lunes, 14 de diciembre de 2020

DE LAS ·AMOTOS" DE MESSI AL REAL ZIDANE

 


Cuando deseamos elaborar tesis al gusto propio o no queremos confesar intenciones inadecuadas, perversas o de mal encaje, somos dados a vender “amotos”, “veciletas” y burras viejas.

A Tusquets, gestor circunstancial del Barça, lo critican por decir que económicamente hubiera sido bueno vender a Messi. Una verdad catedralicia que solo ignoran quienes piensan que el fútbol es un espectáculo grandioso para disfrutar pagándolo otros. Justificamos aquel irredento de la tierra para quien la trabaja, pero no sabemos conjugar que el fútbol profesional debería ser para quien lo pague.

Y el futuro próximo tampoco es alentador. Aún no ha reconocido ningún aspirante a presidir el Barça esa verdad palmaria. Dicen que hablarán con él para convencerlo, forofismo y bien queda obliga, pero no miran al frente para decir que el Barça es antes que nadie y que el futuro aguarda con o sin Messi.

Tal vez sería suicida reconocer que su etapa blaugrana ya es historia, pero ante una época tan crucial para el devenir culé se necesitan personas con enjundia y coraje. Decir la verdad a sus aficionados sería valeroso, honesto e inteligente si se hacen las cosas bien. El fiasco del Madrid con Cristiano por no reemplazarlo con garantías debería ilustrarles.

El primer fracaso del elegido y la primera decepción de los barcelonistas será no lograr retener a Messi. No hay dinero ni los que vienen lo aportarán ni están en disposición de hacerle el equipo que exige para reverdecer laureles, aparte de que él mismo desconectó hace meses. Hasta la mala gestión de las próximas elecciones empuja. Cuando la nueva directiva aterrice, a finales de enero, la suerte estará echada.      

Y el Zidane Campeador, que decíamos hace meses, cabalga de nuevo. Ha bastado que la sombra de su abandono se proyectara sobre sus futbolistas de cabecera para renovar bríos y voluntades. Huir de posibles buitres ha sido mano de santo.

Hace días enfilaba el Madrid cuatro finales y las ha salvado con sobresaliente. En Sevilla empezó el martirio, con un partido mediocre, y contra el Atlético alcanzó la santidad con un partidazo para enmarcar. Gloria que se atisbó en Milán y cuajó en el Di Stéfano ante el Monchengladbach.  Espectáculo grandioso para deleite del madridismo y de los amantes del buen fútbol. Ese fútbol que solo atesoran los privilegiados de cualquier tiempo.

El pasillo de seguridad de Zidane, que diría Luis Aragonés: Courtois, Ramos, Casemiro y Benzema lució galas contra los de Simeone, magníficamente secundados por los artistas Kroos y Modric y los subalternos de lujo Carvajal, Lucas Vázquez, Varane y Mendy y un esforzado Vinicius, al que se le nota demasiado el ninguneo al que le tienen sometido los franceses de la escuadra blanca; no le pasan balones francos. Una pena, porque el brasileño se limita a recibir y entregar fácil en vez de insistir en su virtud: desborde y regate vertical a riesgo de perder balones; reivindicar a la desesperada el churro de Sevilla lo retrata.

No obstante, insisto en que ni el Atlético tiene la Liga en la mano, y no por perder el sábado, que entraba en una normalidad histórica y tampoco menoscaba su excelente momento, en cuya continuidad serán fundamentales la motivación e inteligencia emocional de Simeone; ni el Madrid ha ganado nada todavía. Es más, creo que a los blancos les aguarda una temporada difícil porque es improbable que los de Zidane puedan continuar el ritmo de los últimos partidos inmensos. Si así fuera, que ojalá, el fútbol habría recuperado la mejor versión de un Real Madrid que ya está en la historia.

Las “amotos” sobre los blancos vendrán de tesis oportunistas, como que Simeone se ofuscó —una simple circunstancia parcial—, buscando explicación a su última metamorfosis. Y la realidad es más sencilla. Sus figuras se motivan contra los grandes y la sombra carroñera sobre su líder es revulsivo potente; no ha sido uno, sino cuatro partidos seguidos. El problema es que luego tocan los equipos menores en la Liga y los verdaderamente grandes en Europa, aparte de que las piernas de las figuras blancas no dan para aguantar veinte o treinta partidos al nivel de la excelencia alcanzada; al técnico francés se le agotan los prodigios.

Así, el Barça y el Madrid están en las previas de unas renovaciones sangrantes. La era post Messi y la post Zidane. Tiempo para valientes.

El nuevo presidente culé y Florentino Pérez deberán encajar bolillos para que continúe el espectáculo.

El fútbol competitivo, como el agua, no pide escrituras cuando se desborda. Es el amo y el futuro ni se apiada ni espera a nadie.        

lunes, 7 de diciembre de 2020

LA DIFICULTAD DE LO SENCILLO

 

En un seminario de economía para periodistas, decía un eminente profesor que cuando no se entendía cualquier información económica era porque el primero que no la entiende es el firmante. Y esto es aplicable a todo.

Quienes realmente saben tienen más fácil explicar con sencillez.  Y luego están los majaderos que aparentan saber, aquellos otros carentes de generosidad para compartir conocimientos y quienes se dan importancia haciendo complicado entenderlos; vean todos esos anglicismos para definir cualquier cosa.

El fútbol no es una excepción. Johan Cruyff afirmaba que jugar al fútbol era sencillo, pero que jugar un fútbol sencillo era difícil. Y lo explicaba: si en un rondo juegas a un toque, muy bien, si lo haces con dos, bien, y si necesitas tres, mal asunto. Y Di Stéfano, también tan inteligente como futbolista excepcional, exhortaba a sus compañeros a bajar el balón al prado porque se juega con los pies y a ganar marcando goles en la portería del arquero que menos conocieran. Me gusta la escuela holandesa de fútbol por su apuesta juvenil. Además, saben explicar con sencillez sus conceptos; Cruyff era un ejemplo. Y me aburre la argentina por su retórica y disparates; pretenden hacer ciencia o guerra de un simple juego; don Alfredo era excepción.

En España, lo más parecido a los holandeses es la escuela bilbaína y ahora la donostiarra, aunque por diferentes motivos, pero hubo un tiempo en que los gurús sudamericanos que nos invadían hicieron escuela, para nuestra desgracia —también sucede en esa ristra infame de falsarios que adocenan con sus supuestas guías de auto ayuda—, y proliferaron los españolitos pretendiendo emular las gilipolleces de aquellos con teorías bíblicas sobre fútbol, tanto entrenadores como periodistas. Lo pretencioso de llamarle gol de estrategia a un buen remate en el segundo palo en un córner, como se ha hecho siempre sin tanto estudio, y a veces a uno de rebote en cualquier jugada a balón parado, son exponentes de lo que expongo. Cuestión diferente es ensayar jugadas de cierta complejidad.

Igual en las crónicas. Si un equipo gana, aunque sea por la mínima o con la suerte como aliada, cualquier decisión que haya tomado su entrenador será elevada en la mayoría de los casos a categoría de sapiencia futbolística y, por el contrario, si ha perdido, será sacrificado en el altar de la supuesta sabiduría de quien lo enjuicia; incapacidad manifiesta de quienes deberían analizar el bosque y no solo el árbol más cercano que les cobija.

Yendo a la actualidad, la base del Real de Zidane es un equipo con años de más y hartazgo por estómagos llenos. El propio técnico está sobrepasado por el fundamento de sus éxitos: eficiente gestión de egos y creación de buen ambiente, que es piedra angular para un tiempo. Pero cuando hay que renovarse o reinventar hace falta una imaginación de la que carece; él mismo no ha sabido sustraerse de sus rutinas. Resultado: reo de su gente, juego previsible, desprecio a futbolistas jóvenes que triunfan en otros clubes —solo pone y a regañadientes a los que fichó su jefe—, equipo fulero y aburrimiento.  Otra cosa es que gane de chiripa en Sevilla en un partido para olvidar o que pierda por mala suerte en cualquier sitio jugando mejor, como en Kiev.

El Barça zozobra en una doble crisis. El desastre institucional y Messi despidiéndose. Ahora faltan dirigentes que sepan afrontar el duelo y organicen el caos.

Y el Atlético sigue creciendo baja la batuta del incontestable Simeone, apercibido a tiempo de que la garra es solo un complemento de la calidad y capaz de reinventar futbolistas y reinventarse; ¡chapeau!

