Tan bonito
es soñar situaciones agradables como horroroso despertar con pesadillas. Y al
recordarme — que se decía en la huerta — del cuento soñado la semana pasada,
hallé en el mundillo futbolero una esperpéntica amenaza: Mourinho cabalgaba de vuelta un ex brioso corcel tordo, blanco
casposo ya de viejo.
De nuevo en
el banquillo del Bernabéu. Otra vez en la Liga. Los forofos merengues y sus
contrarios reverdeciendo horrores satanizándose con sus disparates. La palabra
incendiada. La mesura por los suelos con dedos acosadores y agresivos y
caballitos grotescos a lomos de cualquier paniaguado. Pancartas desvergonzadas.
Un equipo convulso, una afición dividida hasta el odio y un presidente
agilipollado. Y lo que es peor, una plantilla permanentemente bajo sospecha,
viejas estrellas desacreditadas y un equipo desarbolado por su entorno
inmediato con la consecuencia de jugar a
nada y ganar menos. Pero como todo tiene principio y fin, menos la
energía, volví a entornar los ojos e imaginé la causa de mis pavores: la
inseguridad, la avaricia o la intoxicación y el miedo. La inseguridad de
algunos directivos blancos de pijama y orinal, la avaricia de ciertos medios de
comunicación para vender más a costa de lo que sea o los correveidiles que Pérez tiene por ahí juntando letras
para sondear a la plebe, y el miedo de quienes temen que la magnífica etapa
blanca de los últimos cinco años llegue a su fin; justo desde que el depredador
luso se marchó o lo marcharon.
Y desde la
realidad de ser un imposible teniendo a Löw en la recámara, mientras Solari persigue su lugar al sol con Abu
Dabi como última etapa, pude descansar de nuevo. ¡Uf, que susto!
El Madrid ha
ganado otro desvalorizado Mundial, con el único aporte de encontrar en Marcos Llorente un jugador apreciable
que andaba despidiéndose de sus compañeros, y además canterano, porque el sueño
presidencial del renacimiento de Bale
como goleador seguro es solo humo nuevo sobre rescoldos viejos. Sus tres goles
ante unos japonesitos que aquí estarían en Segunda B, o como mucho coleando en
la A, son ‘milnovecientosna’. Y, eso sí, alargan una racha titulera que entona
el camino sin retorno a una inevitable travesía desértica. El futuro espera a
los madridistas, pero no debe enturbiarles las entendederas. Tras la marcha de
un ciclón siempre hay que reconstruirse.
El Barça
sigue a todo trapo sobre el infinito abanico de posibilidades que ofrece Messi. Un futbolista excepcional que
ayuno de sus antiguos suministradores de balones francos se reinventa cada
partido. Deleita, golea, hace jugar, contagia, lidera, mejora a sus compañeros,
imagina, muerde y no descansa hasta ganar, ganar y ganar, que diría el
recordado Luis Aragonés. ¡Qué lujo
de futbolista!, para muchos, entre los que me encuentro, el mejor de la
historia si los tiempos fueran comparables. La Liga es difícil que se les
escape, pero es que ahora vemos que el objetivo fundamental desvelado por el
argentino de ganar la Champions se antoja más cerca. El Barça y la Juventus
tienen más argumentos que nadie porque se manejan con los dos mejores del mundo
de la última década. Dos monstruos que se echan de menos en sus competiciones
domésticas y que se han retado en Europa. Uno por quitarse sequías recientes
que le roen los adentros, el otro, Cristiano,
por reafirmar su hegemonía a despecho de su antiguo club, y los dos porque su
cadena genética es un sinfín de trofeos: el ADN que los iguala. Ambos
pertenecen a la familia de la docena de futbolistas que han marcado épocas en
el fútbol. Nuestra gozosa esperanza es soñar que continúen medio lustro.
AGUILANDO
MURCIANO
La Pascua
nos ha traído el liderato del UCAM, el subidón del Cartagena, la continuidad
airosa del Jumilla y el resurgimiento del Murcia con tres triunfos seguidos. El
último de tanto valor que ha destronado al líder.
Los
inverosímiles universitarios del deportista excelso y futbolero Mendoza están haciendo bueno el
extraordinario trabajo de Munitis:
con el presupuesto más austero de los tres grandes regionales, divierte, puntúa
y manda en la clasificación. Y, encima, saca partido a canteranos y brillo a
veteranos y promesas. ¡Cuánto mérito!
Los
blanquinegros del ahora rutilante Munúa
están haciendo del Cartagonova un castillo inexpugnable, que es el camino más
seguro hacia la categoría superior. ¡Bendita esperanza!
Y los granas
del valeroso Herrero se sobreponen a
sus tenebrosas circunstancias, apoyados dentro y fuera por murcianistas de pro.
El Murcia se resiste a morir. ¡Qué grandeza!