martes, 28 de marzo de 2017

PASIONES



La magia engancha y la emoción enamora. El fútbol, como el arte, es  magia y emoción. De ahí las pasiones que despierta; el resumen del sentimiento que genera habitualmente a los futboleros y también a otros muchos en momentos importantes.
Tuve la fortuna de ver el partido del Cartagena contra el Real Murcia y sentí el cosquilleo de las emociones, más fuertes, aunque diferentes, a las que celebré hace poco en un Barça-Real Madrid. Y no me pude resistir en ambas ocasiones a expresar la emoción de los goles. Igual que soporté estoicamente la pasión desbordada de los aficionados contrarios, que es donde reside la esencia futbolera que tanto nos engancha. Si transcurre por los límites deportivos de esas dos fechas, es lo más sano y natural del fútbol. Y su punto mágico.
Isi, Armando, Guardiola y demás granas, sobre todo por sus tres goles, y Cristo, Rivero, Álvaro y sus compañeros, con algunos episodios de buen juego, hicieron vibrar a sus seguidores, con idéntica pasión que Cristiano y Messi a los suyos. Ellos pusieron el fútbol y los aficionados la emoción; como resultado afloró la magia de las pasiones.   
Porque esa magia no solo surge por la plasticidad del buen juego, la inverosimilitud de un regate, un control o el juego  a primer toque, ni en la belleza de un gol o la maravilla de una gran parada; un estadio lleno, con el alegre colorido que la pasión futbolera provoca, es un espectáculo en sí mismo.
Ahora llegamos al momento de la temporada en el que las pasiones se desbordan. Vibrarán en el Bernabéu, en el Calderón y en el Nou Camp con la misma pasión que en otros estadios. Igual que ocurrirá en Murcia, Lorca, Jumilla y Cartagena, o en los estadios de Segunda que dirimirán  ascensos y descensos. Es lo que también nos gustaría sentir en la vieja Condomina con el UCAM, un equipo recién ascendido que pelea dignamente por mantener la categoría con clubes relevantes: Córdoba, Zaragoza, Almería o Rayo.
El año que viene llegará el momento de apasionarnos con nuestra selección, que jugó un buen encuentro contra Israel. Un equipo hasta ahora menor en el que se vislumbra futuro si las buenas contras que hicieron no son un espejismo, más fruto de los despistes de los defensas españoles que de sus virtudes, destacando su velocidad y aseado manejo del balón. Ojalá que el buen tono de los jugadores que Lopetegui va incorporando crezca, así como la verticalidad que necesita España, que no está reñida con mantener las esencias que nos hicieron grandes. Como exponente, ya dijimos que Thiago no es Xavi, pero a su favor cuenta la grandísima calidad que luce aunque debería mejorar la rapidez de su fútbol. Un punto débil es que Busquets juegue solo, a pesar del buen partido que hizo; los años pasan, Iniesta y Silva no serán eternos, y se echan en falta apoyos para evitar agujeros por el centro.
 Como desearíamos que vibraran también en Cartagena y Murcia con el ascenso que tanto ansían, y, ¿por qué no?, en Lorca y hasta en Jumilla. Los de Julio Algar quizá lo tengan mejor, porque los de Monteagudo denotan cierta falta de empaque en los momentos decisivos y el nuevo Murcia de Mir todavía es una esperanzadora promesa.
Igual que anhelamos que los meritorios Jona, Rivas, Tekio, Morillas, Juande, Manolín, Tito, Vicente, Collantes, Kitoko, Albizúa, Pérez, Basha, Álvarez y Nono, con sus demás compañeros del UCAM, como Góngora la semana pasada, mantengan en alto el banderín ilusionado que a ratos hace que las emociones de sus seguidores limiten con la pasión que todavía no alcanzan. Los azulones de Francisco tienen la gallardía de ponérselo más difícil a sus oponentes fuera que dentro de la Condomina, y eso denota el carácter que debería mantenerlos en Segunda. Y la temporada próxima, viendo la igualdad de la categoría —salvo al destacado Levante de esta— reforzar bien el equipo para dar un paso más en su extraordinaria y generosa apuesta deportiva. Con un equipo brillando en la élite del baloncesto no extrañarían otro en la del fútbol.

