miércoles, 20 de mayo de 2020

RECORDAR QUIÉNES ÉRAMOS



Cuando baje esta marea nada será igual. El nuevo fondo que nos muestra cambia con la sucesión de días y alternativas, que se basan más en el boca a boca que en nuestras entendederas sobre lo que voceros del Gobierno nos indican a veces con tanta ambigüedad como impericia. Por eso, es frecuente que antes de salir a la calle preguntemos a familiares o amigos si es obligatoria tal o cual cosa en tales o cuales sitios. Un lío.

Tal vez, en lo único que nos parezcamos a lo antiguo sea en aquel consejo que nos daban los mayores: donde fueres, haz lo que vieres. Y nos miramos, y nos ponemos o quitamos la mascarilla o usamos o no esos guantes o bolsas que hay en determinados comercios; o entramos o no, mirando a quienes nos rodean, o nos situamos a derecha o izquierda, o detrás o delante. En definitiva, tenemos que aprender de nuevo a convivir en sociedad. Lo único claro es que en los transportes públicos debemos ir embozados, pero dudamos en los vehículos particulares si vamos con acompañantes por aquello del riesgo de que nos paren los guardias. O no sabemos los horarios de paseo o deporte según edades. Y los sitios permitidos, y cuántos al tiempo, o dónde ir y con quién. Otro lío.

Y hay que aprender los usos permitidos según las fases del desafortunado término desescalada, copiado del inglés, que en castellano sería bajada y con esta pandemia pretende ser rebajar el estado de alarma. Más líos.

En fin, que aparte de aprender a vivir, desgraciadamente también nos acordaremos y mucho de quiénes éramos antes de todo este galimatías.

Y echaremos de menos los saludos de siempre, el roce, la proximidad y lo que es peor: la confianza. Porque también es lamentable que este malhadado virus nos haya marcado un futuro indeseable: tanto si pasa pronto como si no, la desconfianza hacia los que pueden venir hará que lo del embozo, los remilgos y el asquito ante nuestros semejantes y lo que nos rodea sea tan cotidiano en nuestras vidas como antes besar como muestra de aprecio o dar la mano cuan saludo franco.

El viernes vimos el futuro próximo, y quizá lejano también, de lo que será el fútbol a partir de ahora. Se reanudó la liga alemana y, francamente, no me gustó. El silencio, la soledad, la distancia, la frialdad y, sobre todo, la falta de emoción es la antítesis de lo que antes era este maravilloso espectáculo. El fútbol es ante todo emoción, por eso hay tanta diferencia entre un partido amistoso y otro competitivo. A muchos, si no hay nada en juego no nos apetece ir a un estadio. Y si las competiciones oficiales se tuvieran que ver solo por la tele, este deporte iniciaría una cuesta abajo hasta convertirse poco más que en un videojuego. Y ese sería su final. Por mucho interés clasificatorio que depare, sin emoción no hay espectáculo, y sin espectáculo no queda ni raspa; solo las quinielas y las apuestas deportivas, que no precisan afición, y a la larga serían un entretenimiento menor. El fútbol pasaría de espectáculo de masas a recuerdo de un pasado emocionante.

Para que no suceda también con otras cosas de nuestra vida, incluso más relevantes, deberíamos recordar bien quiénes éramos. Pero no para sentir nostalgia, sino para evitar que perdamos también sus emociones. Sin ellas, nuestra existencia sería un páramo tan frío como desolador. Y hasta inhumano, porque como sucede con el verdadero arte, el que emociona, el ser humano es consustancial con la pasión y sus emociones.

No crean que exagero. Imaginen momentos. Esos abrazos a quien echamos de menos o para festejar cualquier alegría. Aquellos besos como expresión indudable de cariño o reconocimiento. El hombro amigo para llorar. La mano tendida en ofrenda de confianza. El brazo por encima para consolar o acompañar. La casa abierta por celebración o necesidad. La palmada al compañero. La proximidad incondicional para auxiliar. La espontaneidad.

No me reconozco de otro modo. Quiero tener presente quién era para seguir siéndolo. Y si eso me contagia, peor sería vivir huyendo de no sé bien qué; de esto o de lo que venga.

Cuestión distinta es la prevención ocasional transitoria, que es necesaria hasta por respeto a los demás. Pero de ahí a incorporar barreras de desconfianza como modo de vida permanente sería lamentable. Renuncio a ser un autómata descorazonado.

