viernes, 29 de junio de 2012

ESPAÑA BUSCA PRÍNCIPE


Tras la muerte de Franco se proclamó Rey al entonces Príncipe Juan Carlos y éste, a su vez, eligió príncipe para  pilotar la transición política hacia la democracia parlamentaria.


Los príncipes recientes

Suárez fue el príncipe de aquellos difíciles años, y ya está en la historia como el artífice fundamental de  hacer realidad el juego de palabras del cerebro gris jurídico de toda la operación: Torcuato Fernández Miranda con su célebre aforismo de “ir de la ley a la ley sin salirse de la ley”. El de Cebreros, con su no menos famoso “de hacer normal políticamente lo que es normal a nivel de calle”, tendrá para siempre en su haber dos hitos fundamentales. Primero la Ley de Reforma Política para liquidar las Cortes del antiguo Régimen y después, aun reticente,  organizar los Pactos de la Moncloa con Fuentes Quintana de muñidor fundamental para superar la grave crisis económica y social que asolaba a España. Apareció ahí un concepto clave en aquellos duros años: el consenso.

Calvo-Sotelo fue el breve regente que sirvió de lubricante para la alternancia entre el centro derecha y la izquierda. En su haber nuestra incorporación a la OTAN, con todo lo que ello supuso después.

Felipe González fue el gran príncipe que culminó la Transición metiendo a España en la modernidad. En su haber dos hitos claves: la reconversión industrial y nuestra entrada en Europa. Un presidente reconocido como buen estadista al que le sobraron los últimos años tras la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona. Algunas compañías corruptas y errores de bulto tuvieron mucho que ver en su declive.

Aznar fue un buen príncipe para su hora. Puso orden en el centro derecha español y logró superar la grave crisis económica que España padecía desde los primeros noventa. España logró enderezar los principales indicadores económicos, con el equilibrio fiscal a la cabeza, y entrar en la primera división del euro contra pronóstico en un tiempo record. Ese hito y el enorme impulso que supuso para España el crecimiento económico subsiguiente, hizo que por primera vez en la  historia moderna el centro derecha obtuviera mayoría absoluta en unas generales. También le sobraron los dos últimos años, donde quizás la soberbia  acumulada por tantos éxitos en tan poco tiempo le llevó a cometer algunos desatinos básicos.

De principado de Zapatero hay muy poco que decir; tal es la calamidad que ha supuesto tanto para España como para su partido. Pero también tiene dos hitos que le acompañarán siempre. Uno bufo: la pretendida Alianza para las Civilizaciones; un remedo de gran política exterior en buena medida para marcar distancias con su antecesor Aznar. Y otro positivo, aunque muy discutible en la forma, que a la postre quedará unido a su mandato: el fin de los atentados de ETA.

La herencia del supuesto talante fue hacer de España el solar más grande de Europa.

El actual

Rajoy llegó enarbolando el pendón de la previsibilidad y del sentido común. Levantó tantas expectativas que alcanzó la mayoría absoluta en su tercer intento. Pero ¡ay amigo!, lleva seis meses en el mando y está batiendo todos los records de pérdida de imagen en los treinta y tantos   años de democracia. Y, lo que es peor, sin haber hecho el ejercicio de sinceridad política que debió hacer en cuanto llegó al poder, o poco después, expresando su voluntad de quemarse en aras de arreglar la ruinosa herencia recibida; se le hubiera entendido. Por el contrario, anda improvisando y entre contradicciones, amén de ejercer actitudes diletantes en cuestiones demasiado serias; los tres meses perdidos en presentar los presupuestos por favorecer al ‘compañero’ Arenas en Andalucía, o transferir dinero inexplicablemente a ciertas CCAA tras aprobar la ley  que las embridaba, como ejemplos manifiestos. Así, ha conseguido exasperar a todo el mundo: votantes afines, desafectos, gobiernos amigos, indiferentes, instituciones económicas europeas y mundiales.

Diez años de mala suerte

Se puede afirmar que España no ha tenido suerte en los últimos diez años. Los dos últimos de Aznar por soberbia galopante, los siete de Zapatero por calamidad manifiesta, y lo que llevamos de Rajoy por asombrosa incapacidad para abordar con energía los problemas y de explicar dónde estamos invitándonos a recorrer el difícil camino con determinación de vencer.

En medio de esta nefasta espiral de mala fortuna quedó el enigmático  atentado del 11-M. Epicentro, seguramente, de mucho de lo que ha venido después.

Lo que necesitamos

Cada vez se abre más paso la idea de que necesitamos un ‘Príncipe’ que nos saque del tremendo atolladero. Tal vez del perfil del Suárez valiente de la Transición, o del carisma de un González pletórico en sus primeros ocho años, o de la seriedad y la decisión de Aznar en sus primeros seis. O, probablemente, de una mezcla de los tres con ropaje moderno. Sería la nueva hora de España, con  alguien capaz de embebernos a todos en la necesidad del esfuerzo común para llegar a nuestra Ítaca. La de volver a la senda del crecimiento social y económico basado en la sensatez, la educación, el esfuerzo, la iniciativa, el rigor, la solidaridad, la imaginación, la universalización y la ética.

La alternativa sería una improbable coalición de partidos – por la España cainita-  para gobernar sin miedo a que hubiera vencedores y quemados. Esa concertación política que alguien de fuera nos impondrá, en el mejor de los casos, si no espabilamos. La negación de todo lo anterior será un desastre común sin paliativos, salvo que, Dios lo quiera, Rajoy cayera de su caballo a Damasco y resurgiera de sus cenizas. 

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