martes, 19 de junio de 2018

UNA MONTAÑA RUSA



Rompe piernas y desánimos antes y después: escándalo, infortunios, nervios, méritos, emociones, y también VAR, De Gea, Costa y Cristiano, además de un buen partido y resultado de España contra Portugal, que es la campeona de Europa y no estuvo porque la oscurecimos aunque cuente con el mejor goleador de la historia, que sí estuvo; ¡y de qué forma!
De Gea deberá masticar la fortaleza anímica de sus compañeros para superar su fallo en el segundo gol de Cristiano y segunda ventaja de los portugueses. Ahí estuvo el mérito de los del animoso Hierro, y el suyo mismo, dando instrucciones acertadas durante todo el encuentro a partir del ingenuo penalti de Nacho, resarcido con un partido magnífico y un golazo. Unos méritos que, ahora sí, hacen de España una firme candidata a su segundo Mundial. Pocas selecciones se hubieran repuesto de tantas adversidades previas y durante el encuentro. Nuestros futbolistas, además de lucir clase, pedalearon cuesta arriba con las piernas, los pulmones y el corazón del mítico Bahamontes. ¡Qué manera de sobreponerse a todo!
Lo único que ensombrece la esperanza es la ausencia de suerte, que dirime estas competiciones. Esa que suele aliarse con los campeones vistió de rojo el viernes: el penaltillo en contra al inicio y el churro adverso a segundos de acabar la primera parte, o el tiro de Isco al larguero con medio balón dentro y los centímetros para el gol que le faltaron a Costa, Iniesta y Silva. Hasta en el golazo de Cristiano, faltando escasos minutos, porque siendo un goleador legendario, tirando faltas es vulgarote. Esta vez le tocó la varita mágica y vino a enchufarla imparable y decisivamente.
Ahora se apalea a De Gea, que sin duda jugó con desconfianza, pero nadie dice que Rui Patricio no paró nada.  De todos modos, el madrileño es un gran portero y ocasiones tendrá para demostrarlo en este Mundial. Quienes rompen y rasgan diciendo que no merece ser titular en la Selección, o lo han visto poco —dos años seguidos galardonado como mejor portero de la Premier y mejor jugador del equipo de Mourinho—, son pesimistas o están bajos de moral. Otros tampoco veían a Costa como nueve de España. Como anécdota, ayer escuché a un tertuliano radiofónico decir que no le gusta la selección desde que la cogió Lopetegui. Y es que, hay desbarres para todos los gustos; ni siquiera le convenció la goleada “amistosa” a Argentina en Madrid.
Tras ver a Francia ganar de chiripa a Australia y a Argentina empatar con Islandia, selecciones que no asustan, y a Alemania perder con  Méjico o a Brasil empatar con Suiza, tanto el empate de España como el de Portugal adquieren relieve. Pueden estar entre las mejores de otro Mundial en el que tampoco será fácil ganar a nadie, salvo raras excepciones como el Brasil de Pelé en Méjico en el 70. Recuerdo la España de Suárez, Amancio e Iríbar del Mundial de 1966 en Inglaterra, recién ganadora del Europeo de 1964, que solo pudo ganarle a Suiza y por la mínima con un golazo de Sanchís padre, tras jugada personal, y otro de Amancio con la cara lanzándose en plancha, a centro del primero.
En cualquier caso, la fortaleza de Portugal es también su debilidad; depende de su estrella Ronaldo. El conjunto uniforme de España es más fiable.  
En un Mundial es básica la unión inequívoca de los seleccionados en torno al equipo circunstancial que forman. Por eso manifiesto las buenas sensaciones que traslucen los de Hierro, quien sabe bastante de eso. Sin ese espíritu no hubiesen superado las difíciles circunstancias que afrontaron antes y durante el partido. Parecían un club y no una selección. Es el alma que tiene la nuestra desde Luis Aragonés, cuando Casillas, Pujol y Xavi superaron sus diferencias competitivas para componer una sinfonía grupal, que ahora interpretan Ramos y Piqué con cuanto representan, e Iniesta, que estuvo y está. Antes de 2008 nos hundían la mala suerte y los árbitros, pero también los malos rollos.
Por eso, Rubiales estuvo acertado al imponer que España está por encima de sus clubes. Despedir a Lopetegui, reconociendo sus méritos, fue simbólico. A partir de ahí lo que sea, bueno, malo o regular, pero siempre con ese estandarte bien alto.
El fútbol patrio es bastante más que un juego, egos y dinero, asignatura pendiente del prepotente Florentino y sus mariachis. Tapaditos estarían mejor.
El Real, como el Cid, ¡qué buen club si tuviere buen señor! 