Decíamos que en el Madrid mandaba Florentino, en el Barça Messi y Simeone en el Atlético. Pues bien, el presidente dedica sus meninges al nuevo estadio y a la economía, donde mejor se mueve, mientras aguarda la digna dimisión de su talismán; sabe que el tiempo de Zidane agoniza. El faro del Barça ya no piensa en blaugrana. Y por el Wanda tuvieron la virtud de la paciencia hasta la reconversión del Cholo. La clasificación aclara dudas.

Otra moda hueca es sacar siempre el balón jugado desde el portero; el guardiolismo elevado también a ciencia estéril.

Donde hay que perfilarse bien es al matar, como en los toros. Toque preciso y veloz cerca del área contraria y fuera cuentos tikitakeros. Eso ya es viejo.

El gol es la única verdad, y la rapidez y verticalidad su credo.

martes, 1 de diciembre de 2020

DE BARRO Y ORO


 

Aconsejaba Ibarra a jóvenes que empezaban a su lado que no trataran de imitar a nadie. Y lo hacía, culto, didáctico y magistral él, personalizando una célebre sentencia de nuestro premio Nóbel de literatura y dramaturgo excepcional Jacinto Benavente: “bienaventurados sean mis imitadores porque de ellos serán mis defectos”.

Seguramente, algo parecido subyacía como enseñanza hacia deportistas en el dolor que mostraba Maradona cuando preguntó a un entrevistador: ¿Sabés qué futbolista hubiera podido ser yo sin la coca?

La diferencia entre dos personajes tan inimitables como únicos en sus respectivas profesiones, y salvando todas las distancias, es que Juan Ignacio lo hacía desde su magisterio y Diego —así me lo refirió Schuster en una comida en Jerez, cuando le pregunté por el mejor con el que había jugado— desde la decepción más lamentable y el desencanto menos autocompasivo. Buen consejero uno y desgarrador otro, pero ambos aleccionadores.

Llevamos días escuchando comparaciones ventajosas entre Maradona y Messi, o con Pelé, Di Stéfano y Cruyff como máximos exponentes de la excelencia futbolística. Y echando mano del refranero, hay que concluir con el anónimo de que todas las comparaciones son odiosas.

Como ejemplo, ensalzan al apodado Pelusa sobre los demás por ganar dos ligas italianas con el modesto Nápoles, olvidando que cuando Di Stéfano llegó al Madrid los merengues solo habían ganado dos Ligas, en 1931 y 1932, y veinte años después, la Saeta rubia les hizo ganar ocho en sus diez años de blanco, además de cinco copas de Europa consecutivas. O que tras ellos, el Nápoles apenas ha vuelto a brillar y el Real Madrid inauguró con don Alfredo una trayectoria culminada con el reconocimiento de mejor club del siglo XX.

También podríamos reflexionar sobre qué era el Ajax en Europa antes de sus tres máximos triunfos consecutivos con Cruyff, en los primeros setenta. O sobre las tres copas del mundo de Pelé; la primera en Suecia con diecisiete años. Y sobre los seis balones de oro de Messi, los cinco de Cristiano o los dos de Di Stéfano, con superbalón posterior, por el único que concedieron a Maradona y a título honorífico.

También se recuerdan los permisivos arbitrajes y los deficientes campos de su época, contraponiéndolos a los actuales. Pero sus anteriores tampoco jugaban en moquetas ni a cubierto ni recubiertos de acero. Ni competían setenta partidos por temporada y jugando cada tres días, como sufren los velocísimos atletas de ahora.  Cada tiempo, lo suyo.  

Los importantes suelen tener dos caras y hasta reversos tenebrosos. Maradona también, lo que no embarra su oro. Oro que inició con un Mundial juvenil y rubricó en el 86 con el absoluto en México: su culmen histórico con veintiséis años, para iniciar después la cuesta abajo hasta la ciénaga. Malas compañías, drogas, escándalos, desvaríos, sanciones…

En definitiva, el barro y oro que vistió durante su vida lo señalan como el personaje más relevante de su generación deportiva. Y no fue mejor ni peor que nadie. Listo como era —así lo definen sus compañeros, y hasta generoso en extremo, dentro de sus excentricidades, filias y fobias—, aprovechó su tirón mediático para enseñorearse entre un pueblo argentino deprimido tras el desatino de las Malvinas. Aquella guerra absurda de unos subsistentes ciudadanos, comandados por militares enloquecidos, contra la soberbia imperial de una Gran Bretaña al borde de la quiebra, también necesitada de algún éxito rimbombante para renovar ilusiones colectivas.

Por eso, más allá del fútbol, su gol humillante ante Inglaterra, con mano de pícaro incluida, llevó al éxtasis a esa extraordinaria nación que define el suicidio por precipitación como la caída de un argentino desde su ego. 

Y se aprovecharon de él más que él de nadie. A su carro se subió gente de la catadura de los Castro o los Chávez y Maduro, entre otros, para mitificar falsariamente en el Diego Armando Maradona que salió de la nada para brillar como pocos, la lucha de los pobres contra los poderosos.

Sin embargo, ni los parásitos de su figura y de su persona ni el barro podrán quitarnos nunca el goce que supuso Maradona para los amantes del fútbol. Su oro más valioso. 

Como diría el Maestro Ibarra, rememorando de alguna forma al Cid, ¡qué buen tipo si hubiese tenido buena compañía!

Por cierto, lean el espléndido libro recién presentado, La palabra, en homenaje a ese murciano irrepetible —y también de oro—, y descubrirán al Ibarra más íntimo, revelado por setenta amigos y conocidos. Pura delicia.    

 

lunes, 16 de noviembre de 2020

CASTRADORES EN LA DICTADURA DE LA NORMALIDAD

 

Me gustan las novilladas y los partidos de juveniles porque el genio aflora. Sin embargo, cuando aprenden a torear o a jugar con profesionales, la mayoría se malvan.

Cuando se curtían en capeas y calles, en vez de pisar escuelas de toda ralea, escanciaban después las esencias atesoradas. Y los buenos, todavía ahora, visten de luces o portan camisetas importantes encaramados a su genio si tienen la suerte de maestros inteligentes y respetuosos con su personalidad. De lo contrario, si les enseñan los intríngulis del oficio profesionales del días y ollas y del prohibido inventar o molestar, se tornan en burócratas de lo mediocre en lugar de crecer. Y hay demasiados castradores del arte en la dictadura de la normalidad.

He coincidido con aficionados veteranos siguiendo a novilleros y toreros, y uno de ellos, en uno de esas sentencias de sabiduría popular, me dijo: “en cuando le han enseñado a torear ha dejado de gustarme”.

Recuerdo los primeros partidos de Vinicius y de Ansu Fati como estallidos ilusionantes. Eléctricos en sus regates, veloces, sin complejos ni miedo a perder balones, perseverantes en los encares y perfilados siempre hacia adelante. Desgraciadamente, conforme juegan partidos cogen poses y vicios conservadores, aunque todavía amagan genio; seguramente más veces de las que quisieran sus técnicos e incluso algunos de sus compañeros.  Guardo en mi retina muchos casos parecidos en sesenta años de fútbol.

Por eso, cuando disfruto de Messi o de Cristiano casi tanto como el primer día, doy gracias a Dios de que nadie les haya “enseñado” nada. A ellos, afortunadamente, ningún funcionario del balón ha conseguido castrarles. El argentino dribla con la misma perseverancia que cuando tenía diecisiete años y le importa poco perder uno o diez balones. Y el portugués ve portería por todos sitios, aunque a veces se desespere por no hacer gol pese a infinitos intentos. Si acaso, algún entrenador inteligente les ha cambiado de posición para explotar mejor sus condiciones o los ha ido centrando conforme pasan años. 

Hay técnicos que se trastornan con la pérdida de balones en ataque, pero les importa poco trastornar a sus genios o aburrir a los aficionados que deben soportar un estilo mal copiado de aquel gran Barça de Guardiola y de nuestra Selección desde Luis, queriendo controlar siempre el juego tocando y tocando, saliendo desde atrás, sin tener en cuenta si tienen o no futbolistas adecuados: Xavi, Iniesta, Senna, el mejor Busquets

Y también hay futbolistas veteranos o con más nombre que fuerzas que les trastornan los jóvenes recién llegados queriendo explotar sus condiciones de descaro y velocidad. Las palabras de Benzema a Mendy respecto a Vinicius son un claro ejemplo. El francés, buen jugador sin lugar a dudas, prefiere el pase corto y la pared futbitera al juego largo o la velocidad. En su especialidad es un genio también, pero nunca le han dado las piernas para llegar al remate tras una carrera de cuarenta o cincuenta metros. Por eso, aunque destila arte en su estilo, jamás ha sido un goleador regular de veinticinco o treinta goles por año. Y ya lleva alguna decena jugando con los mejores del mundo. Si a cualquier otro delantero centro de los que han pasado por el Madrid en esos años le hubieran dado las infinitas oportunidades de las que ha disfrutado por ser quien es, seguramente hubiera hecho más goles que el ojito derecho de Pérez. Solo en sus últimos dos años se ha convertido en esencial, con justicia, pero en sus primeros seis o siete tuvo a la afición blanca dividida por indolencia persistente.

