viernes, 31 de julio de 2020

EL REAL MURCIA ES OTRA HISTORIA


 

El relato es atractivo. Y deseable. Y hasta apasionante para una parte del murcianismo militante que siempre vio en los recursos propios y en la cantera la solución. Pero las circunstancias mandan y el encomiable sistema alemán de gestión de clubes de fútbol está pensado para instituciones muy diferentes al Real Murcia actual: saneadas, con infraestructuras, estadios abarrotados y compitiendo a su nivel.

Echando la vista atrás, los antiguos aficionados recuerdan al Murcia de Pepe Pardo, con Vidaña, Guina, Manolo, Figueroa y compañía como el equipo que alcanzó su cima y nos llevaba en volandas. Otros también añoramos al Murcia de Moreno Jiménez que plagado de murcianos subió de Tercera a Primera en dos años. Y a los juveniles que llenaban La Condomina. Pero la diferencia con la actualidad es que muchos eran también internacionales titulares de la Selección Juvenil española.

Nuestro Real Murcia compitió mayoritariamente en Segunda, categoría en la que sigue siendo el rey, y dieciocho temporadas en Primera. Solo bajó a la tercera categoría del fútbol español a finales de los sesenta, para recuperar pronto su verdadera dimensión. Y ya a finales del siglo pasado volvió a caer en el pozo por desidias administrativas, que se repitieron después, y el nefasto XXI es consecuencia, aunque hasta en esa época “samperiana” hubo momentos de gloria ascendiendo a Primera con veinticinco mil abonados —tope autoimpuesto—.

Las últimas siete temporadas, sin embargo, pasarán al imaginario murcianista como la etapa más negra. Y en ese calvario seguimos. Ni éxitos ni ilusiones ni siquiera esperanzas. Y lo peor es que tampoco se atisba ambición. Ahora, el objetivo es mantener la tercera categoría de nuestro fútbol; la llamada Segunda B Pro. Y podríamos preguntarnos, ¿pero hablamos del Murcia o del Imperial? Porque el filial siempre fue de esa categoría. No, amigos míos, se trata para más sal en nuestra herida de un Real irreconocible.

A los gestores actuales del Real Murcia les cabe la honra de haberlo mantenido vivo, que no es ni más ni menos que lo que antes hicieron otros murcianos con menos medios; por eso nunca desapareció. Son un eslabón más en la cadena centenaria murcianista. Lo lamentable sería que ese eslabón, que podría haber pasado a la historia con tan loable mérito y veintitantos mil accionistas, acabe siendo también el que la entierre. Baldón para siempre.

Cualquier historia de supervivencia es una carrera de relevos. Y hay momentos en que es necesario saber echarse a un lado para que otros con más fuerza continúen el esfuerzo colectivo. Eso es honestidad, realismo, generosidad, criterio, lealtad, inteligencia y solidaridad. Lo contrario, mantenerse en el palmito a toda costa, sería venialmente egoísmo y mortalmente irresponsabilidad manifiesta.

Señores directivos, consejeros, arrimados, dueños minoritarios, abonadores y palmeros, el Real Murcia representa un relato de categoría, orgullo, cercanía y ambición aun con demasiadas frustraciones. Y hasta de señorío, porque como decíamos la semana pasada, en los peores momentos también cabe grandeza.

Confiar el futuro resignado que alientan a que la afición responda, como ocurrió la temporada pasada con once mil abonados, aunque muchos de ellos no pasan de ochenta euros al año —encomiable, pero a todas luces insuficiente— es frustrante. Y ser conscientes de aspirar a la tercera categoría con lo que da la mata porque no hay posibles ni se esperan y las deudas aprietan, raya en la insensatez fraudulenta.

El Real Murcia siempre fue el primer club de la región. Ahora, para estupor de miles de propios y hasta de abonados de toda nuestra tierra que hacían kilómetros para ver los partidos de casa o acompañar al equipo fuera, se trata de competir en igualdad, en incluso en inferioridad, con nuevos clubes y otros antaño rivales del Imperial, hasta de su misma población, con la honra que cabe.

La afición responderá, sin duda, y sacaremos nuestros abonos —¡lo animo fervorosamente!—, pero es penoso que luego acudan la mitad al estadio y lo hagan solo por fidelidad al escudo y no porque los responsables —todos— de esos colores generen pasiones. No obstante, piensen que esa llama se tornará mortecina con la mediocridad. Sin magia no hay emoción, y sin ella tampoco futuro.

La buena voluntad es plausible. Y el reconocimiento obligado. Pero la cerrazón es ceguera. A tiempo han estado, y quizás aún pudieran abrochar su gestión.

La realidad es tan inapelable como el Real Murcia otra historia. Y no de ambiciones personales.

¡Ojo, que este toro no es una mona!

