duelo de muchos, oprobio de tantos  y normalidad para los más, por mucho que ahora se quiera decir desde la engañifla histórica de que era muy odiado por la sociedad española, el futuro no pintaba halagüeño para quienes querían vivir conscientemente al margen de lo que entonces se decían politequerías.

Primera Transición

Y en ese momento apareció Adolfo Suárez de la mano del Rey Juan Carlos I, con el muñidor Fernández Miranda entre bambalinas, hablando a los españoles con una cercanía humana y una proximidad comunicativa tan mundana y normal que hizo a millones de ellos confiar fundamentalmente en su imagen y sus palabras. Aquello de hacer normal a nivel político lo que era normal a nivel de calle caló en la gente, dicho con voz y mirada frescas, casi juveniles, en millones de hogares a las diez de la noche gracias a la tele; hasta el punto de hacer una legión mayoritaria de votantes sin partido político al uso que galvanizara a las masas.

El único secreto fue la receptividad de la mayoría social que deseaba seguir viviendo con tranquilidad y en paz, a despecho de los cantos de sirena a un lado de la balanza política y los augurios tenebrosos al otro lado. De hecho, hasta la presentida desmembración de la UCD  por las ansias personalistas de muchos de sus barones, y la enorme presión en contra del abulense por parte de los poderes fácticos de entonces — banqueros, militares, iglesia y similares —, con la ductilidad del monarca, Suárez siguió contando con el aprecio político, y yo diría que hasta personal sin haberle tratado, de la mayoría de sus votantes.

Dimitió, y con él se dio término a la primera y más importante etapa de la Transición, y cuando quiso volver, pasado un tiempo, ya se había pasado el suyo. El pueblo español es de mirar hacia adelante, como ya ha demostrado suficientemente a lo largo de su historia, y conducen su vida mirando siempre al frente. Para el pasado están los retrovisores, que solo sirven para comprobar si alguien quiere pasarnos.

Segunda época

Y aparecieron en escena, dejando los segundos planos, personajes como Felipe González, Fraga y Calvo Sotelo dando inicio a la segunda y última etapa de la Transición. En la primera quedó Suárez, con Carrillo en la tramoya, que ya nunca fue el mismo; y las esperanzas consolidadas de ningún salto en el vacío de millones de españoles.

Ahora, cuando todos le recordamos después de que él mismo perdiera su memoria hace un decenio largo, el mejor homenaje que podemos hacerle es echarle a nuestra vida un poco, al menos, de la mucha imaginación que él le echó entonces al futuro de España.

Gracias Presidente

Bueno, malo o regular, según los gustos, pero nadie podrá quitarle ya el lugar en la historia que le corresponde, por haber anidado en el corazón de tantísimos españoles la ilusión por un mañana sin sustos ni continuidades huecas. Desde mi modestia, solo me queda agradecerle en nombre de muchos cercanos que confiaron en él, y ya le esperan al otro lado de la vida, su extraordinaria aportación al bienestar común. Gracias, Presidente. Aunque no acabaras un libro en tu vida, según algunos de tus detractores cercanos, que de todo hay.    

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