Y llegamos a la sinuosa selección de Luis Enrique: ni está ni se le espera entre las mejores de Europa. No se trata del facilón recuerdo de los ausentes, pero tal vez con Thiago y su generación: Canales, Aspas, Koke, Parejo, Alcácer…, mezclados con jóvenes, podría mejorar. En todo caso, el fútbol español está en transición, pero no ayuda dejar a Traoré —imprescindible— en el banquillo o sacarlo por la izquierda cuando el carro zozobra, como ocurre con varios de sus compañeros que lo buscan solo a la desesperada.

Tampoco es camino empecinarse en sempiternos jugadores de club; siempre los hubo. Buenos en sus equipos, pero romos y faltos de genio para conquistar mundos. Y el sábado ante Suiza sacó demasiados: Olmo, Oyarzabal, Merino

Además, como sentenció un técnico de culo pelao, Paco Jémez, “¿si tengo un buen delantero, por qué voy a inventarme otro falso?” 

 

 

martes, 10 de noviembre de 2020

DOBLES PAREJAS PARA LA HISTORIA

 


Ojalá reiniciáramos la vida cada semana; renovaríamos ilusiones a menudo. O que nuestra memoria fuera corta; los buenos recuerdos nos moldearían de sonrisas. O que renaciéramos con cualquier chispazo de genio, acierto o suerte. Y que cualquier adversidad se midiera en horas; disfrutaríamos oportunidades continuas. O que una simple clasificación nos calibrara instantáneamente. Pero no es así. Esa es la cara de la vida aparente y del fútbol simplón. Nada importante se cuece en la vida ni en nuestro apasionante juego sin constancia y sacrificio. Son el combustible de su fuego. Y su cerilla, la suerte.

El Barça sigue de duelo, pero esta semana ha vestido a los blaugranas de fiesta. Han bastado una victoria pírrica en Europa y una goleada en la Liga para levantar expectativas. A Messi le han servido cuarenta y cinco minutos excelsos contra el Betis para volver a encabezar el podio del mundo. Y no importan el carnet de identidad, que arrastre al paso su tristeza circunstancial por el césped, que haya demorado un gol en jugada o que se le note en la mirada, como a los grandes toreros en su primera huida, que ande despidiéndose de los culés en cada partido.

Y claro que sigue siendo el número uno. Pero no porque el sábado sonriera o luciera destellos geniales, como el pase de gol a Griezmann sin tocar el balón. Messi es el mejor porque nunca ha dejado de serlo. Como tampoco se le ha olvidado al francés jugar al fútbol, aunque no tenga la fortuna de golear. Un ejemplo, si se fijan, en cada partido ejecuta ocho o diez desmarques en profundidad que no son capaces de ver sus compañeros o no arriesgan un pase. Lástima que ya no estén Xavi ni Iniesta; pregunten al propio Messi cuánto les debe. Es la otra figura de esta pareja condal y el único que podría hacerlo ahora, pero normalmente juegan de espaldas. Y, además, comparten vocación de juego y de protagonismo. Precisamente, cuando Messi no esté lucirá el Griezmann de la Real y del Atleti. Si lo aguantan y no viene ningún listo para echarlo, deberán buscarlo sus compañeros porque nadie tiene más gol en el Barça y pocos en el mundo.

Y la otra pareja del fútbol patrio anida en Madrid. Simeone barruntaba crespones negros hace semanas, pero como el carro parece que dejó las piedras y rueda sobre el majestuoso juego de Joao Félix, a quien como anticipamos hace tiempo solo le faltaba continuidad y confianza, vuelve a encender las luces rojiblancas y a sus ojos amanece una aspiración a todo. Pero la realidad no tiene raíces tan recientes. El cambio del Atlético, como cualquier obra importante, empezó a cimentarse hace años. Los que median desde que dejó de ser un club vendedor de figuras a conservador de calidad y comprador de talento, empezando por el propio Simeone —uno de los entrenadores mejor pagados del mundo— y terminando por la joven estrella portuguesa. Si a ello le unimos que ha convencido a Gil Marín, porque sus resultados lo avalan, de que con el antiguo fútbol de guerrillas y de vuelta a empezar proyectos distintos cada temporada no iban a terminar con el recurrente “pupas”, hallaremos las claves que explican su realidad: juego sedoso en ataque sin descuidar la irrenunciable reciedumbre atrás. Así lo han convertido en vistoso y le dotan de la vitola de campeón en ciernes. La reconversión del Llorente peleón en el medio campo a media punta virtuoso es, tal vez, lo que mejor define el nuevo paradigma colchonero.

La otra figura de esta pareja madrileña es Zidane, que sigue en su montaña rusa. Tener que crear diez ocasiones de gol para marcar uno es sinónimo de mediocridad. Que sus defensores deban levantar partidos lo demuestra. A veces, resulta que el gabacho es un resucitador o un resucitado; suertudo para muchos o inepto para algunos, pero es más sencillo. Aunque yerre, es el mejor entrenador del mundo para un Madrid en transición por ayuno de gol desde la marcha de Cristiano. A ningún otro le aguantarían lo que su figura protege, empezando por el propio emperador del todavía Bernabéu: el inmarcesible Florentino Pérez. También lo tiene ganado a pulso.

Lo aparente cambia pronto, como en la vida, pero lo auténtico es menos liviano. El Griezmann añorado no puede ser con Messi y los actuales Atlético y Real no serían sin Simeone ni Zidane.

Cruz y cara de dobles parejas para la historia.

martes, 3 de noviembre de 2020

MESSI COGERÁ UN OLIVO AZUL

 


Acaba la historia del argentino en el Barça. Como señala la canción de Rafa Serna, se le nota en la mirada. Y en el cansancio anímico, que arrastra al físico. En la rabia por impotencia. En el desconsuelo hasta cuando gana. Al felicitar a compañeros; las últimas lunas son tristes. Y hasta en el gesto taciturno cuando le sale algo bien; un cuentagotas.

El Barça es un equipo más en descomposición que en recomposición. Las crisis deportivas circunstanciales se arreglan con un par de resultados positivos, pero cuando los problemas derivan del final de una etapa devienen en estructurales. Máxime cuando se les une una crisis institucional, y la blaugrana es brutal de arriba abajo y a izquierda y derecha. El club culé es en conjunto un problema esférico; por donde lo mires chirría.

Si acaso, solo luce la esperanza en algunos futbolistas jóvenes como Ansu y Pedri que podrían ser figuras en torno a las que hacer un proyecto ilusionante. Pero eso necesita años, paciencia y el brazo ejecutor adecuado. Un técnico inteligente, con carisma y el respaldo importante e incondicional de un presidente para la historia. A Koeman no le faltan condiciones, pero ha llegado en el peor momento. Lo trajo quien pasará seguramente por el peor presidente histórico porque, además de los desmanes deportivos de los últimos años, ha dejado al club al borde de un concurso de acreedores que podría derivar en la quiebra del modelo basado en la propiedad de sus socios. Ni resultados ni dinero y ni siquiera prestigio, perdido en poco tiempo por el desagüe de las indignidades de Bartomeu.

Y todo eso lo sabe, lo vive y lo sufre Messi. Aparte, a su edad, es natural que mire por lo suyo porque el tiempo se acaba. Y eso no quiere decir que no sienta el club como algo propio, que lo ha demostrado suficientemente hasta donde cabe en un profesional. Si le unimos que su ambición deportiva no ha bajado su auto exigencia, tendremos la tormenta perfecta que le empuja a salir del equipo de su vida. La necesidad de ganar es el ansia que mueve su ánimo y, por lo tanto, su mente, su corazón, su talento y sus piernas. Y ese combustible vital ya no lo halla en el Barça. Ni lo espera, llegue quien llegue.

