martes, 31 de marzo de 2020

A TI, HÉROE DESCONOCIDO




A veces nos emocionan detalles aparentemente pequeños. O los más inesperados. Y hasta los menos comunes. En mi caso, reconozco que me tocan las fibras quienes son capaces de empatizar con sus rivales, hablan bien de ellos o son capaces de felicitarles sin negarles méritos. O reconocen su buen comportamiento, que han sido mejores o que han tenido una mejor idea. Los que son capaces de abrazar a sus antagonistas o perdonar a sus enemigos. Y hasta los que reconocen sus errores y piden disculpas de corazón. Y, claro está, quienes olvidan sus diferencias, pero de verdad, para unir esfuerzos cuando las cosas se ponen feas.

Desgraciadamente, quienes deberían dar ejemplo, rara vez nos hacen sentirnos orgullosos de ellos. Y eso ha sido así en esta España nuestra desde hace demasiado; decenios. Ya saben a quiénes me refiero. Al contrario que sus antecesores, que protagonizaron con quienes peinamos canas o nada un cambio político y social tan decisivo como necesario, que sí nos hicieron sentir orgullosos de que nos representaran desde todos los colores ideológicos. Y de que les siguiéramos en ese arrebato de verdadero patriotismo que nos inundó a casi todos. Otros tiempos. Otras personas. Otros anhelos. Y otras circunstancias, también es verdad. El hambre de ser diferentes y de superar resentimientos viejos y traumas  era mucha, quizás tanto como ahora el empacho de tenerlo casi todo tan fácil y tan a mano.

Pero estos días, también, con tanto por ver desde la ventana o en los medios de comunicación y con tantas horas para reflexionar, he reparado en muchos desconocidos ejemplares.   
  
Un operario llevaba camas a un hospital improvisado.  Y otros montaban miles de metros cuadrados de instalaciones en el suelo para albergarlo.

Un camionero se lamentaba de estar varios días sin poder ducharse. Una joven decía que era voluntaria para hacer la compra a las personas mayores de su edificio. Un estudiante sanitario había ido a un centro médico a ofrecer sus servicios a nuestros admirables profesionales, a quienes ya rendimos justo homenaje.

Alguien manejaba una barredora por la calle y otra persona fumigaba. Y recogían la basura. Y atendían farmacias y estancos. Y traían alimentos a casa. Y daban soporte técnico a quienes informaban y entretenían por la radio o la tele. Y repartían periódicos. O consolaban.

Y vigilaban las calles de uniforme, y ayudaban a todo tipo de personas y en cualquier circunstancia. Y trabajaban en el campo, en las huertas y ganaderías. Y en tiendas y supermercados. Y salían a pescar. Y atendían por internet. Y facilitaban las comunicaciones.

Y daban clases de cualquier cosa por internet desde sus casas. O ponían música desde sus balcones. O cantaban.

Y bastantes empresarios, grandes, medianos y pequeños, y autónomos, y hasta deportistas de élite, ponían sus capacidades al servicio de lo que hiciera falta.

Y gente anónima hacía muchas más cosas de un modo también anónimo. A todas ellas mi pequeño homenaje. Y el de las personas de buena fe.

Hay que estar hecho de una pasta especial para esas bondades. Hay que poner mucho empeño para querer ser protagonistas anónimos en llevar la pesada carga que nos toca. Y hay que tener un corazón grande. Un corazón de persona de bien. En definitiva, hay que ser bueno en el mejor sentido de la palabra, como cantó Machado.

La España real frente a la ficticia. Los españoles auténticos frente a los falsarios. El corazón frente al odio. O, tal vez, la España auténticamente grande frente a la mediocre. 

Escribía también don Antonio Machado por aquellas calendas, tiempos convulsos de resentimientos, manos airadas y demasiada ignorancia, previos a la inmensa desgracia que trajeron los años treinta; que en España, de diez cabezas, nueve embestían y una pensaba. Y yo, con muchos más, quisiéramos pensar que ahora son nueve las que sienten y una la que desvaría. Y ojalá fuera así para siempre.

