martes, 19 de febrero de 2013

SIN ALMA NO HAY EQUIPO NI JUEGO

Los egos sustituyen a la solidaridad y al compañerismo de un equipo cuando se dan en demasía. Y también al sistema que lo cohesiona y dota de eso que muchos llaman ser reconocible. Como consecuencia aparecen la imprevisibilidad,  el funcionamiento irregular, las capillitas y las inquinas permanentes producto de los roces que originan los irremediables egoísmos que anidan en el narcisismo de los que se alimentan del yo omnipresente. Ineficacia global, en definitiva, sobre todo en los momentos cumbre, cuando cualquier organización humana se juega lo importante: su ser o no ser en base al cumplimiento o no de sus objetivos fundamentales. Y en el fútbol profesional no es diferente. La piedra angular para que un equipo funcione bien es su dirección Y, también, la buena elección de sus componentes. Después vendrán otros conceptos claves como el señalamiento razonable de objetivos, el tratamiento adecuado de sus desviaciones, la motivación permanente, etc.

Como máximo exponente de la ineficacia tenemos en nuestra Liga el ejemplo del Real Madrid de Mourinho que preside Florentino Pérez. Y lo es en un doble sentido.

Empezando por el final, ya hemos señalado,  expuesto y demostrado con números en la mano en estas páginas que es la peor gestión deportiva en cuanto a resultados finales de la historia blanca. Y eso sin contar los medios económicos gastados en el empeño ni la creciente pérdida de imagen deportiva que acumula en sus diez años de presidencia. Tres Ligas, una Copa del Rey y una Copa de Europa, como títulos relevantes, contando con que los dos primeras ligas y la Champions las ganó con la base heredada de su antecesor, incluido el equipo técnico de Del Bosque, más sus tres primeros fichajes: Figo, Zidane y Ronaldo, sucesivamente, son un bagaje bastante magro. Cualquier otro presidente tiene mejores números desde Bernabéu acá.  Sus únicos aciertos estuvieron en sus tres primeros años, hasta que decidió hacer el club a su imagen y semejanza para salir al exterior con sus intereses económicos como objetivo fundamental. Una vez trillada España – en el año 2.000 no le conocía nadie fuera de su círculo madrileño- había que posicionar sus empresas fuera, y para ello decidió que tenía que prestigiarse en los países que más le podía interesar desde ese punto de vista. Y empezó a perder el criterio deportivo decidiendo prescindir del actual seleccionador nacional porque ‘ya estaba desfasado’. ¡Vaya ojo clínico que demostró! El tiempo, los éxitos y los fracasos han dejado a cada cual en su sitio, como suele ocurrir. Volviendo al principio, Pérez confundió entonces los objetivos deportivos con su patrimonio y el del club, olvidando de paso los fundamentos básicos de cómo funciona un equipo,  y tuvo que salir por la puerta falsa tres años después. En su vuelta muchos tenían la esperanza de que hubiera aprendido, pero cuatro años más tarde se encamina hacia su segunda espantada. Y esta vez lo ha hecho uniendo su futuro al de un egocéntrico mayor que él. Decididamente, este hombre  tiene tan mal fario para lo deportivo como aparentemente bueno para los negocios. El tiempo, una vez más, dirá.

Lo de Mourinho no es nuevo. Allá por donde pasa no crece la hierba. Se programa para obtener resultados personales a corto plazo quemando todo lo quemable, incluido el club que le paga, naturalmente, exigiendo en cuanto puede todo el poder para que nadie pueda contestarle. Así funcionan estos personajes. Aves mercenarias de paso que sólo viven para su mayor gloria personal.

La prueba es evidente. En su tercer año en el Madrid nadie sabe todavía a qué juega su equipo, más allá de balones largos para adelante y que Cristiano tenga su día. Si el gran fichaje de Calderón no se le hubiese lesionado dos meses a Pellegrini en el momento clave probablemente hoy tendríamos a  un Real Madrid señor y campeonísimo luciendo un juego digno de su historia; su trayectoria le avala. Hoy, sin embargo, tenemos a un equipo sin alma que se luce en algunos partidos menores, sobre todo en casa y le ocurre como a los perros del tío Alegría: eran muy buenos siguiendo el rastro pero cuando veían la pieza levantaban la patita y se ponían a mear. La prueba ha estado  en los partidos clave, Barsa y Manchester; lamentable liga aparte. 

Como decíamos, es el producto de no hacer equipo sino narcisismo. Ni él podía llegar a más ni el Madrid a menos. Ya queda poco, afortunadamente.     

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