martes, 20 de octubre de 2015

RAJOY, LIRÓN A LA BROCHA

RAJOY, LIRÓN A LA BROCHA.

Ponga usted un espíritu almidonado regido por una mente funcionarial al mando de cualquier empeño humano en dificultades, y obtendrá lo más parecido a una nada surgida de otra nada con nada por delante y nada por detrás; un estío sofocante sin nada que recoger por falta de siembra. Una ruina.
Ahí, las personas con aversión cerval al riesgo sucumben al mayor de los peligros: la inanición, o,  peor aún, abusan inmisericordemente de los indefensos bajo su mando: la cobardía facilona. Y se excusan con las socorridas circunstancias o la herencia recibida, a la que no renuncian cuando se les encomienda, desde su sempiterna hipocresía: lo socialmente correcto por apariencias.
De la pereza y el miedo a la rutina, con la connivencia de sus  homólogos, consumiendo el tiempo de quienes aguardan lastimosamente y con paciencia franciscana que alguna vez haga algo; tome decisiones útiles; corte por lo sano; alumbre futuro desde proclamas ilusionantes o se vaya pronto a casa. Porque lo de sacrificarse por sus gobernados, quemándose en el empeño, no lo esperan; sería demasiado para ‘don comodón’.
Si añadimos el espíritu del opositor estéril, que alberga el origen del peor funcionariado, obtendremos lo más parecido a un parásito que tiene por objetivo vivir eternamente a costa de los ciudadanos.
Sin nombrarlo, es fácil imaginar un perfil fiel del actual presidente del gobierno: Mariano Rajoy en estado puro.
El único presidente electo que no repetirá mandato. El gobernante que llevará su partido al desierto, partiendo de una espléndida y fructífera ribera, en solo cuatro otoños. Un político que debería leer la realidad española como nadie por haber tocado todas las teclas desde concejal a presidente, al que confiamos una nación con problemas económicos y financieros por deudas y gastos improductivos inasumibles, que nos la devuelve incrementándolas y sin limarlos, y presumiendo de haber superado la situación. La realidad es que debíamos seiscientos mil millones y ahora debemos un billón, porque Europa nos ha aliviado por interés prestándonos dinero a mansalva y a un coste bajo, de momento... ¿Ese pulpo, es rescate o calamar?
¿Qué haríamos con un gestor que nos deja en manos de los prestamistas aun aumentando las ventas —impuestos—, incapaz de reducir gastos estériles y enfadando, de propina, a los clientes —contribuyentes—? Su dudoso logro: aplazar las soluciones endeudándonos en una cuantía impagable. Si España fuera una finca se la quedarían el BCE y los bancos.
La peor ceguera es voluntaria, y este lirón, que oculta bajíos en su pasado —¡Ay, Bárcenas!—, sueña con seguir pintando tras cinco elecciones seguidas cuesta abajo, ¡cinco!; siendo, además, el político peor valorado desde sus principios presidenciales. Otro caso único y definitivo.
Decenas de millones de españoles, propios, indiferentes y extraños; quisieran decirle: Mariano, ¿por qué no sueltas la brocha de una puñetera vez, que te vamos a quitar la escalera, y haces un favor a tus compañeros, a tu partido, a tus gobernados, a tus más próximos, a ti mismo y a España?


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