Si hay alguien en Murcia capaz de lograr ese hito histórico con los mismos colores es la Universidad Católica de José Luis Mendoza. Un aficionado cartagenero me decía  que nuestra región debería tener fútbol de Primera. Sería nuestra vieja pasión futbolera compartida, manifestada en los más de veinticinco mil aficionados que animaron a la Sub-21. Más que en Gijón a la absoluta.      

miércoles, 22 de marzo de 2017

MAL SORTEO Y LIGA INCIERTA


Con la pena del fiasco culposo del Sevilla y Sampaoli, laminando de paso sus opciones para el Barça, tenemos la suerte reiterada de contar con tres equipos en los cuartos de Champions, pero es difícil que se prorrogue a semifinales; la fortuna nos fue esquiva en el sorteo.
El Atlético se enfrentará al Leicester, que ya ha hecho historia siendo campeón de la Premier y metiéndose en la crema europea. Aliviados de presión, tienen poco que perder y jugarán con la alegría de continuar su leyenda. Con el fantasma del descenso alejándose: el crisol de sus nervios, afrontarán  la eliminatoria con ganas de divertirse, y en ese ánimo que decíamos la semana pasada puede estar la pólvora que los dispare a semifinales. Al Atlético le hubiese venido mejor enfrentarse a un consagrado, que es donde se crece, porque contra los que puede mirar desde arriba ha demostrado que se encoge; miren la Liga. Simeone tendrá el reto de motivar más que nunca, su mejor arma, a Griezzman, Koke, Carrasco, Saúl, Godin, Oblak y compañía, para que cuelguen las confianzas en la percha de sus pupas. El técnico argentino será la clave. Si logra travestir a los de Sakespeare de blancos, blaugranas, blanquinegros o rojillos en el ánimo de sus rojiblancos, saldrán a morder y pueden tener opciones. Si no, preveo tal desánimo que incluso puede peligrar su clasificación para Champions en la Liga.
Al Barça le tocó su antídoto. La Juventus de Allegri es un campeón muy competitivo como buen italiano, rocoso y con las florituras justas, y el más capaz de amarrar a sus mascarones al duro banco de los galeotes, en lujar de dejarlos lucir en la proa de la filigranesca escuadra de Luis Enrique. Los  centrales juventinos dejarán escasos resquicios para el lucimiento del ariete Suárez y sus artistas florentinos, quienes tendrán que afinar el goniómetro para dibujar parábolas lejanas que superen al enorme Buffón.  La peor tesitura para el deslumbrante futbol de bolillo de Messi, Neymar e Iniesta, porque sus dos medios centros tampoco dejarán respiro al borde del área, desde donde también enfilan. Eso sí, jugarán con la misma ventaja del Madrid: la vuelta en casa, y ya sabemos que en el Nou Camp y el Bernabéu, como antes en los Cármenes granadinos, todo es posible. Pero antes, en Turín, Piqué y Mascherano o Umtiti, y Busquets, deberán controlar a Higuaín y Dybala, que son la caja de bombas transalpina con la ayuda del colega Alves.
A los de Zidane les ha tocado, más allá de su viejo demonio europeo, el equipo más sólido del continente.  Sus extraordinarios futbolistas llevan varios años jugando en bloque y se conocen de memoria. Además, cuentan con las ventajas añadidas de Ancelotti, que conoce perfectamente a los blancos y está muy escocido con Florentino Pérez, y del sello hispano de Alonso, Thiago, Javi Martínez y Bernat, que harán crecer hasta el infinito su indudable calidad frente a los figurones merengues. Xabi por exmadridista, el hijo de Macinho por culé, el navarro por reivindicar su figura ante un equipo que le ha hecho ascos varias veces, y el valenciano, si juega, por hacer méritos; y todos, con sus compañeros, por enfrentarse al equipo fetiche del planeta fútbol: el más laureado de España, Europa y el mundo. Mal asunto, salvo que Cristiano, Benzema y Bale demuestren su categoría o Ramos maneje la manguera apagafuegos. Casemiro y Modric serán básicos, Kroos debería brillar al fin, y Navas cambiar las manos por los puños en las salidas aéreas.
A pesar de sus apagones, nuestros equipos tienen argumentos para pasar, pero sus encuentros tendrán más de soleás que de bulerías. Ojalá no haya que enlutarse y luzca el sol en nuestras bardas, ahuyentando a los tres malos pájaros que tenemos en la bardiza.
Además, estos cuartos pueden aumentar la incertidumbre liguera. El buen o mal ánimo que les quede a los blancos y blaugranas será determinante en su excitante pelea por el título, más allá del esfuerzo de cualquiera de los dos por llegar a semifinales o lesión de alguno de sus figurones. Y lo mismo ocurrirá con los atléticos.