El entorno de Messi hace maletas. Le aguardan un contrato espectacular—retiro dorado incluido— con muchos millones por ausencia de traspaso, y el reto de demostrar y demostrarse que tiene cuerda para ser el mejor algunos años más. O, en todo caso, para defender su estatus ante quienes llegan desde abajo con pretensiones, aunque todavía no se vislumbre sucesor. Con él se eclipsa una generación de futbolistas para la que aún no hay relevo. Hablamos de goleadores que después de una docena de años todavía hoy siguen mandando; Cristiano, Lewandowski o Ibrahimovic, como ejemplos. Pero de su figura trasciende, además, un jugador sin igual de medio campo hacia adelante. Y no solo en su generación, sino en la historia del fútbol mundial. Los ha habido quizás mejores, o más completos, pero no con tantos años en primera fila acaparando los máximos galardones individuales: doce años seguidos entre los mejores del mundo, la mitad de ellos el primero.

Pero todo tiene su fin. Y el de Messi y el Barça llegará en junio de 2021. No obstante, los culés seguirán siendo un gran equipo y afrontarán su verdadera y necesaria revolución. Solo falta que señale claramente su destino. El lugar donde calme las ansias de gloria dirigido por quien puede volver a frotar sus talentos. El mismo que sacó lo mejor de él, reinventándolo al sacarlo de la banda, hasta hacerlo el mejor del mundo. Y hay mensajes subrepticios delatores. Son tantas las ganas de unos y otros y la ilusión generalizada que les traiciona el subconsciente. Por no hablar del dinero que generará y los triunfos que se auguran. 

Lo acordaron hace meses Mansour bin Zayed, el dueño del club, Ferrán Soriano, el director ejecutivo, Beguiristain, Manel Estiarte, tal vez el muñidor en la sombra, y Guardiola con el propio futbolista y su padre.  El olivo que cogerá el argentino es brumoso, pero apasionante. Lluvioso y frío, pero cálido de afectos blaugranas añorados. Finalmente, es un equipo huérfano de reconocimiento mundial y Messi puede ser su Mesías. Estén atentos a tales personajes.

El olivo que cogerá Messi está en Manchester y atiende por City.          

 

 

martes, 27 de octubre de 2020

YA TENEMOS OTRA

 

Con otro penalti para la historia de los clásicos, esta vez penaltito por agarrancico, ya tenemos de nuevo la burra de las decisiones arbitrales en el trigo de los llantos blaugranas. ¿Qué otras veces ha sido al revés? También, pero suele coincidir con lamentos oportunistas por impotencia.

Otro tópico típico es lo de que estos partidos suelen decidirse por detalles. Y así fue el tempranero del sábado.  Un detalle arbitral tan bien sancionado como si no lo hubieran hecho, en un encuentro equilibrado con más emoción que juego y menos expectativas que ilusión, aunque a partir de ese momento el Madrid fue sobradamente mejor. Dos equipos venidos a menos con su relevancia europea perdida. Incluso en la Liga, no ya los medianos sino también los modestos le han perdido el ancestral respeto. Cualquiera le pinta la cara con apenas dos o tres jugadores destacados que no serían ni suplentes en sus millonarias plantillas. Esta categoría actual de Madrid y Barça convierte en anecdótica cualquier deriva arbitral.  Como justificación, reseñar que andan en una etapa de renovación tan problemática como importante. Los blancos, huérfanos de gol desde la marcha de Cristiano y los culés anticipando el duelo por la próxima de Messi. Los goles patentan sistemas de juego, los que sean, y hacen figuras de futbolistas acompañantes que sin su aura serían normalitos.     

Volviendo a lo del sábado, por momentos, como bien ha señalado Schuster, parecía un divertido encuentro entre solteros y casados en lugar de un duelo en la cima del fútbol español. A falta de intensidad, brillo, velocidad y juego recio de los veintitantos que saltaron al césped, la emoción la propiciaron más Zidane y Koeman que sus talentosos futbolistas con planteamientos vivificantes que entretuvieron al respetable televisivo y alegraron la juventud de unos y reverdecieron el venerable pasado de otros. Si en un partido tan blando de merengues y culés los coge un mihura europeo les hace un siete. Así, bastó un chispazo de Benzema —magnífico por otra parte, como casi siempre desde hace un par de años— y otro de Messi para servir en bandeja sus goles a Valverde y Ansu Fati, con la imprescindible colaboración del movimiento de arrastre de defensas culés de Asensio y el desmarque y pase en franquía de Alba al morenito recordman barcelonista. El broche final de los ilustres fue el gol de la sentencia, gustándose, del Cruyff balcánico Modric, sin olvidar la seguridad goleadora del incombustible Ramos. Y eso fue lo reseñable futbolístico. Quedan para la historia otra manoseada e indecente trifulca arbitral de los desmemoriados y deslenguados de turno y tres puntos balsámicos para el yaciente Madrid.

Punto y aparte para Zidane, que con todas sus carencias sigue sin perder en el Nou Camp. ¿Suerte?, ¿acierto?, ¿o que tiene más vidas que un gato? Ustedes mismos, pero no presupongan ciencia al fútbol.

El Atlético superó la resaca europea que no pudo digerir el Sevilla y siguió a lo suyo. No encajar y conseguir algún golito para mantenerse en el palmito. Si acaso, lo más reseñable es que ese delantero inventado por Simeone, Llorente, sigue pidiendo a goles y fútbol total ser seleccionado por Luis Enrique. Es, quizás, de los pocos todoterrenos españoles que no desentonaría enrolado en cualquiera de ellos con similar entrega, garra, potencia, velocidad y eficacia.

El tema es que esta semana tenemos otra vez Champions y puede que se agrave la postración de unos y vuelvan la febrícula preocupante y la irrelevancia a otros.  O no, porque tampoco debemos olvidar que esto es fútbol, y como juego de suertes y alternancias lo que hoy es blanco mañana puede ser negro y al revés, ni que aun en su decadencia, Real y Barça disponen de mimbres y solistas que todavía pueden componer cestos majestuosos e interpretar sinfonías asombrosas si les acompaña el ánimo, las fuerzas, los compañeros y la suerte. Nunca se puede asegurar nada cuando entre el éxito y el fracaso media una pelota y noventa y tantos minutos.  

La semana pasada aventuramos que Luis Enrique debía reinventar la capacidad goleadora de sus medios o mover piezas hacia el centro de la delantera. Koeman acertó devolviendo el sábado al juvenil Fati a su antiguo puesto infantil de delantero centro.

Con confianza, Traoré en banda y Ansu por dentro podrían formar un dúo demoledor. Tiempo y hierba, que decía un sabio tratante respecto al engorde de corderos. 

Finalizando, ¿conspiraciones arbitrales? ¡A llorar al árbol!, que decía Jesús Belascoaín; amigo ilustre.

 

lunes, 19 de octubre de 2020

CA UNO ES CA UNO


Esa frase tan del pueblo atribuida al torero Rafael el Guerra explicita que no se le pueden pedir peras al olmo.

De Isco no esperen pases a la primera sin antes amagar hacia cualquier lado o medias vueltas con el culo como centro de su juego. De Marcelo, tampoco que sea tan buen defensa como atacante fue antaño, y últimamente ya ni eso; hace mucho que ni uno ni otro están para jugar en el Madrid. Y lo peor es que Zidane lo sabe mejor que nadie. Si a esas minusvalías le sumamos que el multiusos Nacho ya vivió sus mejores lunas de blanco y que Lucas Vázquez sigue en la plantilla por aquello de cubrir las exigencias europeas del cupo de canteranos para la Champions, tendremos el cuadro que explica parte de la debacle blanca contra el Cádiz; pero solo parte, porque en la segunda ídem el técnico cambio medio equipo y tampoco subió nivel.

La explicación también la resumió el mítico torero citado con aquello de “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”. O lo que es lo mismo, andando no se juega. Ni velocidad ni garra ni desmarques ni juego con y sin balón ni ganas. Ese es el resumen del partido que hicieron el sábado los merengues contra los entusiastas y bien ordenados cadistas del tan modesto como extraordinario Álvaro Cervera. Que otro Álvaro, el ex madridista Negredo, con más mili que Cascorro y de vuelta de todo les diera a los blancos una lección de pundonor y saber estar de delantero a sus treinta largos, refleja la birria que protagonizaron los madridistas actuales. Solo Benzema, más solo que la una en sus meritorios esfuerzos, parecía tener el otro día vergüenza torera junto al lesionado y sempiterno Ramos mientras estuvo. Y eso también lo sabe porque lo sufre el entrenador gabacho.

¿Soluciones? Paciencia franciscana y que pase pronto este año a ver si para el siguiente llega la caballería en forma de dos o tres fichajes que galvanicen el panorama. Porque, a ver, ni Vinicius ni Asensio ni Rodrygo ni el propio Benzema ni ningún otro delantero actual garantizan veinte o treinta goles por temporada. Y ni Modric ni Kroos ni Valverde ni Casemiro, por buenos que sean o hayan sido hace años los primeros y sean también los segundos en tareas esforzadas, pueden manejar la brújula blanca con la exigencia que comporta aspirar a todo. Falta ver a Odegaard ocho o diez partidos seguidos de titular en el eje del juego blanco para calibrarlo.

