miércoles, 7 de enero de 2015

EL AÑÓN DE PEDRO SÁNCHEZ

El 2015 va a ser otro año que nos cambiará la piel. Un ‘añón’ más que añadir a nuestra mochila, como aquellos individuales de los primeros recuerdos, el amor, la boda, la paternidad, la muerte materna, el divorcio o cuando perdimos el buen empleo para sumirnos en el desconcierto por el miedo a la indigencia, que de todo hay. Así lo fueron el 1975, el 76, el 78, el 82, el 96, el 2004, y el 11.

Afortunadamente no tenemos hitos teñidos de tragedia nacional, y que sigamos así, como tuvieron los padres y abuelos de quienes hemos pasado  los cincuenta y que tan sucintamente cantara don Antonio Machado en dos versos magistrales: “españolito que vienes al mundo te guarde Dios, que una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.


Los precedentes

1975 nos trajo al rey Juan Carlos I, tras un funeral de Estado entre miedos, que enterraba también cuarenta años de cuarentena política. 1976 un presidente atrevido y reformador bajo el brazo real, Suárez, y tanta incertidumbre como esperanzas. 1978 una ilusionante constitución, votada por una mayoría abrumadora en todas las regiones, entre centenares de funerales producto del terrorismo. 1982 un presidente socialista joven para el cambio definitivo, González, que alcanzó el poder con una impresionante mayoría absoluta y gran alborozo popular. 1996 una esperanza de regeneración política y económica, en la figura de Aznar, retornando al poder los conservadores por agotamiento del ‘felipismo’ y los primeros síntomas de corrupción del sistema, que había sustituido en forma personalista a la socialdemocracia reinante durante casi tres quinquenios imprescindibles para entender la España actual. 2004 propició el retorno de los socialistas al gobierno por torpezas  de la última etapa ‘aznarita’- la primera cumplió las expectativas económicas- y, fundamentalmente, como consecuencia del aún no aclarado mayor atentado terrorista sufrido en Europa, empezando el actual decenio negro español con Zapatero de desgraciado protagonista estelar. Y 2011 el acabose del desfallecimiento nacional, con el fraude electoral a millones de ciudadanos por parte del que fue durante ese largo año la gran esperanza blanca de los mismos, el pusilánime Rajoy.    


El año que superará la Transición.

Ya veremos si para bien o para peor, 2015 será otro año para el recuerdo y el análisis tras el 2014, en el que brilló Pablo Iglesias y apareció Felipe VI. En él se romperá el bipartidismo que propiciaban los dos tercios de votos que obtenían los dos grandes partidos homologables con los de los países más avanzados de nuestro entorno democrático parlamentario liberal, pero poco en nuestro caso; el socialdemócrata y el conservador.

Y volverán, como las oscuras golondrinas en el recordado poema del eterno Bécquer, las cosquillas de la incertidumbre a anidar en nuestros estómagos, como en alguno de los ‘añones’ citados; solo que ahora con escasas esperanzas balsámicas para nuestras carteras, ya muy esquilmadas y hechas trizas, tras la debacle heredada por la desastrosa gestión de los gobernantes del último decenio, canten a la luna lo que quieran los mendas actuales en el poder; ‘desahuciocantanos’ sin remedio. ¡Ay!, ¿quién será el heredero de Rajoy?


Sánchez en candelero

Como hemos reiterado, lo previsible es que se produzca el empate técnico de PP, PSOE y Podemos en torno al 25 por ciento de los votos. Y, también como consecuencia lógica atendiendo a nuestra sociología, los socialistas con Pedro Sánchez, si hacen las cosas bien – en lenguaje taurino-  durante este año crucial, serán los beneficiados como el centro entre los extremos, y obtendrán por obligada ‘abstención unánime’, que diría un ilustrado y campechano alcalde socialista de mi tierra, Pepe Méndez, el mando en el gobierno.

Las dudas surgen, sin embargo, en si el PSOE de Sánchez, con Susana Díaz avizor en las municipales, ¡ojo!, será capaz de remontar hasta conseguir uno de cada cuatro votos emitidos, que es el punto de partida hacia la Moncloa. Le bastaría con quedarse entrambos, entendiendo que sus oponentes, el clásico tradicional ‘pepero’ y el emergente ‘circulista coletudo’, pero ya menos, llevan ahora las de ganar. Unos por conservadores, que ya se sabe que el miedo hace de la prudencia virtud, aunque se reconozcan los extravíos de los propios; y otros por aglutinar la natural rebeldía social ante la situación de descrédito político que padece la llamada casta política, antes mayormente poderes fácticos, para los ilustrados, y ‘mangoneantes’ en versión popular.


Los llantos, por las heridas

Hacia el altar de la supuesta mejora de la situación económica dirigen sobrecogidos sus plegarias los del PP, pero se la juegan en las municipales, que harán de criba ante las generales y de primarias para los aspirantes al triunfo personal. Sánchez sobre todo.

Y en la reconducción del reciente decrecimiento de apoyo popular los de Podemos, sus limitadas esperanzas de alcanzar una clara mayoría minoritaria electoral. Como advertimos, en cuanto se han difuminado las decisiones asamblearias y se olvida o matiza la defensa de populismos inaplicables por ruinosos, ante los que ningún grupo humano desesperado diría que no en decisión conjunta, el suflé se desinfla. Es tan lógico como lo fue su crecimiento inicial por la desesperanzadora gestión de la que llaman casta. Esa nomenclatura a la que de una u otra forma pertenecerán siempre quienes manden algo, y ellos mismos muy pronto también; lleven coleta o gomina, traje y corbata, vaqueros, pantalones chinos,  suéter o camisas remangadas, y sean más o menos guapos o simpáticos.

Ojalá, y como menos malos, lleven quienes gobiernen el desbarajuste previsible, además de sus apariencias,  todos sus atributos – todos - con decencia, dignidad, gallardía y afán de servicio público, que se decía antes.
Tristemente, la mayor ausencia será que 2015 arruine también las esperanzas de regeneración democrática liberal para esta España nuestra, tan necesitada de libertades individuales auténticas.

Lo demás son adornos, Sánchez, como hubiera dicho el viejo y lisiado torero Juncal; personaje ideado por el ilustre madrileño Jaime de Armiñán a partir del singular taurinísimo sevillano Enrique Bojilla, en la figura del mejor e inolvidable actor aguileño murciano Paco Rabal.


¡Suerte, maestro!

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