sábado, 5 de enero de 2019

IBARRA NO HA MUERTO



Solo te has ido a descansar de tanta vida, Juan Ignacio, porque si la vida de un hombre se pudiera medir por la pasión derrochada, tú has vivido varias.

Como hijo de otro grande, actor y dramaturgo también, al que tanto admiraste, honraste y quisiste, de ahí tu arrebatador empeño en crear una Escuela Superior de Arte Dramático en nuestra Murcia; se lo habías prometido a tu padre. Palabras mayores en tu sentido de la lealtad.

Como periodista vocacional y de raza. De ahí tus innumerables aportaciones durante más de medio siglo en cuantos medios han contado contigo; prácticamente todos, tanto en radio, prensa y semanarios como televisiones. No ha habido un periodista murciano más conocido que tú en nuestra región. Ni fuera de ella. Todavía la semana pasada me preguntó un matrimonio que te vio pasar si eras Ibarra. Y te miraron admirados sin que reparases. Y eso que ibas camuflado por tus últimas circunstancias.

Como comunicador poliédrico, único en tu especie, porque tampoco ha habido nadie en Murcia con tu forma de hacer radio, sobre todo, o televisión. Información y comentarios actuando. Tu estudio, un teatro con el escenario lleno por ti solo con esa emblemática voz rota. Ratos incomparables y horas infinitas con miles de oyentes o espectadores pendientes de cada gesto o afirmación de Ibarra. Hasta escribiendo o conferenciando. Tu estilo inconfundible es el guión de una comedia, drama o tragedia, según toque cada día. Y en tres actos, como cualquier dramaturgia clásica, pero con tu chispa creativa. La acción, el lugar y el tiempo se suceden o intercambian según convenga para una mejor comprensión de lo que trates. Y lo mismo sus protagonistas y el lenguaje; culto, llano, sencillo o complejo, metafórico o directo, en presente, en pasado o en futuro.  Todo en función de las entendederas del público y del tema.

Como maestro en sentido amplio. Por eso la práctica totalidad de quienes pasaron por tus manos o fueron tus compañeros han reconocido tu magisterio En la radio, en prensa, en la tele, en las aulas de tu Escuela o dirigiendo teatro. Recitando eres un volcán arrebatador para los asistentes, y conferenciando aún más. En fin, Maestro, en cuanto tocas.

Y, finalmente, como amigo; faceta en la que más te conozco. He escrito varias veces sobre ti, Juan Ignacio, y esta no la quería. Una vez te titulé en prensa como un murciano irrepetible, y otra, en un poemario, hablé sobre tu generosidad sin límites para cuanto te  pidiera un amigo, o incluso cualquiera que te necesitara. E hice referencia a tu pasión genética como el motor que movía tu alma, y a tu enorme sensibilidad como las majestuosas alas transparentes que acarician cuanto te rodean. Y ahora añado que también eres pedernal cuando corresponde y lanzallamas con quien lo merece, aunque los perdones se te caigan de las manos al  menor gesto de bondad de quien sea.

Y como has tenido tantos amigos, conocidos, discrepantes, agradecidos, rivales, contrariados, colegas, alumnos o simplemente seguidores, imagina cuántas vidas has vivido por y para ti mismo y para tantísima gente. Y críticos también, pero sin poner en duda nunca tu número uno.

No has muerto, no. Te has ido. Y lo has hecho despidiéndote de lejos. O sea, sin despedirte. Un mutis por el foro, como los grandes. Un hasta luego. ¡El hasta pronto!, que tan bien recitaste con Marcial, con Pepe y conmigo el mismísimo viernes pasado en un teatro. Porque como dice un amigo común, mientras te sigamos recordando vivirás. Y mientras te recuerden mañana, también. Y cuando pasen los años y te estudien o citen en cualquier aula, en cualquier medio de comunicación o los vecinos de esa calle que tienes en Murcia o en los lugares que rebauticen con tu nombre, que lo harán, seguirás viviendo. Tan real como tu prodigiosa memoria y tu vasta cultura.

Y has partido estando yo en Ronda. Tú, que no eras taurino, pero sí torero rematao, te me has ido estando en la cuna de un arte también grande. ¡Qué arte tienes, Maestro! Y has dejado a tus últimos mosqueteros huérfanos los jueves. Faustino, Antonio y Carlos, los auténticos, y Núria y yo tendremos que reinventarnos. Mira que no anticipárnoslo ni en Noche Vieja. Sería para no molestar, como siempre. 

Ayer escribía a otro amigo común preguntándome cuánta soledad le cabe a un corazón en pena. Tal vez un presagio.

Hasta luego, queridísimo amigo. Descansa en paz.   



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