El Barça tampoco tira cohetes, aunque tiene varios brillos que pueden iluminar el horizonte. Ansu Fati pudiera ser, el jovencísimo Pedri apunta maneras, Coutinho parece otro y Messi, aun desganado, aún le sobra categoría para arreglar descosidos en cualquier fogonazo. Sin embargo, Busquets ni entonado está cerca de su mejor versión, De Jong no termina de coger el mando y anda fallón, Griezmann no encaja, a Trincao le falta un buen partido, Aleñá y Pjanic están desaparecidos y a Riqui también le faltan ocho o diez partidos de titular y confianza para vislumbrar sus posibilidades. ¿Resultado? Pues que sin gol y escasas ocasiones, un Getafe sólido, legionario y bien aleccionado le baila tres puntos que podían haberle hecho engancharse a la cabeza tras el gatillazo del Madrid antes del duelo sabatino próximo, que pinta gris.  

El Atlético, aunque sume con los goles de Suárez, que tampoco baja el pistón, es una incógnita dados sus titubeos iniciales. El nuevo medio centro Torreira, mientras tuvo fuerzas, hizo un partido para la esperanza y la zaga colchonera continua en su línea de seguridad jueguen quienes jueguen. Sello Simeone, que tampoco descolore. Y el Sevilla euro campeón de Lopetegui dio la de arena ante el sorprendente Eurogranada, con un juego tan ramplón para sus intereses como la expulsión de Jordan y la derrota final; mal asunto para sus renovadas aspiraciones.

Con este preocupante panorama, la Champions que empieza puede ponernos en nuestro sitio.

Finalizamos con el petardazo de nuestra Selección ante la mediocre Ucrania. Luis Enrique, aunque quiera disimular la carencia de remate, debe reinventar la faceta goleadora de sus excelentes medios o probar a Traoré por el centro —en banda tapa a Navas— porque ni Rodrigo ni Gerard ni Olmo ni Oyarzabal ni otros son Villa o Raúl ni goleadores de garantías para su nivel de exigencia.

En el fútbol, como en los toros, sin espada no hay cortijo.

   

 

lunes, 12 de octubre de 2020

DEL PELLIZCO A LA GATERA


 

¡Trallazo de luz!, versificaba con su voz enronquecida el gran dramaturgo y   poeta murciano Lorenzo Fernández Carranza refiriéndose a su Cehegín del alma. Ceheginero a gala, mi tristemente desaparecido amigo hacía bueno el poema  If de Kipling porque jamás perdió la dignidad ante el éxito —ganador del Lope de Vega de teatro en 1980 con Los despojos del invicto señor y finalista tres años antes con Años de ceniza, cuando lo ganó Fernando Fernán Gómez con sus bicicletas para el verano— ni ante la precariedad de su famélica y sempiterna bohemia militante. Murió como vivió; pobre, humilde, soñador y altanero, sin embargo, cuando de defender el arte, la amistad y la honradez intelectual se tratara. Siempre recuerdo su figura y su voz de trueno cuando algo me pellizca poderosamente y siento un trallazo en las entrañas.

Descubrí la enorme transformación de Adama Traoré en la pasada Europa Ligue, cuando hizo un jugadón con su Wolverhampton desde el medio campo por el centro para conseguir un gol de bandera yéndose en velocidad por potencia y cambio de ritmo de varios rivales.  Y sentí tal pellizco que investigué hasta no comprender cómo un futbolista así no estaba en un grande español y se le había escapado al Barça años antes. Y tampoco entendí cómo no era titular indiscutible de nuestra selección nacional. Meses después, Luis Enrique se atrevió a ponerlo e imagino el trallazo de luz que sentirían quienes no lo conocieran. Un pellizco alegre en las entretelas futboleras porque hace mucho que se han perdido los antiguos extremos que se iban por potencia y velocidad para poner balones de gol a sus compañeros. Fútbol sencillo y de verdad. Fútbol del bueno al margen de gustos, tácticas y disquisiciones técnicas.  Fútbol que nos pone a todos de acuerdo, como el sabor auténtico del marisco fresco bien cocido o el buen vino, que decía otro ilustre a quien recuerdo más cada día cuando saboreo el fútbol bueno como expresión artística; el tan inigualable como irrepetible maestro Juan Ignacio de Ibarra.

Así de clara es la autenticidad en el fútbol, como también lo es en la vida misma. Luego vendrán los matices, las opiniones y el tiempo de cocción de cada jugador o de cada cosa, pero lo que nadie discute es el trallazo de luz que han supuesto el español de origen malí y el juvenil Ansu Fati, también con raíces africanas, para los aficionados españoles. Y cuando los veo recuerdo a aquella selección francesa de Tigana y Platiní que fue campeona de Europa en 1984 con más de medio equipo compuesto por jugadores de color. Una de las ventajas de la integración racial en cualquiera de nuestras sociedades occidentales, como sucede desde siempre en el deporte de EEUU. Algo que inevitablemente vivimos en España y que ojalá nos sirva para bien y no para todos esos males apocalípticos que tantas veces nos anuncian algunos y que a veces tendemos a asumir por la problemática que también acarrea. Adama y Ansu podrían ser ejemplos para unos y otros; también en lo personal, porque rezuman sencillez y humildad en el triunfo. Ejemplos de que la convivencia es posible desde el respeto y el esfuerzo, pero también desde la comprensión, la generosidad y la esperanza.

Y llegamos a las gateras, esas vías de escape para usar en la indignidad. El sábado me preguntaron en Cartagena cuándo empezaba a jugar mi equipo. Se referían al Real Murcia, claro. Y en ese momento sentí otro pellizco, pero de humillación. Y no por quien me requería, que además de buena gente goza de mi cariño y es sentimiento recíproco, sino porque no encontré respuesta adecuada a lo que realmente sentía.

En décimas de segundo di un paseo por la historia y mi confusión fue mayor. ¿Empezar a jugar? ¿A jugar como cuando subió de Tercera a Primera en dos años? ¿Como cuando permaneció varias temporadas en Primera? ¿Como cuando a fuerza de ser campeón sigue siendo el rey de Segunda? ¿O como cuando subimos a Segunda siendo campeones de todo con un grupo de amigos en la directiva, o qué? 

Y la realidad se impuso a los recuerdos e incluso a los sueños. Mi amigo se refería a esta próxima y seguramente aciaga temporada, en la que permanecer en Segunda B sería un éxito.

Al final veremos quién o quiénes tienen que coger la gatera. Y no será por falta de advertencias y ocasiones. Una verdadera pena. Un drama.

 

martes, 6 de octubre de 2020

LA PASIÓN MANDA

 

Se dirige con la cabeza, se ejecuta con las entrañas y juegan el tronco y las extremidades. Pero si no se le echa pasión, el fútbol y cualquier deporte, como todo en la vida, resulta anodino, reiterativo y cualquier cosa menos emocionante. Tanto si te llamas Ansu Fati y tienes menos de dieciocho como si te llaman leyenda por otros tantos años en activo y respondes por Jesús Navas.

Con las entrañas se nace, y en ellas también van de serie las capacidades de cada cual. Por eso dijimos que así como Vinicius vino equipado de la imaginación y el desborde, nunca tendrá el gol de Raúl, por ejemplo, que lo traía enredado en sus entretelas. Ni tampoco el del blaugrana Ansu. Como tampoco Benzema, magnífico futbolista, media punta vocacional y normalito goleador. Por eso pasó algunos apuros el Madrid contra el Levante. Así, aunque marcaron un par de goles excelentes en un buen partido de los merengues, si fueran matadores ambos delanteros los blancos hubieran cosechado una goleada de época.

Hablábamos de que la pasión marca diferencias en cualquier actividad vital. Como exponente, el arte en cualquiera de sus manifestaciones. La afición despierta inquietudes, las capacidades señalan caminos, la técnica otorga profesionalidad y la constancia y la suerte trayectorias, pero solo la pasión, que se manifiesta en detalles tan deslumbrantes como sugerentes, es capaz de emocionar al que la regala y al espectador. En el fútbol tampoco es diferente.

Messi, que todos sabemos que juega a remolque de sus circunstancias recientes en el Barça, tiene en su pasión por el juego al que dedica la vida el verdadero resorte de sus ansias. Y como no lo puede remediar, le brillan los ojos cuando marca, a la par que emociona a sus seguidores piensen lo que piensen de su amago de deserción de hace unas semanas.