miércoles, 6 de junio de 2018

CALVARIO Y GLORIA DE ZIDANE; Y LO QUE VIENE



El 26 de diciembre (Lo que el Barça se llevó) intuimos que el Barça había liquidado al Madrid de Zidane. En enero (La saeta de Zidane) sugeríamos una escalera de goles para quitarle los clavos al Madrid ‘zidanero’. Y aunque suene pretencioso, a primeros de marzo (Zidane está fuera) anunciamos las razones de una decisión diferida tomada dos meses antes: se iría a final de temporada. Solo algunos allegados conocen sus pesares desde que el Barça de Valverde afrentó a Pérez en el Bernabéu; ahí arrancó su calvario.
En ese tortuoso camino también se han quemado otros. El primero, Löw. Cuando J. A. Sánchez contactó en navidad con su entorno para sondear su fichaje, el seleccionador alemán renovó ilusiones; era una vieja aspiración. Después llegó la exitosa eliminatoria con el PSG y desde las alturas blancas, en plena negociación, solicitaron barajar de nuevo. Más adelante, en abril, llegó la victoria ante la Juventus y Sánchez, el recadero de Pérez, pidió cartas nuevas. Ahí se acabó la partida. Antes del Bayern, la federación alemana, con las orejas tiesas, le hizo una oferta y el antiguo objeto de deseo del mandamás merengue, despechado por las maniobras dilatorias de un Real Madrid enganchado a la tan sorprendente como rutilante marcha de Zidane en Europa, aceptó renovar el contrato hasta 2022. A primeros de mayo se hizo público sin bombo ni platillo; el teutón aún albergaba un último requiebro blanco. Pero tras eliminar a los de Heynkes perdió las esperanzas. De ahí su desahogado rechazo frontal ahora a sentarse siquiera con el de los mandaos de Florentino Pérez.
Y los otros dos chamuscados son Bale y Cristiano. El primero puede sanar por la marcha de Zidane, a quien hace responsable de su ostracismo sin tener en cuenta sus reiteradas lesiones. Se sabe una apuesta personal de Pérez, quien le ha ido filtrando sibilinamente que aguantara porque “el Moro” se tambaleaba, y tampoco entiende que haya ido apuntalándolo conforme pasaba eliminatorias; de ahí, también, su despechada sinceridad tras la final de su golazo en Kiev. Pero Ronaldo es otra historia. Con Zidane al frente, su rabieta sería otra estrategia para renegociar enésimas condiciones económicas; se ha entendido con el francés mejor que con nadie. Ahora la cosa cambia diametralmente. Con 33 años no está en condiciones de aguardar los aires del nuevo inquilino del banquillo merengue. O amarra ya el disparate de millones que pide por año —80 brutos—, o se dejará querer y fichar por quien se los ponga en la mano. El PSG  está al acecho con cartera y cuchillo entre los dientes, por sus prisas y el asunto Neymar, y el United de Mourinho aguarda agazapado con un chute en vena de imperiosa necesidad; son demasiados años en barbecho. Lo de Cristiano será una de las bombas del verano. Y esta vez, huérfano de Zidane, irá en serio.
Don Zinedine se ha ganado la paz y la gloria con la decimotercera, por la que apostó tras hacer piña con sus jugadores aun enfrentándose a su valedor Pérez, convencido de que no se lo iba a perdonar. Pero tenía poco que perder. Supo en navidad que la guadaña presidencial estaba presta para segarlo, con algunos más, por los desastres liguero y copero y la afrenta culé. Y ha sido finalmente coherente con sus convicciones. Dudó unos pocos días porque el horizonte era goloso, pero el empujón final de su entorno familiar le ha hecho ser fiel a sí mismo y a ellos, tan inteligente en el análisis como elegante en las formas.
Ha pasado al altar de las reliquias blancas y tendrá siempre abierta la puerta grande del Bernabéu. Como las de cualquier otro sitio futuro, que no será inmediato. La categoría ganada como técnico de primera fila en tan poco tiempo se lo garantiza. Y no solo como exitoso profesional, sino como un tipo honesto, firme, coherente, valeroso, suertudo, mesurado, distinguido y magnífico administrador de egos. La selección francesa, su sueño, será el próximo destino.  
¿Tras él? Pues dicen que Pochettino, Allegri o Klopp. Pero apunten a Wenger; excelente transición con Guti de segundo y Raúl en la recámara. Florentino quiere la decimocuarta Champions para igualar las seis de don Santiago y dejar semilla blanca, que no está mal, olvidados ya sus discutibles y frustrantes primeros diez años.
Arena y cal del aparente sorprendido Pérez, que se la tenía hecha a Zidane. ¿Su penitencia? Fichar despavorido por los pañuelos que imagina.


