miércoles, 27 de junio de 2012

LA CONFIANZA Y EL SENTIDO COMÚN SON LA CLAVE


Los políticos pueden dar todas las vueltas que quieran, pero mientras no inspiren confianza, empezando por ellos mismos, y los demás no  recuperemos el sentido común no tenemos nada que hacer; habrá crisis para rato. 

De dónde venimos

Venimos de los peores ocho años de nuestra historia reciente: una calamitosa administración socialista central con Zapatero a la cabeza; una despilfarradora administración autonómica con protagonistas populares y socialistas con ayuda de regionalistas e independentistas de diversa condición; una oposición conservadora bipolar con cuatro años al ataque escocida por las extrañas circunstancias del 11-M, y más de tres contemplativos en la creencia, acertada, de que en España no se ganan las elecciones sino que se pierden; una corrupción demasiado llamativa protagonizada por golfos de distinto pelaje tanto entre políticos y funcionarios desvergonzados como entre supuestos empresarios y profesionales de baja estofa; unas cajas de ahorro que han dilapidado – ya analizamos en estas mismas páginas la génesis del desastre- una centenaria historia de nobleza y utilidad, y que con algunos bancos se dieron a la lujuria del beneficio supuestamente fácil  a través de los más variopintos entramados; un banco central bastante laxo en el control de los desmanes de aquellos a quienes tenía que regular, y que le dio la puntilla a una gran parte del sistema financiero con disparatadas iniciativas de SIP y similares; y de una sociedad que se acostumbró a vivir como rica cuando no tenía los cimientos suficientes para ello, amparada en las posibilidades de ganar dinero fácilmente en torno al mercado expansivo de la promoción inmobiliaria, tanto en sueldos directos e indirectos disparatados como en especulación pura y dura de suelo o de compra venta rápida de viviendas; algunos ganaban más que los propios promotores.

Todo lo anterior trufado con unas instituciones como sindicatos, organizaciones empresariales, universidades, clubes deportivos, televisiones mil y otros medios, asociaciones, fundaciones y entidades diversas revoloteando alrededor del boyante pastel económico público para trincar su subvención.

Dónde estamos

Tenemos un gobierno diletante y una oposición desnortada, en el mejor de los casos, y los españoles vivimos en una espiral demoníaca de desconfianza en nuestra realidad presente y en nuestros políticos, así como en nuestras instituciones fundamentales democráticas y, lo que es peor, en que sean capaces de sacar España adelante.  En suma, vislumbramos un futuro bastante incierto para nuestros hijos.

Además, contamos con la desconfianza de todo el ‘mundo mundial’. Nadie se fía de nosotros; ni gobiernos próximos ni lejanos ni sus organizaciones económicas, ni bancos extranjeros ni gestores de fondos de cualquier tipo ni inversores en renta fija  – los famosos mercados, que no llevan cuernos ni rabo- ni, por supuesto, de la variable. Somos un país económicamente apestado y esto tiene muy mala pinta.

De qué nos extrañamos?

En cuanto los focos de la prensa mundial se han fijado en España han esparcido todas nuestras vergüenzas. Seguramente es injusta la desastrosa imagen general que se empieza a tener de nuestro país en cualquier rincón del mundo, pero es lo que sucede cuando en lugar de gestionar uno su comunicación se la gestionan - ¡Ay los mutis de Rajoy!-. Y el ventilador de la prensa mundial ha esparcido demasiada porquería sobre España; nosotros mismos les hemos ayudado demasiadas veces con informaciones económicas contradictorias y absurdas declaraciones y disputas domésticas.   

Y tampoco nos podemos extrañar, ni demonizarlo, de que los alemanes, por ejemplo, estén más que preocupados por nuestra situación. Resulta que de los euros que nos dieran en Europa más de uno de cada cuatro sería de ellos. Y claro, no quieren nuestras irresponsables alegrías con sus cuartos. ¿ Usted qué pensaría?

Qué hacer?

Sólo hay un camino para recuperar la confianza de quienes tienen que ayudarnos a salir del abismo: que seamos capaces de entender y aceptar dónde están nuestras debilidades y de intentar superarlas con decisión. De paso recuperaríamos también la confianza en nosotros mismos.

Muchos pensamos que habría que empezar por refundar nuestro Estado cambiando todo lo que hubiera que cambiar. La Constitución, por ejemplo. No nos cansemos, un estado con diecisiete naciones – dotadísimas de todo y con notables  vocaciones centrífugas- y docenas de miles de ayuntamientos, más tantas mancomunidades, diputaciones, etc., es inviable.

También deberíamos trillar de una vez el sistema financiero y que queden sólo las entidades viables privadas.  Las capitalizadas con fondos públicos deberían ser nacionalizadas  - aunque sea temporalmente- e intervenir en la economía  a precios razonables. Al tiempo evitaríamos los previsibles abusos de una oferta bancaria tan reducida.

Y, finalmente, deberíamos recuperar todos aquellos viejos valores de la previsión para nuestro día de mañana y el de nuestros hijos. Olvidarnos del todo lo público gratis o casi, y vivir de acuerdo con nuestras posibilidades reales. Nuestros  abuelos  nos lo enseñaban por sabiduría popular basada en la nada desdeñable experiencia histórica,  y nuestra sociedad, la de las generaciones que creemos tan preparadas y brillantes – mil máster de todo y escuelas de negocios y ninguna de ética y sentido común-  ya vemos adonde nos ha llevado. No hablo de renunciar a cuestiones básicas, como unas pensiones dignas y una sanidad y educación públicas eficaces, pero también eficientes. Me refiero a los abusos de toda clase que han proliferado en España pensando que el dinero del estado, y el de los demás,  no tiene dueño.

Tenemos que aprender  todavía - ¡vaya tela!- que como nadie regala nada, o espabilamos, que también se decía antes, o nos limpian…. ‘los de negro’…afortunadamente – piensan muchos-.

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