Y eso es lo que distingue también a los aficionados irreductibles de cualquier club. Una vez aseguré que los forofos, por criticables que sean algunos hechos y actitudes que censuro, en los que la ausencia de autocrítica de parte no es lo menor, sin embargo, me producen ternura. Y es que, emociona la honestidad de lo auténtico.

El artista, y un gran futbolista lo es, emociona cuando desnuda sus propias pasiones y lo transmite generosamente en sus obras. Y ese don no entiende de edades ni circunstancias. La verdad sin matices se consume en el incandescente fuego de la eternidad. Eso nos ocurre cuando recordamos a los grandes: Pelé, Di Stéfano, Maradona, Cruyff, Eusebio, Ronaldo, Zidane, Beckenbauer, Puskas, Boby Charlton, Luisito Suárez, Gento, Xavi y compañía.

Esta liga se antoja competida porque la pandemia que nos asola ha cerrado el grifo de los grandes desembolsos a los poderosos. Y cuando rebuscan en el bolsillo de sus canteras y alargan la idea de sus veteranos tanto los grandes como los pequeños las diferencias se acortan. Un canterano bueno vierte su pasión en el césped lleve la camiseta que lleve, y esa cualidad, como la clase, no entiende tampoco de dinero en sus primeras lunas. Otra cosa será cuando despierte apetitos y se mezclen la ambición con la lógica y las miras de futuro. Así que disfrutemos de los chavales que ponen en liza unos y otros, así como de las penúltimas correrías de los mayores.

Finalmente, ilusiona que Luis Enrique piense lo mismo y no mire carnets de identidad ni currículos ni procedencias en sus listas. Reitero que algunos jugadores maduran antes y otros después, y es apasionante que compitan por defender nuestros colores en el intento que anhelamos de reverdecer laureles. Esos mismos seleccionados corroboran lo anterior; hay algunos futbolistas desconocidos para muchos aficionados porque no pertenecen a clubes señeros ni han estado en candelero en la última década, pero no por ello son menores en su juego; Campaña y Traoré, por ejemplo.

Hasta ahora la Selección está cumpliendo expectativas y enseguida la veremos de nuevo en liza. Me gusta la elección que ha hecho el asturiano mal encarado, que una cosa no quita la otra, así como su empeño en no perder las esencias que nos hicieron grandes hace un decenio añadiendo la verticalidad precisa al carecer de goleadores consumados en el panorama mundial.

Y hay un detalle que me esperanza: intentan añadir la garra que le imprimió Luis Aragonés, que de alguna forma caracterizó igualmente al propio Luis Enrique jugador. Eso se lleva en las entrañas y es el mejor argumento para emocionar.

Suerte y ánimo.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

ESPEJISMOS

 

 

En los últimos veinte años, solo Messi y Cristiano han corroborado en el césped el diferencial del dinero que mueven respecto al resto de futbolistas. Y no siempre. De ahí para abajo juegan los matices.

Por lo más reciente y no abundar, en el Villamarín, un canterano blanco como Mayoral hizo más en pocos minutos que Jovic —sesenta millones de fichaje—en tres cuartas partes del partido. Y podríamos poner de manifiesto sus diferentes trayectorias y circunstancias, pero los dos o tres movimientos inteligentes de delantero que hizo el madrileño dieron para establecer comparaciones.  Sirva solo como ejemplo de los espejismos que acumula el fútbol.

Luego, también hay otras realidades, como que Benzema luciría más de media punta, que es su verdadero juego, con un delantero centro que le despejara horizontes. Lo que él mismo hizo durante años a contra estilo para favorecer infinidad de ocasiones y goles a Cristiano. Porque el francés sí es un media punta, no Isco ni Odegaard, por citar otros dos casos paradigmáticos. El malagueño es un interior con capacidad de organizar juego, pero con vocación de regate y regodeo estéril al que no le acompaña el físico ni los pulmones por mucha clase que atesore; tampoco la generosidad. Debería fijarse en un tipo como Thiago, que tampoco anda sobrado de velocidad, pero atesora una brújula en su cabeza y conjuga la clase con el juego a uno o varios toques, según conviene a su equipo, siempre con la vista alta. En contraste, el noruego sí tiene capacidad física y técnica, pero puede ahogarlo Zidane en su empeño de que juegue de espaldas a la portería para recibir desde atrás. Tal vez le vendría mejor jugar veinte metros más retrasado para explotar sus cualidades y encarar a las defensas contrarias con espacio por delante. Así triunfó en la Real.

Los técnicos, también con tantos matices como situaciones diversas, tienen más influencia en la trayectoria de los equipos que la mayoría de los jugadores que dirigen, incluidos los fichajes millonarios, los normalitos  y los canteranos.  Precisamente, la importancia de quienes son capaces de imaginar sistemas de juego, de reinventar futbolistas o manejar vestuarios complicados y les sonríe la fortuna y los triunfos son los más demandados y mejor retribuidos por los grandes clubes. Un futbolista solo no puede cambiar la historia de un club, pero un buen entrenador sí. Por citar algunos ejemplos, Mourinho está en la élite por ganar la Champions con un Oporto casi desconocido y luego con un Inter de medianías. Guardiola por cuanto consiguió en el Barça tras echar a sus figuras y hacerlo campeón de todo subiendo a canteranos desde tercera división, como él mismo, e imponiendo un estilo acorde a sus bajitos —en frase afortunada de Luis Aragonés—.  Simeone ha dotado al Atlético de un estilo inconfundible hasta devolverlo a la primera línea del fútbol nacional y  europeo. Y recientemente, Klopp y Flizk ocupan la cúspide devolviéndonos al fútbol total con el Liverpool y el Bayern con escasos grandes nombres, con Zidane también en el candelero inmediatamente anterior tras ganar tres Champions seguidas; record que será difícil de igualar, aunque este sí dispuso del mejor goleador mundial en plenitud sin tener que inventarlo.

Punto y aparte para el francés, a quien se le puede discutir lo que queramos, pero nadie le niega su magnífica gestión de egos en el siempre complicado vestuario madridista.  Ahora, sin embargo, anda reinventado un Madrid agostado por la edad y la salida de un goleador irrepetible para cumplir los designios de su jefe Florentino y hacer una transición potable hacia un equipo notablemente más joven. Un reto difícil en el que deberá mezclar dotes de buen técnico, lo que se le discute, con su demostrado saber hacer con los consagrados.

Volviendo al principio, podríamos hacer el ejercicio de quitarle los nombres y dorsales a los jugadores y enmascararlos para saber en cualquier partido quién sería capaz de distinguir entre los más y menos costosos para sus clubes. Seguramente nos llevaríamos muchas sorpresas. 

En el fútbol hay tantos espejismos como circunstancias inmanejables, que son demasiadas si le añadimos el factor suerte, que juega más de lo que muchos evidencian. Pero hay algo que no cambia: cuando triunfa un futbolista siempre está detrás el nombre de quien ha sido capaz de ponerlo, de mantenerlo y de hacerle creer en sus posibilidades.

 Y a veces hasta de inventarle un sitio diferente en el terreno de juego. Ese es el mayor mérito.

 

viernes, 31 de julio de 2020

EL REAL MURCIA ES OTRA HISTORIA


 

El relato es atractivo. Y deseable. Y hasta apasionante para una parte del murcianismo militante que siempre vio en los recursos propios y en la cantera la solución. Pero las circunstancias mandan y el encomiable sistema alemán de gestión de clubes de fútbol está pensado para instituciones muy diferentes al Real Murcia actual: saneadas, con infraestructuras, estadios abarrotados y compitiendo a su nivel.

Echando la vista atrás, los antiguos aficionados recuerdan al Murcia de Pepe Pardo, con Vidaña, Guina, Manolo, Figueroa y compañía como el equipo que alcanzó su cima y nos llevaba en volandas. Otros también añoramos al Murcia de Moreno Jiménez que plagado de murcianos subió de Tercera a Primera en dos años. Y a los juveniles que llenaban La Condomina. Pero la diferencia con la actualidad es que muchos eran también internacionales titulares de la Selección Juvenil española.

Nuestro Real Murcia compitió mayoritariamente en Segunda, categoría en la que sigue siendo el rey, y dieciocho temporadas en Primera. Solo bajó a la tercera categoría del fútbol español a finales de los sesenta, para recuperar pronto su verdadera dimensión. Y ya a finales del siglo pasado volvió a caer en el pozo por desidias administrativas, que se repitieron después, y el nefasto XXI es consecuencia, aunque hasta en esa época “samperiana” hubo momentos de gloria ascendiendo a Primera con veinticinco mil abonados —tope autoimpuesto—.

