martes, 28 de mayo de 2019

MESSI, SIMEONE Y FLORENTINO, Y DON MARCELINO



Ganar la Liga con Messi sabe a poco en Barcelona; la rutina del éxito aburre y ciega a los desmemoriados. El fracaso, más que de temporada es de soberbia desmedida porque los dobletes y tripletes forman parte inusual de su esencia reciente. Aunque se cuente con el mejor del mundo, tales multiéxitos nunca fueron normales. Antes, tres dobletes del Madrid de Di Stéfano, dos del Barça de Kubala y uno del Atletic de Clemente, aparte de otros tres en las catacumbas del fútbol español, y pare usted de contar. Es el momento de caer del burro y pensar que lo conseguido por Guardiola fue un hito tan difícil de igualar como repetir las gestas menores de Luis Enrique y del propio Valverde el año pasado. Un poco de humildad sería mano de santo.

Con efectos parecidos, los atléticos viven solo un estado insatisfecho de ambición por su reconocida capacidad de sufrimiento, con el agravante de que ha hecho mella en un vestuario del autor Simeone y paradójicamente ahora huyen del invento en busca de no se sabe bien qué. Años de ilusión reivindicando el lugar que le corresponde en el panorama nacional y europeo han aparejado un vacío en forma de escasez de títulos en el ánimo colchonero, que curiosamente se corresponde con su historia; por algo es el Pupas. Es probable que ni Godín ni Filipe ni el mismo Griezmann lleguen más lejos en ningún club, por mucho que el francés haya sido campeón del mundo con su selección. A estos les recomendaría agradecimiento de bien nacidos.

El Madrid de Florentino hoya la fosa abismal de un fracaso multiorgánico por desastres nacionales junto a sus recientísimos éxitos europeos. Pero han de pensar que las cuatro Champions en cinco años son títulos de autor, o autores, si sumamos a los reiterados goles de Cristiano el de Ramos al Atleti en Lisboa. Esos triunfos no fueron producto del buen juego colectivo ni de una planificación acertada de sus plantillas, bases de un campeonato de regularidad como la liga, aunque uno o dos jugadores tampoco basten.  A los merengues, realismo, inteligencia y sosiego.

Y llegamos al Valencia de Marcelino, que ya es don para la afición che, en una temporada donde pidieron su cabeza en la primera vuelta. Así es el fútbol. Y quizás lo viva pronto el nervudo asturiano en un equipo que para su gloria también es de autor. En estos equipos, como el Betis o el Sevilla, la importancia momentánea estelar de algunos jugadores quita y pone dones. El temporadón de Parejo y Rodrigo en el Valencia se contrapone con el también canterano madridista Jesé en el Betis, que si llega a enchufar la mitad de goles cantados que tuvo en sus últimos partidos, Setién sería igualmente don Quique en el Villamarín. Una lástima, porque el cántabro hace jugar más que bien a sus jugadores. En las Palmas y en Sevilla se recordará mucho tiempo el fútbol sedoso de sus equipos. Marcelino y Setién tienen visiones distintas del juego, ambas muy válidas, pero en clubes de segundo nivel dependen demasiado de la casuística de sus pocas cuasi estrellas. Parejo y Rodrigo representan el éxito de un técnico, como lo podían haber sido Canales y Lo Celso en un Betis donde  Jesé rubrica el fracaso de otro. Y como consecuencia, los dos primeros son ahora mismo de lo mejor del fútbol español, los interiores verdiblancos estarán poniendo velas a sus devociones por un nuevo técnico que los entienda y el canario vuelve al PSG peor que salió. Este deporte, como la vida de los entrenadores, es así de azaroso.

Por tanto, a los tenores longevos de los tres grandes: Messi, Florentino y Simeone, se une ahora un barítono que quizás sea tan efímero como histórico en el cuarto equipo español. Aquellos, desde el césped, el despacho y el banquillo son los emblemas del presente siglo de sus clubes, pero a orillas del Turia reina una añeja e irascible afición —su emblema— que devora desmedidamente entrenadores. Cooper, Benítez, Ranieri y Emery, por citar recientes, como antaño también Di Stéfano, deberían ser espejos para Don Marcelino, que puede pasar a villano en meses. Su recuerdo debería susurrarle aquello de “sic transit gloria mundi” que tan oportunamente le decía el esclavo al emperador de turno en la vieja Roma mientras le sujetaba el laurel por detrás en su victoriosa cuádriga.

La gloria es apenas un suspiro en clubes acomplejados de superioridad.               

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