        

       


sábado, 4 de julio de 2020

RECUERDO INACABADO DE PEPE VIDAÑA



Se nos ha ido como del rayo, que diría Miguel Hernández, pero los hombres como Pepe nunca se acaban porque unen su nombre para siempre a la pasión de su vida. Y si el fútbol fue cuna de sus sueños, el Real Murcia acunó sus emociones; esas que cuando son tan auténticas como apasionadas contagian la grandeza que las inspiran. Las que no engañan. Las de los hombres indiscutiblemente grandes. 

Traté a Vidaña en sus años brillantes, cuando pusimos CajaMurcia en el pecho grana.  Y compartí muchos ratos con él y aquellos futbolistas foráneos distinguidos a quienes capitaneaba desde su aparente timidez, que no era sino humildad ejemplar; quizá su grandeza más íntima y junto a la honradez y la lealtad las que mejor lo definen.

Se sentaba esquinado, por no figurar, observando mis reacciones ante los comentarios de Guina, Figueroa, Manolo, Tente Sánchez o Tendillo, con su media sonrisa de buena gente; sabía que disfrutaba con aquellos compañeros suyos que tanto nos hacían vibrar en la Condomina y por esos grandes estadios donde lucieron con orgullo y honor el escudo de nuestro Real Murcia. Tal vez creyera que apreciaba más sus deslumbres que la leyenda que él era para mí desde que empecé a seguirlo de juvenil, cuando lideraba a los chavales que llevaron al Murcia a los más alto de las promesas del fútbol español para en solo dos años, desde los dieciséis que llegó de Padules, ser titular indiscutible de la selección nacional juvenil con el legendario Andoni Goicoechea de suplente.

Aún no sabía lo que me apasiona el fútbol de cantera. Y él lo representaba como nadie, hasta el punto de asegurar toda su vida que el mejor camino de un club como el Murcia es potenciar a sus jóvenes de un modo profesional organizado. Y esa carencia es una deuda eterna que tendremos con Pepe Vidaña; siempre se ofreció a trabajar en tan hermoso proyecto.

Así, un día caluroso del verano del 93, recién ascendidos a Segunda, me hice el encontrado y le ofrecí a bote pronto hacerse cargo del Murcia B. Y nuestro amigo Pepe, que disfrutaba en el Cieza del prestigio de haberlo ascendido con poco a Segunda B, no dudó en responderme que nunca negaría al club de su vida; un apretón inmediato de manos selló nuestro compromiso. ¡Cómo jugaba nuestro filial! A algunos compañeros de directiva les sorprendía que no me perdiera un partido de aquellos fenómenos que pusimos en sus manos, con Pepe Ruiz Berenguer al frente, a quiénes Vidaña hizo mejores hasta pasar varios al primer equipo.  Meses antes habíamos fichado a Vicente Carlos Campillo, con quien fuimos campeones y Pepe había compartido momentos inolvidables que gustaba recordar; en caso de duda, los nuestros siempre.

Cuando dimití en Navidad para no malvender la Condomina -estaba obligado-, una de mis tristezas fue perder el contacto diario con gente como Pepe o el vitoriano Juanjo.  Otro capitán que se hizo tan murciano de corazón como su inseparable vasco extremeño Manu Núñez, quien más veces ha jugado con el Murcia en primera y compañero de ilusiones en la escuela de fútbol del Barnés. Tan distintos y tan parecidos en pasión deportiva, siempre con el grana en sus almas.

Un día me contó cómo otro recordado murcianista, José Víctor Rodríguez — a quien fichamos también—, lo llamó para explicarle que su sitio no era de extremo, como vino a probar al Murcia, sino de defensa central. Y cómo le enseñó a saltar de cabeza lateralmente con el hombro por delante y no de frente con el pecho para ganar impulso, efectividad y contundencia. E inteligente como era, aprovechó al máximo eso y cuanto le enseñaron quienes sabían. La humildad de quien empieza es la base de todo éxito posterior, le decía yo. Y hasta la de los verdaderamente grandes en cualquier actividad, como demostró él enfrentándose a los Butragueño, Quini, Maradona y tantos otros figurones.

Por eso, fue una delicia durante años escucharle a él y al irrepetible Maestro Ibarra en nuestra Peña del Pavo infinidad de anécdotas de aquellos tiempos de lustre y menos lustre pimentonero.

¡Cuánto vacío! Me cabe el triste honor de haber escrito despedidas emocionadas sobre el presidente Pepe Pardo, el periodista Juan Ignacio de Ibarra y los futbolistas Antonio Ruiz Abellán y Pepe Vidaña. Cuatro amigos. Cuatro números uno. Cuatro historias vivas inacabadas porque brillan en la memoria colectiva del murcianismo militante.