En cualquier caso, sirva el testimonio de todos esos seres anónimos que nos hacen la vida amable en estos tiempos desconcertantes para mirar hacia adelante con optimismo. Porque si algunos resultan impresentables tras presentarse a ser elegidos para lo que sea, que a muchos de ellos todo les vale —también hay buenos—, otros, nuestros héroes, que son infinitamente más y mejores, se presentan diariamente desde el anonimato para servir desinteresadamente a todos.

Y fijándonos en cualquiera de ellos y de los otros, podríamos decir con el Mío Cid, ¡qué buen vasallo si hubiera buen señor!



martes, 24 de marzo de 2020

NOS HARÁ MEJORES



Venía a decir un amigo, la Voz del monte, que comprobaba su amor alejándose una temporada para saber si la echaba de menos. Medio en broma y medio en serio, pero en la profundidad de sus ojos no mentía. Y creo que ahora lo estamos experimentando. Forzados, sí, pero también solidarios en un empeño común a menudo emocionante.

Nuestra pena por quienes caen. Los aplausos compartidos reconociendo el gigantesco esfuerzo de los sanitarios profesionales y voluntarios de cualquier clase; por la cooperación de las fuerzas del orden y el ejército; de los transportistas, agricultores, pescadores y ganaderos; de muchos pequeños, medianos y grandes empresarios; de autónomos y comerciantes; funcionarios y servidores públicos; terapeutas, profesores, periodistas, informáticos, empleados, taxistas, conductores, limpiadores y cuantos arriman su hombro para llevar el peso principal de esta ruinosa carga sobrevenida. Porque, reconozcámoslo, casi nadie intuía que el coronavirus covid-19 fuera tan atroz y cercano. Y yo el primero.

Poco más que una gripe. Eso pensábamos, y quizás sea así, pero para la que no estábamos preparados. Aunque desde la ignorancia, uno se pregunta si es tan difícil acabar con un virus cuando el género humano está tan avanzado en tantos campos. Lo peor sería confiar en otra casualidad como la de Fleming con la penicilina y las bacterias para hallar un remedio eficaz. Al menos, para algo tan previsible como los virus que cada poco nos enferman con alguna gripe nueva. Otra cosa son los criminales que surgen de improviso como maldiciones bíblicas: sida o ébola, por ejemplo.

Los virus son ahora el enemigo global y nos queda la esperanza de ser capaces de encontrar los antídotos oportunos igual que otros a lo largo de la historia pudieron contrarrestar pandemias como la del cólera, malaria, lepra, peste, sarampión, viruela y demás enfermedades terribles.

Por todo ello, la primera lección que deben extraer los políticos de esta crisis global es dedicar una parte importante de sus esfuerzos a apoyar a los científicos e investigadores que son quienes pueden hacernos ganar de verdad esas batallas de la naturaleza. Todo lo demás está bien, pero no dejan de ser parches voluntaristas para algo tan serio. Menos gasto en adornos y mamandurrias de todo tipo, por no esturrearme en señalar, y más en la defensa de la dignidad y de la vida.

El sufrimiento nos iguala a todos, como la muerte, y en esto no hay economía ni ideologías políticas que valgan. Las empresas farmacéuticas harán bien en invertir por la cuenta que les trae, y bienvenidos sean sus hallazgos, pero los gobiernos deberían empeñarse en dar esta batalla desde el sector público. A la corta evitarían sufrimientos y salvarían vidas de sus ciudadanos, que debería ser lo primero, y a la larga aliviarían los presupuestos desbordados por estas crisis y sus consecuencias sociales que, como la que ahora nos consume, pudieran derivar en conflictos aún más graves. Solo es cuestión de tiempo, tanto para lo bueno como para lo peor.

