El 26 de
diciembre (Lo que el Barça se llevó) intuimos que el Barça había liquidado al
Madrid de Zidane. En enero (La saeta de Zidane) sugeríamos una escalera de
goles para quitarle los clavos al Madrid ‘zidanero’. Y aunque suene
pretencioso, a primeros de marzo (Zidane está fuera) anunciamos las razones de una
decisión diferida tomada dos meses antes: se iría a final de temporada. Solo
algunos allegados conocen sus pesares desde que el Barça de Valverde afrentó a
Pérez en el Bernabéu; ahí arrancó su calvario.
En ese
tortuoso camino también se han quemado otros. El primero, Löw. Cuando J. A.
Sánchez contactó en navidad con su entorno para sondear su fichaje, el
seleccionador alemán renovó ilusiones; era una vieja aspiración. Después llegó
la exitosa eliminatoria con el PSG y desde las alturas blancas, en plena
negociación, solicitaron barajar de nuevo. Más adelante, en abril, llegó la
victoria ante la Juventus y Sánchez, el recadero de Pérez, pidió cartas nuevas.
Ahí se acabó la partida. Antes del Bayern, la federación alemana, con las
orejas tiesas, le hizo una oferta y el antiguo objeto de deseo del mandamás
merengue, despechado por las maniobras dilatorias de un Real Madrid enganchado
a la tan sorprendente como rutilante marcha de Zidane en Europa, aceptó renovar
el contrato hasta 2022. A primeros de mayo se hizo público sin bombo ni
platillo; el teutón aún albergaba un último requiebro blanco. Pero tras eliminar
a los de Heynkes perdió las esperanzas. De ahí su desahogado rechazo frontal
ahora a sentarse siquiera con el de los mandaos de Florentino Pérez.
Y los otros
dos chamuscados son Bale y Cristiano. El primero puede sanar por la marcha de
Zidane, a quien hace responsable de su ostracismo sin tener en cuenta sus
reiteradas lesiones. Se sabe una apuesta personal de Pérez, quien le ha ido
filtrando sibilinamente que aguantara porque “el Moro” se tambaleaba, y tampoco
entiende que haya ido apuntalándolo conforme pasaba eliminatorias; de ahí,
también, su despechada sinceridad tras la final de su golazo en Kiev. Pero
Ronaldo es otra historia. Con Zidane al frente, su rabieta sería otra
estrategia para renegociar enésimas condiciones económicas; se ha entendido con
el francés mejor que con nadie. Ahora la cosa cambia diametralmente. Con 33
años no está en condiciones de aguardar los aires del nuevo inquilino del banquillo
merengue. O amarra ya el disparate de millones que pide por año —80 brutos—, o
se dejará querer y fichar por quien se los ponga en la mano. El PSG está al acecho con cartera y cuchillo entre
los dientes, por sus prisas y el asunto Neymar, y el United de Mourinho aguarda
agazapado con un chute en vena de imperiosa necesidad; son demasiados años en
barbecho. Lo de Cristiano será una de las bombas del verano. Y esta vez,
huérfano de Zidane, irá en serio.
Don Zinedine
se ha ganado la paz y la gloria con la decimotercera, por la que apostó tras
hacer piña con sus jugadores aun enfrentándose a su valedor Pérez, convencido
de que no se lo iba a perdonar. Pero tenía poco que perder. Supo en navidad que
la guadaña presidencial estaba presta para segarlo, con algunos más, por los
desastres liguero y copero y la afrenta culé. Y ha sido finalmente coherente
con sus convicciones. Dudó unos pocos días porque el horizonte era goloso, pero
el empujón final de su entorno familiar le ha hecho ser fiel a sí mismo y a
ellos, tan inteligente en el análisis como elegante en las formas.
Ha pasado al
altar de las reliquias blancas y tendrá siempre abierta la puerta grande del
Bernabéu. Como las de cualquier otro sitio futuro, que no será inmediato. La
categoría ganada como técnico de primera fila en tan poco tiempo se lo
garantiza. Y no solo como exitoso profesional, sino como un tipo honesto,
firme, coherente, valeroso, suertudo, mesurado, distinguido y magnífico
administrador de egos. La selección francesa, su sueño, será el próximo
destino.
¿Tras él? Pues
dicen que Pochettino, Allegri o Klopp. Pero apunten a Wenger; excelente
transición con Guti de segundo y Raúl en la recámara. Florentino quiere la
decimocuarta Champions para igualar las seis de don Santiago y dejar semilla
blanca, que no está mal, olvidados ya sus discutibles y frustrantes primeros
diez años.
Arena y cal
del aparente sorprendido Pérez, que se la tenía hecha a Zidane. ¿Su penitencia?
Fichar despavorido por los pañuelos que imagina.
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