Así, esperemos que con los vientos de marzo y la espectacular lluvia futbolera del abril que viene, nos salga el mayo florido y hermoso que deseamos: otra extraordinaria final hispana; esta vez en Cardiff. Un Barça—Madrid sería tan histórico como inédito.  O, según dijimos, quizás llegue la orejona adeudada al Atlético. La merece.

lunes, 13 de marzo de 2017

RAMOS, NEYMAR Y EL ÁNIMO


La remontada del Barça ha propiciado de nuevo el viejísimo debate que la semana pasada señalábamos, afirmando que los árbitros no golean. Y aunque el árbitro turco alemán cometió dos errores de bulto que favorecieron claramente al Barça: el penalti que pitó a Suárez y el que no a Di María, estamos donde mismo, porque antes de esas azarosas circunstancias se conjugaron las claves del desastre parisino.
Los de Emery salieron al Nou Camp con un ánimo suicida, y todavía nos preguntamos  si era el mismo equipo que goleó al Barcelona en París. Aquellos diablos que pasaron por encima de los encogidos culés parecían infantiles acogotados tras el gol escolar de Suárez a los dos minutos. Y a partir de ahí, es inconcebible que un equipo de Champions juegue con sus once profesionales de su línea media hacia atrás, que no centro del campo. Piqué y Umtiti ocuparon durante ochenta minutos la parcela teórica de los interiores blaugranas, con Mascherano un pelín más retrasado merodeando el círculo central. Y el vasco, pasmado en la banda, no supo o no pudo sacar a su equipo de la cueva, nunca mejor definido el espacio que pisaron, para dar alas a sus grandísimas posibilidades. Ahí estuvo la primera clave.
Y la segunda en la banda izquierda barcelonista, confiada solo a Umtiti, con Neymar de punta e Iniesta de volante de apoyo. Era previsible un roto descomunal por la velocidad de los delanteros rivales, pero el técnico vasco despreció tan evidente tecla.  Verrati, ese talentoso que nunca pasará de proyecto de figurón, amagó varias veces con lanzar por ahí a Moura, pero se daba la vuelta para buscar a Cavanni o Drexler, en quienes seguramente confiaba más. Cualquiera de ellos por esa banda hubiera podido ganar el partido. En fin, un desastre descomunal que podría traer a don Unai de vuelta a España para reinventarse. El fútbol tiene esas cosas. Una trayectoria envidiable tirada por el desagüe de una cagalera descomunal, en un partido que pasara al anecdotario vergonzante del fútbol.  Hasta el excelente y calladito Iniesta reconoció que el planteamiento contrario facilitó la histórica remontada.
Al margen de esas realidades, solo queda aplaudir el hito culé y celebrar que por fin se atisba cierto relevo al irrepetible Messi, aunque todavía le quedan años del mejor fútbol que se recuerda.  Neymar, a quien hemos criticado su infantilismo, teatro y absurdas actitudes chulescas, se coronó el miércoles como el otro yo del fenómeno argentino al encender la llama del ánimo culé.
El Madrid también jugó con fuego en Nápoles, con la lumbre fría de la indolencia en una primera parte irreconocible de los artistas de Zidane.  Aquí compitió igualmente el ánimo; ese talismán que por cualquier circunstancia del juego pone alas o plomo en las botas.  El mago que hizo brotar el genio blanco fue de nuevo Ramos, tan discutido por propios y ajenos como jugador imprescindible en los últimos años merengues.
En los momentos difíciles es cuando un líder debe demostrar que lo es, y el de Camas no se arruga. Ramos, sin ser un virtuoso del balón,  pero sí uno de los defensas más dotados técnicamente, tiene la fuerza de los elegidos y un corazón futbolero tan grande como ese Pizjuán que acoge vergonzoso los insultos de los descerebrados que no le perdonan su enorme personalidad. Y demostró también la raza que lo distingue al apagar el ánimo de los rápidos futbolistas napolitanos y el incendio de sus  camorristas en la grada.  El sevillano es un referente en la historia del fútbol español porque se recordarán durante decenios sus goles cabeceros.
El ánimo y el liderazgo estuvieron presentes también en el Atlético de Madrid de Granada. Sin Gabi, que es quien lo insufla y ejerce, pareció un equipo menor frente al correoso y aseado equipo nazarí. Koke, el relevo racial de Gabi, frotó la lámpara para que apareciera al final el genio de Griezmann. Ese portento que deberá salir más en Europa si quieren hacer historia. Mimbres tiene Simeone, pero deberán ser menos guadianescos que en la Liga.