Volviendo a la mayoría, este tiempo de retiro puede propiciar que reorientemos el sentido de nuestra vida. Abramos almas y mentes. Un psiquiatra, neurólogo y judío vienés, Víktor Frankl, nos hizo el inmenso favor de contar su experiencia en los campos de concentración nazis con un librito que recomiendo y he regalado mucho: El hombre en busca de sentido. Es reconfortante, por su particularísima visión, a pesar de la tragedia que vivió. Y aunque nuestro encierro sea tan diferente, también nos puede ayudar a mirar, a ser y a obrar de otro modo. Y a querer. Y a ayudar.

En la añoranza puede anidar ese paso más allá que todos deseamos alguna vez. Quizás nos empuje a decirle a alguien lo que llevamos tiempo rumiando. O hacer aquello que deberíamos. El egoísmo, la soberbia, las falsas prisas, la timidez o simplemente la indolencia o el poco coraje, que también sucede, nos lo impiden.

Recuperar la espiritualidad sería magnífico. Repensarnos. Escuchar nuestro silencio, leer, meditar o rezar para trascender nuestra débil y efímera condición humana. Recomiendo ver Los dos Papas, una película de Fernando Meirelles donde se ejemplifica la renuncia a vanidades y prejuicios por algo superior.

Agustín Medina, un gran comunicador de los años ochenta, escribió otro librito precioso titulado Confesiones de un publicista comprometido. Entre otras, reflexionaba sobre aprovechar el tiempo pequeño, muy pequeño, que tenemos para ser sinceros con nosotros mismos.

Sería el inicio del camino para salir mejores de esta. Ánimo.

Y a todo esto, sin fútbol.   


viernes, 20 de marzo de 2020

CON LA PATA QUEBRÁ



Ahora que ya estamos todos emparejaos, recluidos en casa, sería el momento de reflexionar sobre lo que nos preocupa, nos ocupa y nos desocupa en nuestra vida.

No poder tocar, abrazar o besar a quienes queremos es la primera ausencia que nos debería servir para encarar el futuro en cuanto controlemos el bicho que nos asola. Ese día, iremos en su busca con ansias de que sientan en nuestros ojos, en nuestra piel, en nuestros brazos y de nuestra boca cuánto los echamos de menos. Y lo necesarios que son para sentirnos vivos en este mundo rutinario, mecánico, materialista y vacío. El amor es el primer alimento del alma.  Y la primera conclusión es que nos faltan horas en la vida para decir, hasta sin decir nada, tantos “te quiero” como sentimos. Pero hondos, cercanos y emocionados. Empecemos por quien tengamos a mano.

La segunda pata de ese banco de nuestra vida, la más personal, es la libertad. Libertad de salir, de entrar, de ir, de venir, de hacer lo que deseamos sin restricciones más allá del respeto a la libertad de los demás. Y ahora, cuando pasan las horas mirando desde la ventana hacia esa calle que nos lleva, entenderemos mejor lo que supone perderla. La segunda lección sería valorar que es un bien tan cotidiano como básico en nuestra condición humana. Hay que disfrutarla, pero también debemos luchar por ella cada día con el mismo ahínco que ponemos en otras cosas menos trascendentes. El espejismo de nacer con ella nos ciega su realidad. Seguramente, aquellos antepasados que ya nos dejaron o están cerca y vivieron situaciones tan trágicas como una guerra civil u otros desastres nos podrían explicar de primera mano lo fácil e inesperado que es perder la libertad. Y como enseñanza, deberíamos recordarlos o hablar más con ellos, o leer testimonios similares de quienes nos hicieron el regalo de escribir sobre esa irreparable pérdida.

Y llegamos a la tercera ausencia. La de no poder relacionarnos físicamente con quienes consideramos buenos conocidos o, la tercera bendición, simplemente amigos. Esos ratos de charla paseando o en torno a una buena mesa. Esas confidencias, aquellos puntos de vista diferentes, el consejo, la comprensión, el contraste, incluso la discrepancia, el saludo amable, el compartir, el abrazo o el adiós con todo y pese a todo; la compañía, en suma. La compañía de algunos semejantes que nos hacen el favor de su atención, respeto e inestimable cariño. Amistad viva y ejercida. Una suerte que termina de justificar nuestra existencia.

