viernes, 3 de enero de 2014

EN CUALQUIER LUGAR DE ESPAÑA…

Hace poco tuve la inmensa fortuna de charlar con un amigo sabio. Lleva tanto tiempo fuera de España que la ha recorrido con ojos de turista extranjero, y está esperanzado a pesar del susto que le producen todos los días los distintos informativos que padecemos.

Esperanzas

Me comentó que su esperanza viene de observar a muchos españoles en cualquier lugar de España levantar cada día la persiana de sus pequeñas empresas con más voluntad que otra cosa, sabiendo que tienen un presente tan negro como el toro de Osborne. Y lo hacen con una mano en sus familias, otra en sus empleados, la mirada en el tendido esperando hallar algún rayo de luz, la boca dándose ánimos de donde no tienen,  y los oídos tapados para no escuchar el balamío de tanto inútil que dice representarles, y tampoco  los cascabeles de quienes, como vulgares mulillas, anuncian muerte a todas horas desde sus negras previsiones en cualquier medio.  El tacto lo reservan para guardar a sus disminuidos clientes en el arca, como al buen paño.

También le ha ilusionado el encomio de los que aún conservan su puesto de trabajo defendiéndolo con uñas y dientes trabajando mejor cada día, y no desde prebendas defensivas de una legislación laboral de otro tiempo, incapaz de promover el empleo sino todo lo contrario. Con trabas por todos sus encajes para criminalizar, además de arruinar, al valiente que se atreve a crear algún puesto de trabajo de un modo limpio y sin usar las sinvergonzonerías de aquélla. Claro que tales situaciones son producto del exceso de normas anti empresariales que asola a la economía real, la única que puede sacarnos adelante, según mi amigo. Y con él tantos otros.

Y le ha sorprendido también positivamente el optimismo de tantísimos españoles que salen a la calle a consumir a pesar de la que tienen encima. Sospechando, por ello, que debe haber una importantísima cantidad de economía sumergida porque de lo contrario no se explica. No hay ni un solo indicador de los de verdad, de los que llegan a los bolsillos de los corrientes, que dé para tanto. Los que usan algunos políticos y demás privilegiados son cuentos para conformar sus precarias conciencias. A esto último le añadí que tuviera en cuenta también la inmensa generosidad de tantos mayores que están manteniendo a hijos y nietos con sus pensiones y ahorros de toda una vida.

Extrañezas

Este hombre no se extrañó, sin embargo, de las ansias separatistas de los nacionalismos periféricos, pues instruido como es en cuestiones históricas y económicas tiene muy presente que eso ha ocurrido siempre que España ha sido débil y no ha podido calmar sus avaricias. Recordándome lo ocurrido en Cataluña, por ejemplo, cuando se perdieron las últimas colonias imperiales a finales del XIX o en la penosa II República. Sí le sorprendió en este caso que sean los descendientes de antiguos emigrantes de tantas regiones españolas los más encendidos defensores de los antiguos enjuagues más o menos subvencionados de la burguesía catalana, en forma de proclamas independentistas para continuar con sus ventajosos chupes del denostado Estado español. Concluyendo que les azuzan  ellos mismos como eficaces ladradores en su ignorancia, en definitiva.

Lo que me dijo que no se podía entender muy bien mirando con ojos de fuera es que pueda sobrevivir tanto mentiroso y estafador en la política, sindicatos y demás organizaciones de supuesta representación pública o empresarial. En cualquier país serio la mentira, la medio verdad o el fraude con tapujos es sinónimo de expulsión inmediata del sistema. Tampoco la poca vergüenza de los partidos financiándose con dinero negro o blanco procedente de ‘mordidas’, o de los sindicatos y organizaciones empresariales con subvenciones para formación, por ejemplo.

De locos

Otro tema que le causó asombro por deplorable fue la tan cacareada Ley de Defensa de Género, dándose el caso del contrasentido jurídico de ser el acusado quien deba demostrar su inocencia y no quien acuse, su culpabilidad. Este exceso y sin Dios normativo tiene como consecuencia demostrada más violencia. Nunca en la historia moderna de España hubo tantos casos de ello como desde la implantación de dicha ley. Ni tanto inocente fastidiado hasta la humillación desde la posición de superioridad que le otorga tal norma  a las supuestas víctimas.

Lo mismo sucede con la disparatada sobredimensión normativa en todos los sectores sociales, laborales y económicos españoles. “Y no digamos nada de la inflación de servidores supuestamente públicos que padecéis”, me decía.

Pero lo más inexplicable para él era la incapacidad y abulia de un gobierno con el mayor poder político en democracia para hacer lo necesario con el fin de salir del atolladero. Y se preguntaba, ¿Para qué se presentaron a unas elecciones entonces? Y más aún ¿Para qué están en política esos señores y señoras?

En la calle

Y yo, con el mayor dolor, le contesté que eso también se lo pueden responder con toda claridad en cualquier lugar de España: pues  para vivir del cuento y de los demás con la mayor cara dura; por no decir  con la máxima desvergüenza.

De todos modos, también le dije que sin duda saldremos, como tanto hemos reiterado. Y lo hice mirando avergonzado las colas de tanto ciudadano en las organizaciones benéficas. Y pensando en la de tantos otros que ni eso. Pero también con una sonrisa muy española : la de la esperanza ilusionada. Que nos dure, aunque ahora sea también dolida.         

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