lunes, 14 de diciembre de 2020

DE LAS ·AMOTOS" DE MESSI AL REAL ZIDANE

 


Cuando deseamos elaborar tesis al gusto propio o no queremos confesar intenciones inadecuadas, perversas o de mal encaje, somos dados a vender “amotos”, “veciletas” y burras viejas.

A Tusquets, gestor circunstancial del Barça, lo critican por decir que económicamente hubiera sido bueno vender a Messi. Una verdad catedralicia que solo ignoran quienes piensan que el fútbol es un espectáculo grandioso para disfrutar pagándolo otros. Justificamos aquel irredento de la tierra para quien la trabaja, pero no sabemos conjugar que el fútbol profesional debería ser para quien lo pague.

Y el futuro próximo tampoco es alentador. Aún no ha reconocido ningún aspirante a presidir el Barça esa verdad palmaria. Dicen que hablarán con él para convencerlo, forofismo y bien queda obliga, pero no miran al frente para decir que el Barça es antes que nadie y que el futuro aguarda con o sin Messi.

Tal vez sería suicida reconocer que su etapa blaugrana ya es historia, pero ante una época tan crucial para el devenir culé se necesitan personas con enjundia y coraje. Decir la verdad a sus aficionados sería valeroso, honesto e inteligente si se hacen las cosas bien. El fiasco del Madrid con Cristiano por no reemplazarlo con garantías debería ilustrarles.

El primer fracaso del elegido y la primera decepción de los barcelonistas será no lograr retener a Messi. No hay dinero ni los que vienen lo aportarán ni están en disposición de hacerle el equipo que exige para reverdecer laureles, aparte de que él mismo desconectó hace meses. Hasta la mala gestión de las próximas elecciones empuja. Cuando la nueva directiva aterrice, a finales de enero, la suerte estará echada.      

Y el Zidane Campeador, que decíamos hace meses, cabalga de nuevo. Ha bastado que la sombra de su abandono se proyectara sobre sus futbolistas de cabecera para renovar bríos y voluntades. Huir de posibles buitres ha sido mano de santo.

Hace días enfilaba el Madrid cuatro finales y las ha salvado con sobresaliente. En Sevilla empezó el martirio, con un partido mediocre, y contra el Atlético alcanzó la santidad con un partidazo para enmarcar. Gloria que se atisbó en Milán y cuajó en el Di Stéfano ante el Monchengladbach.  Espectáculo grandioso para deleite del madridismo y de los amantes del buen fútbol. Ese fútbol que solo atesoran los privilegiados de cualquier tiempo.

El pasillo de seguridad de Zidane, que diría Luis Aragonés: Courtois, Ramos, Casemiro y Benzema lució galas contra los de Simeone, magníficamente secundados por los artistas Kroos y Modric y los subalternos de lujo Carvajal, Lucas Vázquez, Varane y Mendy y un esforzado Vinicius, al que se le nota demasiado el ninguneo al que le tienen sometido los franceses de la escuadra blanca; no le pasan balones francos. Una pena, porque el brasileño se limita a recibir y entregar fácil en vez de insistir en su virtud: desborde y regate vertical a riesgo de perder balones; reivindicar a la desesperada el churro de Sevilla lo retrata.

No obstante, insisto en que ni el Atlético tiene la Liga en la mano, y no por perder el sábado, que entraba en una normalidad histórica y tampoco menoscaba su excelente momento, en cuya continuidad serán fundamentales la motivación e inteligencia emocional de Simeone; ni el Madrid ha ganado nada todavía. Es más, creo que a los blancos les aguarda una temporada difícil porque es improbable que los de Zidane puedan continuar el ritmo de los últimos partidos inmensos. Si así fuera, que ojalá, el fútbol habría recuperado la mejor versión de un Real Madrid que ya está en la historia.

Las “amotos” sobre los blancos vendrán de tesis oportunistas, como que Simeone se ofuscó —una simple circunstancia parcial—, buscando explicación a su última metamorfosis. Y la realidad es más sencilla. Sus figuras se motivan contra los grandes y la sombra carroñera sobre su líder es revulsivo potente; no ha sido uno, sino cuatro partidos seguidos. El problema es que luego tocan los equipos menores en la Liga y los verdaderamente grandes en Europa, aparte de que las piernas de las figuras blancas no dan para aguantar veinte o treinta partidos al nivel de la excelencia alcanzada; al técnico francés se le agotan los prodigios.

Así, el Barça y el Madrid están en las previas de unas renovaciones sangrantes. La era post Messi y la post Zidane. Tiempo para valientes.

El nuevo presidente culé y Florentino Pérez deberán encajar bolillos para que continúe el espectáculo.