Finalmente, hablemos de fútbol. A veces me consideran merengue declarado o culé encubierto cuando me comentan esta columna. Y tras mi agradecimiento les suelo contestar lo mismo. Primero soy del fútbol y después reparto mis devociones. Por eso disfruté tanto del Brasil de Pelé o del Barça de Guardiola como antes con el Madrid de mi niñez y juventud; el de Di Stéfano y Gento y el de los yeyés de Pirri, Amancio, Velázquez y compañía. Y después con el de la quinta del Buitre y más reciente con el tricampeón europeo de Zidane. Y por eso también sonrío cuando recuerdo al Murcia de los Añil o Ruiz Abellán y a sus compañeros ascendiendo de tercera a primera en dos años. Y a los Vidaña, Guina y Figueroa enorgulleciéndonos contra los grandes. Y al del ascenso a Segunda con un grupo de amigos directivos, con los goles de Cantero y Julián y Campillo a los mandos. O mantengo en mi retina el equipazo del Cartagena de Mesones y Perico Arango en el viejo Almarjal de los setenta. Y aún me emociona añorar a la campeonísima España de Luis y Del Bosque, y a la de Luis Suárez e Iríbar ganando la Eurocopa del 64.

Y por eso también, aún retumban en el salón de mi casa los gritos de alegría cuando el Atlético de Simeone tumbó al soberbio Liverpool de Klopp. Toda una lección del fútbol bueno; el atacante espectacular aun sin suerte y el defensivo con efectos demoledores. Oblak y Llorente me hicieron vibrar porque si el fútbol es primera devoción, sentir mis colores como los de cualquier equipo de mi tierra son la segunda y tercera.

¡Vivan el amor, la libertad, la amistad y el fútbol! Y a ver si esos prejuicios perversos u odios —que a veces también lo parecen— con vecinos, compatriotas o rivales de cualquier cosa, los dejamos en la percha del olvido.

Ojalá pasen pronto estas pandemias.

AÑADIDO

Aprovecho para rendir un homenaje a los SANITARIOS y a los investigadores de España y de todo el mundo que luchan por vencer ahora al CORONAVIRUS y por encontrar pronto un remedio para el futuro. 

Y a quienes hacen posible que la vida siga para quienes estamos encerrados: TODOS LOS QUE TRABAJAN EN ESTE TIEMPO ATRIBULADO para mantener la seguridad y que no nos falte de nada.

Muchas gracias de todo corazón.

¡¡¡¡¡VAYA MI APLAUSO PARA TODOS ELLOS!!!!


  

lunes, 9 de marzo de 2020

EL CORONABARÇA



Cuando los astros confluyen para romper a malo todo es melancolía. La pregunta sería quién desató la epidemia que asola a los culés. Ya no basta ser primeros alternos en liga ni estar bien en Europa. Ni siquiera tener al mejor del mundo como seguro de vida. No. Ahora es el momento de los nervios, silbidos y pañuelos; el desconcierto, en suma.

Es evidente que la planificación deportiva se fue por el desagüe del tonteo Neymar en verano. Y por esa misma maloliente cañería se fue también Valverde, víctima colateral de tanto desvarío, que tampoco hizo nada por enmendar la plana a los lumbreras diseñadores de la plantilla para este año. O eso pareció, al menos.

