El fútbol
es una feria. Luce indispensable desde el verano para celebración de
aficionados y también para preocupaciones episódicas y sus disgustos. Unos
disfrutan el tren de la bruja y otros el tiovivo, las tómbolas, los látigos,
los coches de choque o las norias. Siempre es igual, aunque sea un juego con
demasiado cartón piedra, niños ilusionados, padres rejuvenecidos, abuelos
generosos y también con sus tradicionales trileros y maleantes. Nada nuevo bajo
el sol.
En la del
Madrid, por ejemplo, hasta le pitan asombrosamente a Ramos por atreverse con penaltis en horas difíciles, uno de sus iconos
en el último decenio. Y es que les falta un adorable becerro de oro, aunque sea
engañoso, por ausencia de alegría; es decir, de goles. Una crisis tan embustera
que para algunos ya es pasado. Craso error. De la misma forma que la larvada
del Barça tampoco se ha superado por la goleada al Madrid o por dos goles a
ultimísima hora en Vallecas. Hay más gozo en los culés solo porque tienen más
gol. El juego es igual de malo en relación a lo que cabe exigirles a equipos
cuajados de estrellas, salvo que sean también figuritas de cartón piedra en la
mayoría de los casos. Pero esa feria de vanidades y falsarios gira y gira hasta
toparse con la realidad: ¿cuántos jugadores del Barça o Madrid serían hoy
indiscutibles en una teórica selección mundial? No en el ayer de la temporada
pasada con su Mundial. Desde luego, casi nadie del Madrid y un par en el Barça,
como mucho, Messi incluido.
Al juego
lo justifican los goles. A partir de ellos empiezan los sesudos analistas a buscar
tropecientos pies al gato sin tener en cuenta que el fútbol es solo un juego virtuoso
en el que la ciencia tiene escaso lugar. Que el gol de rebote de Vinicius, por ejemplo, vaya a descubrir
un nuevo astro es tan falso como el alumbrado por los dos golazos de Asensio al Barça el año pasado o que
los cinco últimos goles de Suárez le
hagan mejor jugador en dos semanas. El juvenil brasileño es una promesa
ilusionante, el estilista balear un proyecto sólido y el uruguayo un aguerrido delantero
consumado que alterna buenas y malas rachas como todo goleador.
A lo largo
de la historia no pasan de una docena los futbolistas que marcaron época por su
eficacia contrastada y duradera. Ahora tenemos la suerte de seguir disfrutando
en nuestra liga de uno de ellos, y hasta hace poco hemos gozado de otro durante
nueve temporadas. Cuando se apaguen Messi y Cristiano vendrá una etapa oscura, como siempre, hasta que emerjan
otros soles en la galaxia futbolera. ¿Neymar
o Mbappé? Pueden ser, pero al primero se le está
pasando el arroz en París y al francés le faltan muchas lunas para iluminar el
fútbol mundial. Si los dos juntos no hacen al PSG campeón de Europa habrán ido
ascendiendo hasta alcanzar, como decía Peter,
su máximo nivel de incompetencia. ¿Se imaginan a Messi y Cristiano en un mismo
equipo de alta alcurnia en los últimos años? El sentido común nos dice que ellos dos han
tapado innumerables carencias a sus equipos, con la excepción del argentino en
los años que jugó con Pujol, Xavi e Iniesta, quienes junto a los mejores Villa y Busquets lideraron también a la España campeona de Europa y del
mundo. Plantel difícilmente repetible.
MALEANTES
POR MURCIA
La moscarda
que hace años se posó en el Real Murcia nos sigue ciscando. Y sus fieles
seguidores continúan haciéndose preguntas: ¿si hay dueño, quién es?, ¿tiene
posibles?, ¿para cuándo una demanda inquisidora, o querella, sobre quién y adónde
se ha llevado el dinero de los abonos?, ¿hasta
cuándo seguirá compitiendo el equipo sin cobrar?
Y más,
¿dónde está Moro y qué dice? ¿A
quiénes les vendió sus acciones y qué, cómo y cuántos cobraron?, ¿los trincarán
por tamaño desafuero? ¿Y De la Vega?
¿Sigue a la escucha?
Los
esforzados murcianistas de la plataforma benéfica tienen una ardua tarea por
delante. Para empezar, aparte de pedir a Gálvez
que abandone, ¿van a exigir también responsabilidades a maleantes?, ¿y qué
pinta el desbordado Toni Hernández
en este maloliente tinglado?
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