El fútbol competitivo, como el agua, no pide escrituras cuando se desborda. Es el amo y el futuro ni se apiada ni espera a nadie.        

lunes, 7 de diciembre de 2020

LA DIFICULTAD DE LO SENCILLO

 

En un seminario de economía para periodistas, decía un eminente profesor que cuando no se entendía cualquier información económica era porque el primero que no la entiende es el firmante. Y esto es aplicable a todo.

Quienes realmente saben tienen más fácil explicar con sencillez.  Y luego están los majaderos que aparentan saber, aquellos otros carentes de generosidad para compartir conocimientos y quienes se dan importancia haciendo complicado entenderlos; vean todos esos anglicismos para definir cualquier cosa.

El fútbol no es una excepción. Johan Cruyff afirmaba que jugar al fútbol era sencillo, pero que jugar un fútbol sencillo era difícil. Y lo explicaba: si en un rondo juegas a un toque, muy bien, si lo haces con dos, bien, y si necesitas tres, mal asunto. Y Di Stéfano, también tan inteligente como futbolista excepcional, exhortaba a sus compañeros a bajar el balón al prado porque se juega con los pies y a ganar marcando goles en la portería del arquero que menos conocieran. Me gusta la escuela holandesa de fútbol por su apuesta juvenil. Además, saben explicar con sencillez sus conceptos; Cruyff era un ejemplo. Y me aburre la argentina por su retórica y disparates; pretenden hacer ciencia o guerra de un simple juego; don Alfredo era excepción.

En España, lo más parecido a los holandeses es la escuela bilbaína y ahora la donostiarra, aunque por diferentes motivos, pero hubo un tiempo en que los gurús sudamericanos que nos invadían hicieron escuela, para nuestra desgracia —también sucede en esa ristra infame de falsarios que adocenan con sus supuestas guías de auto ayuda—, y proliferaron los españolitos pretendiendo emular las gilipolleces de aquellos con teorías bíblicas sobre fútbol, tanto entrenadores como periodistas. Lo pretencioso de llamarle gol de estrategia a un buen remate en el segundo palo en un córner, como se ha hecho siempre sin tanto estudio, y a veces a uno de rebote en cualquier jugada a balón parado, son exponentes de lo que expongo. Cuestión diferente es ensayar jugadas de cierta complejidad.

Igual en las crónicas. Si un equipo gana, aunque sea por la mínima o con la suerte como aliada, cualquier decisión que haya tomado su entrenador será elevada en la mayoría de los casos a categoría de sapiencia futbolística y, por el contrario, si ha perdido, será sacrificado en el altar de la supuesta sabiduría de quien lo enjuicia; incapacidad manifiesta de quienes deberían analizar el bosque y no solo el árbol más cercano que les cobija.

Yendo a la actualidad, la base del Real de Zidane es un equipo con años de más y hartazgo por estómagos llenos. El propio técnico está sobrepasado por el fundamento de sus éxitos: eficiente gestión de egos y creación de buen ambiente, que es piedra angular para un tiempo. Pero cuando hay que renovarse o reinventar hace falta una imaginación de la que carece; él mismo no ha sabido sustraerse de sus rutinas. Resultado: reo de su gente, juego previsible, desprecio a futbolistas jóvenes que triunfan en otros clubes —solo pone y a regañadientes a los que fichó su jefe—, equipo fulero y aburrimiento.  Otra cosa es que gane de chiripa en Sevilla en un partido para olvidar o que pierda por mala suerte en cualquier sitio jugando mejor, como en Kiev.

El Barça zozobra en una doble crisis. El desastre institucional y Messi despidiéndose. Ahora faltan dirigentes que sepan afrontar el duelo y organicen el caos.

Y el Atlético sigue creciendo baja la batuta del incontestable Simeone, apercibido a tiempo de que la garra es solo un complemento de la calidad y capaz de reinventar futbolistas y reinventarse; ¡chapeau!

Decíamos que en el Madrid mandaba Florentino, en el Barça Messi y Simeone en el Atlético. Pues bien, el presidente dedica sus meninges al nuevo estadio y a la economía, donde mejor se mueve, mientras aguarda la digna dimisión de su talismán; sabe que el tiempo de Zidane agoniza. El faro del Barça ya no piensa en blaugrana. Y por el Wanda tuvieron la virtud de la paciencia hasta la reconversión del Cholo. La clasificación aclara dudas.

Otra moda hueca es sacar siempre el balón jugado desde el portero; el guardiolismo elevado también a ciencia estéril.

Donde hay que perfilarse bien es al matar, como en los toros. Toque preciso y veloz cerca del área contraria y fuera cuentos tikitakeros. Eso ya es viejo.