Hasta luego, Pepe. Otro día nos sigues contando abonico.  

jueves, 2 de julio de 2020

DE BOQUERAS, INGENUOS, PROFESIONALES Y LLORONES



El Barça empató en Vigo y gracias; pudo ser peor si Nolito no fuera de mayor lo que apuntaba de joven en su filial: solo un proyecto de figura. De lo contrario, la hecatombe ya habría sobrevenido por can Barça; falló a segundos del final un gol cantado para el Celta que hubiera supuesto una derrota bochornosa para los de Setién, jugándose la Liga. Y también se dejó empatar en casa con un Atlético que le dio una lección de bloque y espíritu y hasta pudo ganarle también a última hora, en un partido de penaltitos infantiloides.   

No obstante, es más ajustado hablar del Barça de Bartomeu —ya conocen mi criterio de ir a la cabeza siempre—.  Hace meses, en pleno encierro por el virus, predije que los blaugranas empezaban a perder la Liga por la larga lengua y los despropósitos ficheriles virtuales del presidente blaugrana y el llanto equívoco del técnico cántabro, aduciendo que los cinco cambios le perjudicaban. El seguramente buen empresario de lo suyo, metido a gerifalte futbolero de ocasión, infiltró en el vestuario la carcoma de los fichajes y descartes virtuales; dadas sus penurias económicas solo puede usar el anticuado “cambio espejo por oro”. Y claro, ¿cómo puedes pedir encomio y entrega a la media plantilla puesta en el mercado?

El uruguayo Suárez lo dijo bien claro al despejar hacia los técnicos las causas del bajón culé fuera de casa. Lógicamente, un jugador no puede culpar a sus compañeros de falta de actitud, pero tampoco a quien le ficha, renueva y paga.  ¿Lo fácil?: a un modesto de los banquillos que está más fuera que dentro, aunque pueda decir que le quiten lo bailao volviendo al plácido susurro de vacas.  

Quique Setién, un exquisito y meritorio ex futbolista, pagará la enésima cuenta pendiente de una plantilla messianica. Un técnico aseado para equipos menores, pero inexperto en vestuarios con demasiados egos; los desplantes de las vacas sagradas en las pausas y lo de Griezmann es sintomático. Amén de sus postración ante Messi, que es quien manda.

Es decir, todo por y para el líder y prohibido pensar. Solo hay que verlos jugar: Messi toca, organiza, desmelena y gana, cuando le salen las cosas, y si no, siempre habrá un chiquillo a quien culpar.  Y el que no le devuelva la pelota, invente o mire hacia otro lado ya puede buscarse otro lugar al sol. Pero esa reiterada circunstancia no es nueva. A vuela pluma recuerdo el extenso Madrid de Di Stéfano o el Barça efímero de Cruyff, aparte del reciente Madrid goleador de Cristiano; tres monstruos que protagonizaron épocas doradas de sus clubes. 

Y del boqueras Bartomeu y el ingenuo Setien pasemos a profesionales de éxito y postín. A Simeone ya lo retratamos en exclusiva la semana pasada, por lo que me centraré en Zidane.

El técnico blanco, a quien ya hemos dedicado columnas en estos años, hace continua gala de fútbol sapiente y elegancia humana. Lo primero porque por mucho fútbol que sepa: juego, vestuario, banquillo y despachos, nunca pierde su categoría. En el imaginario colectivo, más allá del negacionismo de los recalcitrantes que pasan de sus éxitos, a algunos les parece fácil lo conseguido en sus pocos años de experiencia; y paso de enumerarlos por universalmente reconocidos, pero seguramente serán tan irrepetibles como los del legendario Gento. Y acentúo dos cualidades: nunca le han dolido prendas en reconocer méritos ajenos y ahora reconoce que fue mejor jugador que técnico, cosa en la que discrepo porque de figura de corto duró un rato —apenas cinco años— y de técnico ya lo ha alcanzado y podría superarse. Más que timidez o humildad, que también, yo lo llamaría señorío, elegancia e inteligencia. Las dos primeras cualidades están demostradas y la tercera llegará con el tiempo:  la eterna y boxística esperanza blanca. Un profesional grandioso al que recurrir siempre.

Y llegamos a los llorones. En Piqué podría coincidir también la de boqueras o bocazas.  El central culé, a quien rindo tributo de gran futbolista y defensor hasta sangrar de nuestra España selección, aunque sorprenda, le pierde su proverbial afán de protagonismo.

Portento físico, inteligente y emprendedor, añade una desmedida ambición si no pensáramos algunos que es una calculada estrategia para unir a su palmarés el brillante eslabón de presidente del Barça.

Es a lo que juega, pero debería tener en cuenta que llorar es una rémora humillante para sí mismo.

Cuando escucho a alguien del Barça o del Madrid quejarse de los árbitros recuerdo a los simplones que escupen al cielo.  


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