El Barça acabó la pasada Liga con chirríos en su estructura. Tampoco bastó ganar sobradamente la Liga tras la debacle de Liverpool. Y es que, cuando la soberbias se alinean en paralelo cualquier golondrina hace verano. Messi luce sus penúltimas lunas como el incontestable artista mundial del balón. Y en esos estados anímicos hasta la timidez más emblemática, que era su caso, se torna en desconfianza. Bien podría recordar el argentino aquello del incombustible Giulio Andreotti en la política italiana: “tengo conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y luego están los compañeros de partido”.   Dentro del Barça anidan quienes deberían quitarle el sueño. Y él lo sabe. Unos, los más comprensibles, son y serán quienes lleguen de corto para discutirle el liderazgo en el césped, que eso ha pasado en todos los equipos de élite cuando las cosas se tuercen y al figurón de turno empiezan a pesarle más los años que las botas. Y otros maquinan en los despachos para evidenciar que por muy bueno que sea un futbolista no es el alma del club ni pesa más que su historia. Bartomeu ha llegado al final de su tiempo queriendo figurar por derecho propio en el parnaso de los grandes dirigentes culés. Y para tan ególatra fin no escatima hogueras ni taladros. Tanto le dio hacer un equipo de baloncesto tirando de deuda como aparentar que podía fichar a quien quisiera, de hecho lo hizo con Griezmann aun bajándose los pantalones, sin reparar en que tiene las finanzas blaugranas hechas unos zorros. ¿Objetivo? Ganar una Champions con protagonismo presidencial para indicarle a Messi que sus goles desde el despacho pesan tanto o más que los suyos. El problema es que en el altar de esa vanidad se sacrifica a cualquiera que pase por allí sin santiguarse ante el presidente. Lo mismo da un simple directivo que un vicepresidente o un futbolista sin cualificación que cualquiera de los capitanes del equipo. Piqué se percató hace tiempo y de ahí sus desencuentros con el gerifalte, otros fueron dimitiendo y Messi está cayendo ahora del burro. 

El problema del argentino es que ha vivido por y para el balón sin necesidad de mirar hacia el palco. Y ahora, cuando se remanga en cuestiones que por desacostumbradas le vienen grandes, empieza a vislumbrar el cachondeo de Bartomeu con el asunto Neymar; una sugerencia ilusa del futbolista queriendo potenciar la plantilla con su amigo brasileño sin calibrar más. Ese fichaje ni quería ni podía ni debía hacerlo el presidente. Por haberlo dejado en la estacada — con el consiguiente y ruinoso desacierto de Coutinho y Démbéle—, por falta de dinero y por el escarnio judicial en el que tiene sumido al club. Pero no hubo explicaciones oportunas, que hasta él hubiese entendido, sino un montaje para hacerle creer que deseaba atender su petición, avalada por su mejor socio: Suárez, quien en el pecado de su frágil rodilla lleva seguramente la penitencia de algún ensoberbecimiento.

Al hilo de esa opereta bufa se encadenan los sucesivos desastres cuasi goyescos que ahondan la crisis del club. Los vodeviles Pujol y Xavi, el de Valverde, el de no prever la falta de delanteros largando hasta a Carles Pérez, la empresa filtradora de rumores y maldades de quienes molesten a la soberbia majestad del presidente, el último plato Setién, la apatía de los jugadores, la descompostura del segundo Sarabia, los gestos de algún notable como Alba, los pitos precoces de la grada, los pañuelos y gritos de dimisión en la tribuna  y la sensación de que al Barça ya no le valdría un solo título, y  menos si es el doméstico.

Ese es el preocupante Barçavirus como herencia de Bartomeu para su sucesor, porque él ya no cuenta, con el anochecer de Messi en lontananza. Tierra quemada.    

lunes, 2 de marzo de 2020

FUTBOLERÍAS



En esta bendita pasión, las verdades y las mentiras también dependen del  color con que se miran. Cualquier aficionado tiene opiniones tan respetables en su mayoría como las de otro. Y engancha tanto porque, además y al margen, se es de un equipo u otro desde niños por pura emoción y sentimiento.  Cuando se habla de fútbol, no de equipos concretos, no hace falta ser profesional ni en teoría muy entendido para razonar con criterio los aspectos comunes del juego más seguido del planeta: todos tenemos recuerdos que rememorar para apoyar nuestras afirmaciones. 

