La remontada
del Barça ha propiciado de nuevo el viejísimo debate que la semana pasada
señalábamos, afirmando que los árbitros no golean. Y aunque el árbitro turco
alemán cometió dos errores de bulto que favorecieron claramente al Barça: el penalti
que pitó a Suárez y el que no a Di María, estamos donde mismo, porque
antes de esas azarosas circunstancias se conjugaron las claves del desastre
parisino.
Los de Emery salieron al Nou Camp con un ánimo
suicida, y todavía nos preguntamos si
era el mismo equipo que goleó al Barcelona en París. Aquellos diablos que
pasaron por encima de los encogidos culés parecían infantiles acogotados tras el
gol escolar de Suárez a los dos minutos. Y a partir de ahí, es inconcebible que
un equipo de Champions juegue con sus once profesionales de su línea media
hacia atrás, que no centro del campo. Piqué
y Umtiti ocuparon durante ochenta
minutos la parcela teórica de los interiores blaugranas, con Mascherano un pelín más retrasado merodeando
el círculo central. Y el vasco, pasmado en la banda, no supo o no pudo sacar a
su equipo de la cueva, nunca mejor definido el espacio que pisaron, para dar
alas a sus grandísimas posibilidades. Ahí estuvo la primera clave.
Y la segunda
en la banda izquierda barcelonista, confiada solo a Umtiti, con Neymar de punta e Iniesta de volante de apoyo. Era previsible un roto descomunal por
la velocidad de los delanteros rivales, pero el técnico vasco despreció tan
evidente tecla. Verrati, ese talentoso que nunca pasará de proyecto de figurón,
amagó varias veces con lanzar por ahí a Moura,
pero se daba la vuelta para buscar a Cavanni
o Drexler, en quienes seguramente
confiaba más. Cualquiera de ellos por esa banda hubiera podido ganar el
partido. En fin, un desastre descomunal que podría traer a don Unai de vuelta a
España para reinventarse. El fútbol tiene esas cosas. Una trayectoria
envidiable tirada por el desagüe de una cagalera descomunal, en un partido que
pasara al anecdotario vergonzante del fútbol.
Hasta el excelente y calladito Iniesta reconoció que el planteamiento
contrario facilitó la histórica remontada.
Al margen de
esas realidades, solo queda aplaudir el hito culé y celebrar que por fin se
atisba cierto relevo al irrepetible Messi,
aunque todavía le quedan años del mejor fútbol que se recuerda. Neymar, a quien hemos criticado su infantilismo,
teatro y absurdas actitudes chulescas, se coronó el miércoles como el otro yo
del fenómeno argentino al encender la llama del ánimo culé.
El Madrid también
jugó con fuego en Nápoles, con la lumbre fría de la indolencia en una primera
parte irreconocible de los artistas de Zidane.
Aquí compitió igualmente el ánimo; ese
talismán que por cualquier circunstancia del juego pone alas o plomo en las
botas. El mago que hizo brotar el genio
blanco fue de nuevo Ramos, tan
discutido por propios y ajenos como jugador imprescindible en los últimos años
merengues.
En los
momentos difíciles es cuando un líder debe demostrar que lo es, y el de Camas
no se arruga. Ramos, sin ser un virtuoso del balón, pero sí uno de los defensas más dotados
técnicamente, tiene la fuerza de los elegidos y un corazón futbolero tan grande
como ese Pizjuán que acoge vergonzoso los insultos de los descerebrados que no
le perdonan su enorme personalidad. Y demostró también la raza que lo distingue
al apagar el ánimo de los rápidos futbolistas napolitanos y el incendio de
sus camorristas en la grada. El sevillano es un referente en la historia
del fútbol español porque se recordarán durante decenios sus goles cabeceros.
El ánimo y
el liderazgo estuvieron presentes también en el Atlético de Madrid de Granada.
Sin Gabi, que es quien lo insufla y
ejerce, pareció un equipo menor frente al correoso y aseado equipo nazarí. Koke, el relevo racial de Gabi, frotó
la lámpara para que apareciera al final el genio de Griezmann. Ese portento que deberá salir más en Europa si quieren
hacer historia. Mimbres tiene Simeone,
pero deberán ser menos guadianescos que en la Liga.
Nuestra fortuna
es que, un año más, coparemos los mejores equipos de la Champions, con permiso
del Bayern. Y tres de ellos con posibilidades de orejona, aunque si el Sevilla de
Sampaoli pasara el fielato inglés,
el ánimo que decíamos los colocaría en el sprint. El próximo técnico del Barça, Messi mediante,
tiene en Leicester un reto decisivo. Y él lo sabe. Puede ser su mecha.
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