El gol es la única verdad, y la rapidez y verticalidad su credo.

martes, 1 de diciembre de 2020

DE BARRO Y ORO


 

Aconsejaba Ibarra a jóvenes que empezaban a su lado que no trataran de imitar a nadie. Y lo hacía, culto, didáctico y magistral él, personalizando una célebre sentencia de nuestro premio Nóbel de literatura y dramaturgo excepcional Jacinto Benavente: “bienaventurados sean mis imitadores porque de ellos serán mis defectos”.

Seguramente, algo parecido subyacía como enseñanza hacia deportistas en el dolor que mostraba Maradona cuando preguntó a un entrevistador: ¿Sabés qué futbolista hubiera podido ser yo sin la coca?

La diferencia entre dos personajes tan inimitables como únicos en sus respectivas profesiones, y salvando todas las distancias, es que Juan Ignacio lo hacía desde su magisterio y Diego —así me lo refirió Schuster en una comida en Jerez, cuando le pregunté por el mejor con el que había jugado— desde la decepción más lamentable y el desencanto menos autocompasivo. Buen consejero uno y desgarrador otro, pero ambos aleccionadores.

Llevamos días escuchando comparaciones ventajosas entre Maradona y Messi, o con Pelé, Di Stéfano y Cruyff como máximos exponentes de la excelencia futbolística. Y echando mano del refranero, hay que concluir con el anónimo de que todas las comparaciones son odiosas.

Como ejemplo, ensalzan al apodado Pelusa sobre los demás por ganar dos ligas italianas con el modesto Nápoles, olvidando que cuando Di Stéfano llegó al Madrid los merengues solo habían ganado dos Ligas, en 1931 y 1932, y veinte años después, la Saeta rubia les hizo ganar ocho en sus diez años de blanco, además de cinco copas de Europa consecutivas. O que tras ellos, el Nápoles apenas ha vuelto a brillar y el Real Madrid inauguró con don Alfredo una trayectoria culminada con el reconocimiento de mejor club del siglo XX.

También podríamos reflexionar sobre qué era el Ajax en Europa antes de sus tres máximos triunfos consecutivos con Cruyff, en los primeros setenta. O sobre las tres copas del mundo de Pelé; la primera en Suecia con diecisiete años. Y sobre los seis balones de oro de Messi, los cinco de Cristiano o los dos de Di Stéfano, con superbalón posterior, por el único que concedieron a Maradona y a título honorífico.

También se recuerdan los permisivos arbitrajes y los deficientes campos de su época, contraponiéndolos a los actuales. Pero sus anteriores tampoco jugaban en moquetas ni a cubierto ni recubiertos de acero. Ni competían setenta partidos por temporada y jugando cada tres días, como sufren los velocísimos atletas de ahora.  Cada tiempo, lo suyo.  

Los importantes suelen tener dos caras y hasta reversos tenebrosos. Maradona también, lo que no embarra su oro. Oro que inició con un Mundial juvenil y rubricó en el 86 con el absoluto en México: su culmen histórico con veintiséis años, para iniciar después la cuesta abajo hasta la ciénaga. Malas compañías, drogas, escándalos, desvaríos, sanciones…

En definitiva, el barro y oro que vistió durante su vida lo señalan como el personaje más relevante de su generación deportiva. Y no fue mejor ni peor que nadie. Listo como era —así lo definen sus compañeros, y hasta generoso en extremo, dentro de sus excentricidades, filias y fobias—, aprovechó su tirón mediático para enseñorearse entre un pueblo argentino deprimido tras el desatino de las Malvinas. Aquella guerra absurda de unos subsistentes ciudadanos, comandados por militares enloquecidos, contra la soberbia imperial de una Gran Bretaña al borde de la quiebra, también necesitada de algún éxito rimbombante para renovar ilusiones colectivas.

Por eso, más allá del fútbol, su gol humillante ante Inglaterra, con mano de pícaro incluida, llevó al éxtasis a esa extraordinaria nación que define el suicidio por precipitación como la caída de un argentino desde su ego. 

Y se aprovecharon de él más que él de nadie. A su carro se subió gente de la catadura de los Castro o los Chávez y Maduro, entre otros, para mitificar falsariamente en el Diego Armando Maradona que salió de la nada para brillar como pocos, la lucha de los pobres contra los poderosos.

Sin embargo, ni los parásitos de su figura y de su persona ni el barro podrán quitarnos nunca el goce que supuso Maradona para los amantes del fútbol. Su oro más valioso. 

Como diría el Maestro Ibarra, rememorando de alguna forma al Cid, ¡qué buen tipo si hubiese tenido buena compañía!

Por cierto, lean el espléndido libro recién presentado, La palabra, en homenaje a ese murciano irrepetible —y también de oro—, y descubrirán al Ibarra más íntimo, revelado por setenta amigos y conocidos. Pura delicia.    

 

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