Las últimas siete temporadas, sin embargo, pasarán al imaginario murcianista como la etapa más negra. Y en ese calvario seguimos. Ni éxitos ni ilusiones ni siquiera esperanzas. Y lo peor es que tampoco se atisba ambición. Ahora, el objetivo es mantener la tercera categoría de nuestro fútbol; la llamada Segunda B Pro. Y podríamos preguntarnos, ¿pero hablamos del Murcia o del Imperial? Porque el filial siempre fue de esa categoría. No, amigos míos, se trata para más sal en nuestra herida de un Real irreconocible.

A los gestores actuales del Real Murcia les cabe la honra de haberlo mantenido vivo, que no es ni más ni menos que lo que antes hicieron otros murcianos con menos medios; por eso nunca desapareció. Son un eslabón más en la cadena centenaria murcianista. Lo lamentable sería que ese eslabón, que podría haber pasado a la historia con tan loable mérito y veintitantos mil accionistas, acabe siendo también el que la entierre. Baldón para siempre.

Cualquier historia de supervivencia es una carrera de relevos. Y hay momentos en que es necesario saber echarse a un lado para que otros con más fuerza continúen el esfuerzo colectivo. Eso es honestidad, realismo, generosidad, criterio, lealtad, inteligencia y solidaridad. Lo contrario, mantenerse en el palmito a toda costa, sería venialmente egoísmo y mortalmente irresponsabilidad manifiesta.

Señores directivos, consejeros, arrimados, dueños minoritarios, abonadores y palmeros, el Real Murcia representa un relato de categoría, orgullo, cercanía y ambición aun con demasiadas frustraciones. Y hasta de señorío, porque como decíamos la semana pasada, en los peores momentos también cabe grandeza.

Confiar el futuro resignado que alientan a que la afición responda, como ocurrió la temporada pasada con once mil abonados, aunque muchos de ellos no pasan de ochenta euros al año —encomiable, pero a todas luces insuficiente— es frustrante. Y ser conscientes de aspirar a la tercera categoría con lo que da la mata porque no hay posibles ni se esperan y las deudas aprietan, raya en la insensatez fraudulenta.

El Real Murcia siempre fue el primer club de la región. Ahora, para estupor de miles de propios y hasta de abonados de toda nuestra tierra que hacían kilómetros para ver los partidos de casa o acompañar al equipo fuera, se trata de competir en igualdad, en incluso en inferioridad, con nuevos clubes y otros antaño rivales del Imperial, hasta de su misma población, con la honra que cabe.

La afición responderá, sin duda, y sacaremos nuestros abonos —¡lo animo fervorosamente!—, pero es penoso que luego acudan la mitad al estadio y lo hagan solo por fidelidad al escudo y no porque los responsables —todos— de esos colores generen pasiones. No obstante, piensen que esa llama se tornará mortecina con la mediocridad. Sin magia no hay emoción, y sin ella tampoco futuro.

La buena voluntad es plausible. Y el reconocimiento obligado. Pero la cerrazón es ceguera. A tiempo han estado, y quizás aún pudieran abrochar su gestión.

La realidad es tan inapelable como el Real Murcia otra historia. Y no de ambiciones personales.

¡Ojo, que este toro no es una mona!

        

       


sábado, 4 de julio de 2020

RECUERDO INACABADO DE PEPE VIDAÑA



Se nos ha ido como del rayo, que diría Miguel Hernández, pero los hombres como Pepe nunca se acaban porque unen su nombre para siempre a la pasión de su vida. Y si el fútbol fue cuna de sus sueños, el Real Murcia acunó sus emociones; esas que cuando son tan auténticas como apasionadas contagian la grandeza que las inspiran. Las que no engañan. Las de los hombres indiscutiblemente grandes. 

Traté a Vidaña en sus años brillantes, cuando pusimos CajaMurcia en el pecho grana.  Y compartí muchos ratos con él y aquellos futbolistas foráneos distinguidos a quienes capitaneaba desde su aparente timidez, que no era sino humildad ejemplar; quizá su grandeza más íntima y junto a la honradez y la lealtad las que mejor lo definen.

Se sentaba esquinado, por no figurar, observando mis reacciones ante los comentarios de Guina, Figueroa, Manolo, Tente Sánchez o Tendillo, con su media sonrisa de buena gente; sabía que disfrutaba con aquellos compañeros suyos que tanto nos hacían vibrar en la Condomina y por esos grandes estadios donde lucieron con orgullo y honor el escudo de nuestro Real Murcia. Tal vez creyera que apreciaba más sus deslumbres que la leyenda que él era para mí desde que empecé a seguirlo de juvenil, cuando lideraba a los chavales que llevaron al Murcia a los más alto de las promesas del fútbol español para en solo dos años, desde los dieciséis que llegó de Padules, ser titular indiscutible de la selección nacional juvenil con el legendario Andoni Goicoechea de suplente.

Aún no sabía lo que me apasiona el fútbol de cantera. Y él lo representaba como nadie, hasta el punto de asegurar toda su vida que el mejor camino de un club como el Murcia es potenciar a sus jóvenes de un modo profesional organizado. Y esa carencia es una deuda eterna que tendremos con Pepe Vidaña; siempre se ofreció a trabajar en tan hermoso proyecto.

Así, un día caluroso del verano del 93, recién ascendidos a Segunda, me hice el encontrado y le ofrecí a bote pronto hacerse cargo del Murcia B. Y nuestro amigo Pepe, que disfrutaba en el Cieza del prestigio de haberlo ascendido con poco a Segunda B, no dudó en responderme que nunca negaría al club de su vida; un apretón inmediato de manos selló nuestro compromiso. ¡Cómo jugaba nuestro filial! A algunos compañeros de directiva les sorprendía que no me perdiera un partido de aquellos fenómenos que pusimos en sus manos, con Pepe Ruiz Berenguer al frente, a quiénes Vidaña hizo mejores hasta pasar varios al primer equipo.  Meses antes habíamos fichado a Vicente Carlos Campillo, con quien fuimos campeones y Pepe había compartido momentos inolvidables que gustaba recordar; en caso de duda, los nuestros siempre.

Cuando dimití en Navidad para no malvender la Condomina -estaba obligado-, una de mis tristezas fue perder el contacto diario con gente como Pepe o el vitoriano Juanjo.  Otro capitán que se hizo tan murciano de corazón como su inseparable vasco extremeño Manu Núñez, quien más veces ha jugado con el Murcia en primera y compañero de ilusiones en la escuela de fútbol del Barnés. Tan distintos y tan parecidos en pasión deportiva, siempre con el grana en sus almas.

Un día me contó cómo otro recordado murcianista, José Víctor Rodríguez — a quien fichamos también—, lo llamó para explicarle que su sitio no era de extremo, como vino a probar al Murcia, sino de defensa central. Y cómo le enseñó a saltar de cabeza lateralmente con el hombro por delante y no de frente con el pecho para ganar impulso, efectividad y contundencia. E inteligente como era, aprovechó al máximo eso y cuanto le enseñaron quienes sabían. La humildad de quien empieza es la base de todo éxito posterior, le decía yo. Y hasta la de los verdaderamente grandes en cualquier actividad, como demostró él enfrentándose a los Butragueño, Quini, Maradona y tantos otros figurones.

Por eso, fue una delicia durante años escucharle a él y al irrepetible Maestro Ibarra en nuestra Peña del Pavo infinidad de anécdotas de aquellos tiempos de lustre y menos lustre pimentonero.

¡Cuánto vacío! Me cabe el triste honor de haber escrito despedidas emocionadas sobre el presidente Pepe Pardo, el periodista Juan Ignacio de Ibarra y los futbolistas Antonio Ruiz Abellán y Pepe Vidaña. Cuatro amigos. Cuatro números uno. Cuatro historias vivas inacabadas porque brillan en la memoria colectiva del murcianismo militante.

Hasta luego, Pepe. Otro día nos sigues contando abonico.  

jueves, 2 de julio de 2020

DE BOQUERAS, INGENUOS, PROFESIONALES Y LLORONES



El Barça empató en Vigo y gracias; pudo ser peor si Nolito no fuera de mayor lo que apuntaba de joven en su filial: solo un proyecto de figura. De lo contrario, la hecatombe ya habría sobrevenido por can Barça; falló a segundos del final un gol cantado para el Celta que hubiera supuesto una derrota bochornosa para los de Setién, jugándose la Liga. Y también se dejó empatar en casa con un Atlético que le dio una lección de bloque y espíritu y hasta pudo ganarle también a última hora, en un partido de penaltitos infantiloides.   

