jueves, 19 de marzo de 2015

ELECCIONES A LA CONTRA

Ni a favor del millón de empleos que se ha sacado Rajoy de la manga para Andalucía, ¡ay las chisteras, don Mariano!, ni de la bandera andaluza con que se ha envuelto Susana Díaz para mimetizarse con su tierra, a falta de mejor programa, ni nada que se le parezca. Los andaluces van a castigar al PP y al PSOE dejándoles en los huesos de sus anteriores resultados electorales. Y es que han hecho innumerables desméritos para ello, allí y en todos sitios.

Falta de ilusión
En el año con más convocatorias electorales en nuestra joven democracia, votar a la contra significa todo menos ilusión. Podría ser incipiente madurez, aunque la ausencia de programas significativos contra los que votar lo desdice, como también lo desmiente la orfandad de ideologías claras. La realidad es una falta de confianza hacia unos y otros que debería hacerles pensar, antes de tomar el olivo.

Que los partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, hayan hecho de la bandera anticorrupción su eje fundamental abona la tesis de que la ciudadanía española empieza a distinguir el grano de la paja. Y como consecuencia van a votar contra los golfos, aunque la mayoría no se presenten. De todos modos, demasiados votantes van a depositar todavía sus papeletas a favor de los suyos antiguos “porque los otros también han robado”, y eso es, además de triste, desesperanzador para nuestra democracia libre.

Una ligera esperanza
Pero sí hay un hecho que abanica un rayo de luz: en muchos lugares los partidos citados no tienen aún caras conocidas. Eso sería muy bueno si se conocieran de verdad sus programas, pero nos vuelve la inquietud al constatar que solo la solidez o simpatía que se aprecia desde lejos por Pablo Iglesias y Albert Rivera mueve a la gente desde la diversidad a votar a sus partidos. Es decir, en nuestra inexperta democracia seguimos prefiriendo los personalismos a las razones. Cuando dejemos de sentirnos rebaños y aprendamos a analizar propuestas y a no consentirle una mentira clamorosa a los pastores, y mucho menos una corruptela activa o pasiva, habremos alcanzado la madurez democrática.

Los escombros
El derrumbe del PP de Rajoy se ha ido fraguando desde que se dio la vuelta como un calcetín remendado para estafar a millones de sus votantes, haciendo lo contrario de lo prometido. Y, como colofón, estaba cantado desde los célebres mensajitos a Bárcenas cuando ya le habían trincado por corrupción. Esas confianzas con un personaje de oscuras cuentas multimillonarias en Suiza, que ya se conocían entonces, abrió de golpe los ojos a muchos de los que no volverán a votarle ni en pintura. Porque, como hubiera sucedido en un país de verdad maduro democráticamente, debió dar paso a otro liderazgo en su partido y en España. Si no por vergüenza torera, que ha demostrado desconocer, al menos para no perjudicar a su partido; esa entelequia que tantas veces proclaman para que se larguen otros.

La ruina del PSOE viene de lejos. Así, por mucho que Pedro Sánchez se empeñe en ideas y propuestas, si fuera el caso de que cristalice alguna potente y concreta en la memoria ciudadana, la desastrosa gestión de Zapatero aún lastra su presente y su futuro. Tiene, eso sí, la baza con que  desarboló a Rajoy: es un político limpio. Pero eso, siendo una verdad importante a nivel personal, se difumina en la charca de los casos de corrupción de su partido.

Susana Díaz, por equivocado egoísmo también, ha perpetrado la tontuna de no usar la citada importantísima baza de su secretario general en la campaña andaluza. Y tal decisión, con lo que ha caído y cae desde el juzgado de la señora Alaya, es un error de estrategia política solo entendido desde las luchas internas socialistas, que a la postre suponen también su debilidad; hasta Felipe González ha tenido que pontificar que no huirá hacia Madrid.

A cambio, ha optado por seguir la clásica y  reiterada doctrina de Pujol y Mas en Cataluña, haciéndose pasar por la matrona de Andalucía. Cualquier ataque a su partido o a su persona es una afrenta a su tierra, lo que supone una indigencia intelectual que asusta.

Las nuevas construcciones
Por la izquierda, Iglesias está viendo cómo el globo de su Podemos está perdiendo altura porque también tiene puntos débiles relevantes. El primero, el techo que supone su adscripción filocomunista, que él trata de romper intentando colar una inteligente socialdemocracia que pocos creen. Sus inicios y relaciones de todo tipo con los regímenes bolivarianos lo desmienten, así como su equiparación activa a los extremistas del griego Tsipras. Como hemos reiterado, será difícil que pase del veinte por ciento en las elecciones donde se presente. Otra cuestión, ahí sí, es la influencia que tendrá en las distintas componendas postelectorales que se cuezan para formar gobiernos.

Y por la otra banda, Ciudadanos, el partido que tan eficazmente lidera Albert Rivera, también tiene dos debilidades serias. La primera, derivada de su falta de cuadros en los distintos escenarios donde va a competir, porque una cosa es prometer las cuatro cosas claras que tienen los, digamos, social liberales -centristas sin ataduras ideológicas-, defendidas con brillantez por su líder, que inspira a cientos de miles de españoles confianza, honradez y valentía; y otra el día después de su previsible pero insuficiente éxito electoral. Con las alianzas de gobierno que propicien empezarán las contradicciones. Sería muy bueno que se mantuvieran incólumes en una oposición constructiva. Y, la segunda debilidad es la indefinición del propio Rivera sobre si se presentará a las catalanas, a las generales o a ambas, que todo puede ser.

Un voto miope
En todo caso, el voto a la contra, que siempre es a corto, les viene bien a Podemos y a Ciudadanos ahora. Otro tema será el futuro. Y ahí, por el bien común, deberán todos laborar duro además de orar, que ayuda pero no alimenta, como en los viejos conventos.

Ojalá llegue pronto el tiempo en el que se vote con esperanza a largo.       

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