sábado, 2 de junio de 2018

EL ACABOSE



El fútbol acaba con los adjetivos, pero se alimenta de titulares. Goles, suerte, egos y leyenda dan para mucho, y el Madrid acapara la mayoría de nuevo. Como era de prever ha reeditado su vieja historia en Europa, donde nadie le discutirá su imperio hasta dentro de muchas generaciones de futbolistas y aficionados. Así ocurrió con las cinco primeras consecutivas, record que aún perdura. Esa es la legendaria dimensión que adquirió el equipo de Zidane con las tres últimas consecutivas y la cuarta en lontananza, hecho y objetivo inmediato que le hicieron reconsiderar unos días su salida porque Florentino Pérez quiere emular al histórico Bernabéu y anhela su sexta medalla, para lo que no escatimará esfuerzos. Pero finalmente ha sido fiel a sus convicciones, que ya adelantamos aquí en marzo, y ha dejado el barco merengue.
Pero más allá del golazo de Bale, que continuará en el Madrid tras la final de Kiev por mucho que estuviera decidida su marcha tanto por él mismo como por el club, e incluso de las dudas que manifiesta; el tráiler de otra película de egos sobrevoló el césped al acabar el partido: el enésimo culebrón Ronaldo. ¿Berrinche? ¿Premeditación? ¿Celos? ¿Ultimátum? ¿Provocación? Todo junto, menos realidad, porque es una reiterativa impertinencia. Él sabe que en ningún otro sitio podrá saciar su poliédrica ambición, pero con el corazón propio y el de todos los madridistas todavía a más de cien, el titular que vendió es que el nenico está triste y que fue bonito mientras duró. Enterado a bote pronto el baranda Pérez, a pesar de que trató de disimular, la vocecilla de curica medroso que asoma cuando miente afloró su indignación. Y esta vez tenía motivos. Solo la inoportunidad recurrente de Cristiano iguala a su tremenda dimensión profesional. Vamos a ver, figura, ¿no tienes otro momento para reivindicar frustraciones que el de la celebración de un éxito colectivo tan grandioso? ¡Ay, el egocentrismo desbocado! Pero él es así; lo ha sido siempre. Idéntica evidencia a la de ser el mejor goleador de la historia. O lo quieres o lo aborreces, pero nunca te deja indiferente. ¿Razones? Pues de los dos lados. Tiene el mismo sentido quejarse de que otros con méritos parecidos, Messi, o con menos, Neymar, ganen más, que el geométrico mandamás blanco enarbole el contrato en vigor que les une. El problema radica en que el fútbol es el único mundo donde los contratos están para cumplirse solo si quiere una parte: el jugador. De locos.
Y, cómo no,  también se habló de la suerte de Zidane. Esta vez a cuenta de los fallos del portero del Liverpool. Pero sus detractores se han quedado sin argumentos a las alturas que ya navega en el firmamento futbolístico. Suerte se puede tener en un partido, o en un momento, pero ya son demasiados momentos y partidos para seguir manteniendo que el francés es un técnico sin discurso táctico. Y, en todo caso, en equipos como el Madrid es mucho más importante alinear los egos que diseñar los movimientos de sus jugadores. La salidas de madre de Cristiano y Bale al acabar la final lo demuestran. Manejar tan notables individualidades debe ser la máxima responsabilidad de su entrenador.
Y, finalmente, aterrizamos en el acabose del fútbol regional. El Murcia, como advertimos, acabó en Elche con el último sueño de sus miles de admirables seguidores. Y aún tiene Salmerón la guasa de asegurar que tiene fuerzas para seguir. ¿No habrá nadie que le diga que a una final hay que ir con todo o mejor se queda uno en su casa? Se jugaba la vida y, fiel a su mojigatería, salió de nuevo con tres medios centros, uno de ellos defensa central, y solo dos puntas. En ninguno de los dos partidos tuvo nunca a tiro la eliminatoria. De pena.
Quien sí la tuvo hasta el último segundo fue el Cartagena. Monteagudo fue valiente y alineó a tres puntas y al talentoso media punta Hugo de defensa, pero esta vez la suerte le fue esquiva con un autogol faltando un suspiro. Mereció ascender en el Cerro del Espino porque fue mejor que el Rayo Majadahonda y tuvo varias opciones de gol, y seguro que lo consigue si tanto él como sus jugadores se reponen pronto del terrible mazazo. Deben saber que eso también es fútbol. Que los fracasos, si se digieren con inteligencia y sin victimismos lacrimosos, refuerzan el corazón y las entrañas y suman argumentos para perseguir el objetivo sin flaquezas. Los técnicos y los físicos los han demostrado ya. Ahora solo falta perseverarlos. ¡Ánimo y mucha suerte!, que también juega.          

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