Pero lo mejor es cuando los profesionales razonan con sentido común, más allá de sus intereses, y reconocen cuestiones tan básicas como corrientes. El partido de Champions entre el Real Madrid y el Manchester City nos dejó tantas opiniones diversas como tenso fue. Zidane ha sido criticado por su alineación y por no hacer bien los cambios y algunos vuelven a reconocer a Guardiola el magisterio que nunca perdió. Sin embargo, el catalán ha vuelto a hacer un ejercicio de sensatez afirmando que si el Madrid marca el segundo antes, el petardo hubiera sido él. Y es así. Misma alineación, mismos cambios, y si Vinicius acierta en la ocasión que tuvo con empate a cero tal vez el encumbrado hubiese sido el francés. Ni los ingleses ni los madrileños hubieran salido en la segunda parte igual y tal vez el resultado hubiese sido distinto. Es el fútbol mismo. Y son los goles, como siempre, quienes dictan las crónicas, las censuras y las alabanzas.

Y los goles suelen dictar también la clasificación, que es quien manda. Pero para ganar hay que llegar al balón antes que el contrario, que también decía el doctor Ripoll, y acertar más en la portería del arquero que menos conozcas, que escribió Di Stéfano, y correr para no jugar andando, que decimos muchos, y meter la pierna, y ser más veloz, y no escatimar esfuerzos, y echarle corazón y bemoles puesto que es un deporte de choque, y jugar con cabeza para no correr sin ella, y estar concentrado e intenso hasta el final, etc.

Es cierto que extrañó la ausencia de Kroos, pero salió Modric, que no es un piernas. Aunque también es verdad, como comentaba con algunos amigos al comienzo de la segunda parte, que quizás debió cambiarlo antes porque ya no llegaba. Pero también es verdad que hubo circunstancias fundamentales en el desarrollo del partido que inclinaron el resultado. Empujar por detrás con las dos manos a un defensa, como Grabriel Jesús a Ramos, por leve que sea, no es una jugada permitida en el reglamento. No es lo mismo, por inesperado, que hacerlo de frente o lateralmente. No suelo criticar con frecuencia a los árbitros, ni abono los lloros de los grandes, pero si anulan el empate, que bien pudo hacerlo el pintoresco colegiado griego o sus colegas del VAR, seguramente también estaríamos hablando de otra cosa. A un Madrid guardando una mínima ventaja no es fácil hacerle daño; es de los equipos menos goleados de Europa. Ni se habría partido el equipo ni Sterling hubiese hecho tanto daño ni Carvajal se hubiera visto tan comprometido para hacer el penalti ni Casemiro hubiera regalado el balón para atrás que ocasionó la expulsión de Ramos. Y con esto no estoy llorando ni justificando nada. Sé que puedo nadar contracorriente, pero el fútbol tiene estas cosas. Ni estoy menospreciando a Guardiola, cuya gestión fue excelente, de hecho el mejor del Madrid fue Courtois, ni tampoco salvo la responsabilidad de Zidane. Es más, concluyo que ganó el mejor, pero aun siendo así, el fútbol también es veleidoso. La suerte puntual influye tanto como la bondad u orfandad del juego.

Escribo esta columna antes del clásico. ¡Emoción, bendita futbolería!  Salvo hecatombe del Madrid o Barça, circunstancias improbables por mediocridad compartida, aunque ojalá me equivoque; el postpartido tendrá parecidas circunstancias. Decidirán detalles y pocos goles, pese a la superioridad que otorga Messi; la gran ventaja competitiva culé. Ambos saldrán precavidos porque se juegan mucho. Sobre todo, el Madrid.

Además, Zidane, en este partido y en el de Manchester se juega la continuidad, aunque es lógico que despeje insinuaciones morbosas. Pero él lo sabe. Dos temporadas de ayuno es demasiado para el Real. Florentino acecha con cara de circunstancias, por mucho que lo ratifique, aunque también aquí juega la elegancia del tricampeón de Europa; su propia responsabilidad dictaría sentencia.

Ganará quien menos yerre o el favorecido por la suerte.


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