miércoles, 2 de abril de 2014

A REBUFO DE LOS SUBIDONES Y DEL VAMOS A MATARLES

Ya sabemos que los violentos aprovechan cualquier oportunidad para hacerse notar en manada, porque de uno en uno su cobardía es aún más galopante, pero las consecuencias las pagan quienes menos culpa tienen de las circunstancias que originan cualquier protesta en la calle.

He asistido a varias charlas de amigos, y a otras de oídas en grupos cercanos adonde me encontraba:



Sobre la marcha por la dignidad el otro día en Madrid

   —Uno de ellos decía que iba de subidón y había apedreado en la cabeza a un policía que estaba en el suelo herido.
   —Y otro alentaba a los sanitarios a dejar morir a un guardia herido por fascista…
   —A ese le daba yo un bajón de guantás ( en realidad usó otro término) que no las cocía en siete años, por hijo de p….
   —Sí, y al de los fascistas lo mismo, y encima lo tenía a la sombra unos cuantos años. Porque, además, quizás se llamen a sí mismos luchadores por la libertad, como dicen algunos. A ver si en la cárcel reflexionan…¡Qué sabrán esos lo que es el fascismo!
   —Se aprovechan de la blandenguería de quienes nos gobiernan —apuntó un moderado.
   —Sí, pero a esos que dices los ponía yo enfrente de aquellos energúmenos a ver qué hacían.
   —Pues salir corriendo, que es lo que hacen cuando deben tomar alguna decisión que pueda resultar impopular para algunos… —apuntó el primero.

Y es que, los salvajes ganan en cualquier sociedad donde reine la hipocresía social, y por ende la política. Y de cara hacia dentro decimos una cosa, en la que de verdad creemos, pero de cara a la galería optamos demasiadas veces por la corrección mal entendida.

Olvidamos con frecuencia que a mayor libertad, que es lo deseable, debe corresponder mayor firmeza en los poderes públicos, precisamente para salvaguardar la de la mayoría; que son quienes mantienen el tinglado y a quienes se deben los políticos elegidos para procurar el bien común. Y este no se alcanza haciendo la vista gorda ante los que apuestan por la convulsión social.

Desgraciadamente, tanto el gobierno de Rajoy actual como el de Zapatero anterior, tras ópticas diferentes en tantas cosas se parecen demasiado en otras: el don tancredismo ejecutivo cuando hay que reprimir a los que se saltan la ley en la calle o en las instituciones. Véanse las manifestaciones o las amenazas respecto a romper las normas básicas del Estado.

Sobre las huelgas universitarias en ciernes

   —Dijo uno de esos estudiantes que ahora era la ocasión de ir a matarles (a los policías que habían acudido a la petición de auxilio del rectorado).
   —Para que veas lo que estudian algunos. Y eso que se les supone universitarios, ¡anda que si fueran analfabetos…!
   —A esos los tenía yo a pan y agua y haciendo carreteras por ahí de sol a sol, a ver si las meninges se le repoblaban de sensatez, o, al menos de educación.
   —Sí, esos son quienes gritan lo de la enseñanza pública ante todo. Querrán que les paguemos los demás sus desvaríos.
   —Bueno, bueno, es lo que hemos creado. Una juventud que lo tiene todo demasiado fácil. El todo gratis es lo que tienen. En lugar de agradecer lo que se les da, como es de bien nacidos, piensan que han nacido con todos los derechos del mundo. Así que no nos quejemos…

En realidad, hay mucha razón en lo que piensan quienes no lo tuvieron tan fácil en su juventud. Las conquistas sociales son un hecho que se debe defender desde la racionalidad, pero en ningún caso a pedradas. Porque tampoco se conquistaron así. Son fruto de una evolución positiva de la sociedad en base al sacrificio económico de los ciudadanos contribuyentes, a quien quienes las disfrutan deberían agradecérselo aprovechando bien sus oportunidades; pero nunca son una prebenda con la se nace. Otra cosa es que sepamos inculcárselo así a nuestros hijos.

Sobre los asaltos a las vallas en Ceuta y Melilla

   —Oye, es que no hay derecho a pegarles tiros. Habría que acogerles y solucionar los problemas de donde huyen. Yo no tendría valor para disparar a ninguno de ellos si los tuviera enfrente y les mirara a los ojos.
   —Sí, pero tampoco se puede dejar pasar a todo el mundo. Luego los sueltan en cualquier lugar de España y allá se las apañen. A eso tampoco hay derecho, porque luego los problemas los pagan otros.
   —Bueno –argumentó un tercero —, el problema es que les ponemos cara y ojos a los que saltan, que por otra parte son los más fuertes. Pero, ¿qué pasa con quienes no pueden saltar una valla?, que son los más débiles, y, otra cuestión: ¿Y a quienes luego tenemos que mantenerlos con nuestros impuestos? ¿O los que pagan las consecuencias de su marginalidad? No olvidemos que el sesenta por ciento de la población presidiaria en España es extranjera?
   —No, es que según algunos habría que ponerles azafatas, ¡no te fastidia! Mira, una cosa es como actuaría un ciudadano de bien y otra cómo debería hacerlo un político, que está para tomar decisiones.

En esta cuestión se nos olvida con frecuencia que las fronteras, como las puertas de nuestras casas, deberían ser inviolables. ¡Oiga!, usted tiene en nuestro país toda la libertad del mundo, pero no para invadir la de los demás. Y para entrar en mi terreno debe, al menos, pedir permiso, ¿no?

¿Y a los paganos quién nos poner ojos y cara?

Otra cosa es que seamos solidarios con los países de donde huyen para mitigar su pobreza. Pero eso es otra cosa. Y habría mucho que rascar.


En los tres casos, el problema es que a quienes sufrimos las consecuencias de todo ello nadie nos pone ojos y cara. Pero estamos ahí y les mantenemos.

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