Nuestra fortuna es que, un año más, coparemos los mejores equipos de la Champions, con permiso del Bayern. Y tres de ellos con posibilidades de orejona, aunque si el Sevilla de Sampaoli pasara el fielato inglés, el ánimo que decíamos los colocaría en el sprint.  El próximo técnico del Barça, Messi mediante, tiene en Leicester un reto decisivo. Y él lo sabe. Puede ser su mecha. 

miércoles, 1 de marzo de 2017

ESTILOS Y CARNAVAL


El ser humano es resistente al cambio. Una vez acordonados por las zonas de confort y seguridad de las rutinas diarias, abordar nuevas metas supone un esfuerzo triple: desgajarnos del entorno inmediato, imaginar la nueva situación y el esfuerzo mental y físico para superar las inevitables inseguridades.
Con tres cromos, anda Simeone cambiando la cara de su Atlético. Y no es fácil. La variación es sencilla sobre el papel, pero lo que implica está siendo difícil de digerir para un sector de sus aficionados; incluso para algunos futbolistas titulares.
Gabi, este todoterreno futbolístico tan racial y jugador de club como emblemático, se quejó al principio de temporada de estar solo ante el peligro, porque Koke, su nuevo socio en el eje, es más volante de ataque que medio centro. El pulmón prodigioso rojiblanco estaba refugiado en el esquema que le permitió resurgir de sus cenizas, con Tiago o Fernández de escoltas.
La transición colchonera hacia un juego más vistoso, con dos volantes creativos como Saúl y Carrasco, le costará este año perder opciones en la Liga. Pero a cambio, en la Champions, donde es más fácil aprovechar la fantasía de tales alfiles, le permitirá más opciones para ganar al fin su primer gran título europeo. El otro día se vio en Alemania con una victoria contundente. Ahora mismo, parece el equipo más poderoso en la competición reina en Europa.
Por Barcelona también soplan vientos de cambio. Unos dicen que de técnico y otros de ciclo. Pero yo creo que esto último se produjo hace tiempo.  Luis Enrique tuvo que lidiar con la sustitución de Xavi, el faro que alumbraba el exitoso sistema anterior, y eso es más imposible que difícil. Sin la autoridad de Pujol y la batuta de Xavi, con un Iniesta desubicado del lugar que le hizo grande, en la media punta por la izquierda, y con Busquets con algunos años y achaques de más, el Barça tenía que reinventarse. Y en ello ha estado en los últimos tres años. La suerte blaugrana ha sido hallar en su tridente atacante mágico el ungüento que aliviaba carencias. Pero al final se impone la realidad.
Al minero asturiano le han ido trayendo inventos: Rákitic, André Gómez, Arda, Denis, Umtiti y el repescado Rafinha, supongo que con su bendición, pero el agua siempre va a lo hondo sin pedir escrituras. Ninguno de ellos, ni el propio Iniesta centrado en el medio campo, pueden sustituir a los verdaderos dueños del fútbol de autor que los hizo grandes: el Xavi majestuoso y clarividente, el mejor y más sólido Busquets y el ingrávido y  sorprendente Iniesta. Quizás le faltó a la dirección técnico culé imaginar recambios en Thiago y en Sergi Roberto, pero al primero lo dejaron marchar y el segundo ha tenido que taponar la salida de Alves; otro solista de aquella extraordinaria orquesta. Y ahora, con una temporada para olvidar, tendrán que refundar el sistema y el juego, pero deberán fichar a un prestidigitador. ¿Sampaoli?, puede ser, miren su atractivo cambio de piel al Sevilla.
Y el Madrid sigue respirando bajo la elegante sordina de Zidane. Domar egos es el primer mandamiento de cualquier técnico de un grande, y eso lo hace bien el francés; es su éxito, por encima de otros evidentes aciertos, e incluso de algunos errores. Algunos echamos de menos un sistema claro de juego —la gran carencia blanca para ganar en fiabilidad—, pero estoy  convencido de que el único que quieren en el Bernabéu ahora es marcar más goles que el contrario.  Como siempre ha sido, pero con letra y música detrás y no como sea. Habrá que dar tiempo a la callada labor de Víctor Fernández en su búsqueda de nuevos talentos, y hay algunos que apuntan alto, como Vallejo, pero es necesaria la paciencia. Cristianos, Casillas o Raúles no salen a diario, y en este Madrid idólatra, donde el culto al mesías de turno y las prisas son santo y seña, es una amenaza.
La mayor transmutación de sus aficionados es escuchar en su mítico estadio el vulgar “¡Vamos campeón….!”, que suena hasta en los campos más modestos con la letra en los electrónicos, en lugar del glorioso y distinguido “Hala Madrid”.  En ese matiz, que a algunos nos avergüenza, reside la diferencia. ¡Qué lástima de afición anestesiada! Con la que hizo grande a este incomparable club, algunos, de corto, de largo, palqueros y medianías, estarían tiempo ha pastando en otros verdes.

Mientras, ¡que siga el carnaval!       
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