Recordemos quiénes éramos para seguir siendo personas.
  

jueves, 7 de mayo de 2020

ABANICOS P'AL MAREO



Eso decían los antiguos cuando les superaban las circunstancias. Estamos en el inicio de ese hallazgo de la desescalada y las novedades se amontonan: las viejas, de hace solo semanas o días, con las de hoy mismo; las de la mañana con las de última hora de la tarde; y las oficiales, que nunca son lo suficientemente concretas, con las que recibimos de amigos, vecinos o familiares. 

Y eso sin contar con la catarata de infundios o medias verdades de los miles de blog y supuestos gurús, como tercera pandemia, siendo la ineficiencia la segunda; augurando cataclismos, desastres y plagas de todo tipo. ¿P’a dónde tiro?, nos preguntamos algunos.

Lo único claro es que desescalar significa ir hacia abajo. Y a fe que así vamos. Salvando los datos estrictamente sanitarios, con el rebufo de fallecidos, nuevos infectados y curados, que es esperanzador; el paro será insufrible, el cierre de pequeñas empresas y autónomos, ruinoso, las multas por no hacer las cosas según lo ambiguamente ordenado, indignante, y el cambio a peor en costumbres, usos sociales y confianzas que acostumbrábamos, ridículo. No me quiero imaginar a media España yendo por la calle embozados hasta para compartir paseos, retretes, espectáculos o bares porque da murria. Pero es lo que viene. La prudencia es libre, y cuando pase lo de este virus, la prevención medrosa por el siguiente habrá cambiado de raíz nuestra ancestral franqueza, espontaneidad y roce. Solo nos faltará que se nos rasguen los ojos para parecer turistas orientales en nuestro propio barrio. Porque la piel también se nos verá poco: guantes, gorras y mangas largas por doquier. Y preparemos los carnets de identidad y sanitarios; habrá que llevarlos en la frente, como linternas, no sea que nos confundan con quienes puedan estar en lo que llaman grupos de riesgo: mayores, crónicos, infectados, etc., que tendrán prohibidas según qué cosas, espacios y horarios; penoso. Y eso sí, quizás nos venga bien para seguir cultivando el grito como forma de comunicación, ya que correrá el aire entre nosotros al menos con dos metros por medio. Indeseable a las luces de quienes nos resistimos a tanta estupidez y mareo. 

Y también son de mareo algunas iniciativas gubernamentales. Por ejemplo, entre las más llamativas, y sin entrar en el fondo de la cuestión, que en todo caso es discutible; lo de la llamada renta universal para cientos de miles de españoles mientras estamos pidiendo a Europa que compartan riesgos y gasto público con nosotros para superar los efectos del coronavirus. Es decir, que alemanes u holandeses y otros —mutualizar deuda— nos paguen tal dispendio a costa de sus impuestos cuando a ellos allí ni se les ocurre. Y necesitados también tendrán, digo yo. ¿Ustedes qué dirían a la inversa? Pues que cada cual pague su cuenta.  Y además, en una economía nacional ya bastante subvencionada, como la nuestra, y tras la experiencia de algunos países europeos como Finlandia que suprimieron tal invento porque al poco de ensayarlo constataron que desincentivaba la búsqueda de empleo privilegiando la vagancia.

Lo que le faltaba a la también fecunda y abigarrada picaresca española. Por si ya no hubiera suficiente economía sumergida, aportemos motivos para potenciarla.  Pero claro, los votos son los sueldos y en ese caladero tienen algunos mindundis echadas sus redes.

Otro aspecto en esta cuesta abajo son las relaciones personales. Es lamentable la cantidad de amigos y conocidos que discuten agriamente criticando unos y defendiendo otros al actual Gobierno. Si a veces es prudente huir de la política entre cercanos, porque las discrepancias pueden ir a mayores, en este tiempo aún más. Y no es que sea malo cruzar opiniones, que debería ser hasta provechoso argumentando y con las entrañas al margen, sino que nuestro carácter latino no conoce límites en demasiadas ocasiones y respondemos extremados si nos sentimos aludidos desde otro extremo.

Este virus ha sacado lo mejor de nosotros y lo seguirá haciendo, pero es lamentable que también aflore lo peor. Ya hemos citado ejemplos.  Y lo inmediato, irremediablemente, será que luzcamos lo más cutre.

Habrá que volver al lenguaje mímico de la bresca, con aquellos guiños tan explícitos. O quizá sería el momento de volver a los abanicos y aprender bien sus cuidados ladeos, meneos, aperturas y cierres, no sea que también nos prohíban hablar por si contagiamos.

¡Cuánto disparate! 

Que vuelva el fútbol pronto, que al menos entretiene, alegra, emociona y no mete mano en nuestras carteras. Y tampoco evangeliza, que no es poco.

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