No obstante, es más ajustado hablar del Barça de Bartomeu —ya conocen mi criterio de ir a la cabeza siempre—.  Hace meses, en pleno encierro por el virus, predije que los blaugranas empezaban a perder la Liga por la larga lengua y los despropósitos ficheriles virtuales del presidente blaugrana y el llanto equívoco del técnico cántabro, aduciendo que los cinco cambios le perjudicaban. El seguramente buen empresario de lo suyo, metido a gerifalte futbolero de ocasión, infiltró en el vestuario la carcoma de los fichajes y descartes virtuales; dadas sus penurias económicas solo puede usar el anticuado “cambio espejo por oro”. Y claro, ¿cómo puedes pedir encomio y entrega a la media plantilla puesta en el mercado?

El uruguayo Suárez lo dijo bien claro al despejar hacia los técnicos las causas del bajón culé fuera de casa. Lógicamente, un jugador no puede culpar a sus compañeros de falta de actitud, pero tampoco a quien le ficha, renueva y paga.  ¿Lo fácil?: a un modesto de los banquillos que está más fuera que dentro, aunque pueda decir que le quiten lo bailao volviendo al plácido susurro de vacas.  

Quique Setién, un exquisito y meritorio ex futbolista, pagará la enésima cuenta pendiente de una plantilla messianica. Un técnico aseado para equipos menores, pero inexperto en vestuarios con demasiados egos; los desplantes de las vacas sagradas en las pausas y lo de Griezmann es sintomático. Amén de sus postración ante Messi, que es quien manda.

Es decir, todo por y para el líder y prohibido pensar. Solo hay que verlos jugar: Messi toca, organiza, desmelena y gana, cuando le salen las cosas, y si no, siempre habrá un chiquillo a quien culpar.  Y el que no le devuelva la pelota, invente o mire hacia otro lado ya puede buscarse otro lugar al sol. Pero esa reiterada circunstancia no es nueva. A vuela pluma recuerdo el extenso Madrid de Di Stéfano o el Barça efímero de Cruyff, aparte del reciente Madrid goleador de Cristiano; tres monstruos que protagonizaron épocas doradas de sus clubes. 

Y del boqueras Bartomeu y el ingenuo Setien pasemos a profesionales de éxito y postín. A Simeone ya lo retratamos en exclusiva la semana pasada, por lo que me centraré en Zidane.

El técnico blanco, a quien ya hemos dedicado columnas en estos años, hace continua gala de fútbol sapiente y elegancia humana. Lo primero porque por mucho fútbol que sepa: juego, vestuario, banquillo y despachos, nunca pierde su categoría. En el imaginario colectivo, más allá del negacionismo de los recalcitrantes que pasan de sus éxitos, a algunos les parece fácil lo conseguido en sus pocos años de experiencia; y paso de enumerarlos por universalmente reconocidos, pero seguramente serán tan irrepetibles como los del legendario Gento. Y acentúo dos cualidades: nunca le han dolido prendas en reconocer méritos ajenos y ahora reconoce que fue mejor jugador que técnico, cosa en la que discrepo porque de figura de corto duró un rato —apenas cinco años— y de técnico ya lo ha alcanzado y podría superarse. Más que timidez o humildad, que también, yo lo llamaría señorío, elegancia e inteligencia. Las dos primeras cualidades están demostradas y la tercera llegará con el tiempo:  la eterna y boxística esperanza blanca. Un profesional grandioso al que recurrir siempre.

Y llegamos a los llorones. En Piqué podría coincidir también la de boqueras o bocazas.  El central culé, a quien rindo tributo de gran futbolista y defensor hasta sangrar de nuestra España selección, aunque sorprenda, le pierde su proverbial afán de protagonismo.

Portento físico, inteligente y emprendedor, añade una desmedida ambición si no pensáramos algunos que es una calculada estrategia para unir a su palmarés el brillante eslabón de presidente del Barça.

Es a lo que juega, pero debería tener en cuenta que llorar es una rémora humillante para sí mismo.

Cuando escucho a alguien del Barça o del Madrid quejarse de los árbitros recuerdo a los simplones que escupen al cielo.  


martes, 23 de junio de 2020

SIMEONE EJEMPLAR



Al margen de sus cualidades como técnico, basadas en lo que fue como futbolista: garra, corazón, empuje y juego pardo, ejemplifica imaginativa y filosóficamente las cualidades de un líder indiscutible. Ha hecho del Atlético todo un laboratorio de ideas, además de una fábrica de excelentes jugadores, y va camino de convertirse en el entrenador más longevo del fútbol español.

¿Su receta? Una idea clara: pulir hasta dar brillo a lo que siempre distinguió al Atlético, por eso ha mimetizado su figura con los valores colchoneros de siempre —hasta en la desgracia de las finales de Champions—; dibujar con lo que puede un equipo tan singular como definido e inconfundible, dirigir con perseverancia, ortodoxia exclusiva en el tipo de futbolista que solicita porque le agrada, y si no, lo imagina en cualquier otro hasta que lo reinventa; y unas características visibles de notable éxito que le han propiciado manejar el timón en solitario, solo rodeado de un cuerpo técnico fiel a su imagen y semejanza, sin injerencias directivas tan al uso en el antiguo Atlético Aviación o en el contemporáneo Atleti de los Gil. 

Si hubo un controvertido antes y después en el Atlético de Madrid desde Jesús Gil, lo mismo, pero con escasas sombras, se dirá en el futuro de Simeone. Cogió el equipo hace diez temporadas en medio de una de sus recurrentes crisis y ha logrado devolverlo al sitio que le corresponde por historia y categoría. En el camino y el olvido, de club vendedor de figuras: Torres, Agüero, Falcao, Courtois, De Gea o el mismo Costa, como antaño  Hugo Sánchez, a fichar a la promesa del fútbol portugués, Joäo Félix, por ciento veinticinco millones de euro. Mención aparte el lunar de Griezmann, a quien el Cholo otorgó el papel de figura a plena satisfacción tras ficharlo de la Real con vitola de futurible y le salió traidor, aunque ha sido el futbolista que más dinero ha dejado a los colchoneros.

El francés, en todo caso, jamás disfrutará en ningún club, y menos en el Barça, del liderazgo que alcanzó con Simeone; una especie de maldición que persigue a los ex atléticos si exceptuamos en el tiempo a Hugo Sánchez y al Kun Agüero.

Y hay otra peculiaridad en el haber del argentino, que tiene mucho que ver con su eterno rival madrileño. Los jugadores colchoneros cruzaban la ciudad para vestir de blanco y subir de categoría, y solo lo hacían al contrario cuando no cuajaban por Chamartín en busca de una segunda oportunidad o como plácida retirada. Sin embargo, gracias al instinto del enlutado argentino, los exjugadores blancos buscan en el Atleti un trampolín hacia el estrellato: a un extremo como Juanfran lo reinventó como lateral hasta hacerlo internacional con España, camino que inicia ahora un sorpresivo Marcos Llorente al que ha reseteado para que siga esa misma senda pasándolo de medio centro a segundo punta. Si cuaja, y tiene todos los números, es probable que Simeone haya descubierto una figura que une a su portentoso físico, elasticidad y pulmones, una capacidad goleadora y de ruptura de defensas cerradas que puede marcar época en el fútbol.

En tal caso, y si le sonriera la fortuna a nivel europeo, Simeone pasaría de referente atlético a gurú mundial, al nivel de otros descubridores de talento: Rinus Michels y el fútbol total del Ajax de Cruyff, Sacci y los holandeses del Milán, rememorando a los anteriores y rompiendo el tópico del catenaccio; Rexach y el niño Messi, Valdano y Raúl, Guardiola y el Barça coral de Xavi, Iniesta y Messi; Luis Aragonés y la España de los bajitos o Zagallo y aquel Brasil de ensueño de Pelé en Méjico en el setenta, que había iniciado el polémico Saldanha.

Alguien dirá que exagero, pero de cuajar la explosiva mezcla que inició Simeone hace dos temporadas: garra, talento, agresividad y buen juego, y algo así vimos el otro día en Pamplona como antes de la pandemia en Liverpool, con baño incluido al todavía campeón de Europa de Klopp que tantos elogios acaparó la temporada pasada, y si la imprescindible suerte acompaña, el Atlético de Madrid no solo habría superado su maldición bíblica de pupas sino que haría escuela en el fútbol mundial. 

Una golondrina no hace verano, pero Llorente, con una legendaria genealogía madridista, puede ser el símbolo que sume Simeone a su filosófico partido a partido que tanta fortuna ha hecho en el imaginario popular para cualquier cosa.

¡Qué grande es la imaginación!       

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