Admirador
del argentino futbolero de discurso barroco, no tengo menos que afearle su
concepto de tragedia. Trágico es lo ocurrido cerca de Manacor y hace años en
Lorca, y no en el Madrid de Pérez y Lopetegui. O lo que sucede cada día en
el Mediterráneo occidental con tantas almas desesperadas en tanta patera. Lo
del Madrid es puro juego deportivo, monetarista y de azar, que nada tiene que
ver siquiera con el teatro griego, donde se representaban pasiones dramáticas y
ejemplos de vida.
Tampoco lo
afirmado por la ministra Robles es
homologable a un insulto a España. Que abucheen al presidente del Gobierno va
en su sueldo, que también pagamos los españoles; como el suyo y las
mamandurrias de esa lumbrera llamada Zapatero
que ansiaba conocer a Otegui y al
fin lo consiguió. Otro insigne patriota,
¡válgame Dios!, regado con el sudor de los paganos patrios.
Vamos a
dejarnos de gilipolleces. El fútbol nunca tiene nada de trágico ni de patriota;
si acaso de sentimental. Como tampoco las vicisitudes de quienes eligen
dedicarse a lo público en detrimento de lo privado; en demasiados casos por
pura incapacidad de hacerlo o por sacar la cabeza sobre sus colegas, que sería
el caso del estulto licenciado leonés que sufrimos —no todos, claro, que de
todo hay y es respetable— y de la juez. Sucedió igual con Rajoy, que ahora culpa a izquierdosos extremos e independentistas
de su cese, sin calcular qué hubiera sucedido de pasar antes la poltrona a alguien de los suyos. ¡Ay, los mediocres, los
dogmáticos y los don Tancredos!
Que el
Madrid no marque goles es mera consecuencia de la imprevisión, de los fallos,
del azar y las circunstancias, que muchas veces se conjuran para que todo venga
mal. Como ocurre con la política. En España, por ejemplo, no levantamos cabeza
desde el 2004, y si me apuran, desde dos años antes; los que les sobraron al
estirado del bigote. Qué pena que él mismo y González, al que también le sobraron años, no vuelvan para poner cierto
orden en España; algo habrán aprendido de sus errores. Tras ellos navegamos las
turbulencias del mundo cambiante gobernados por iluminados, tontarras y fanáticos;
¡qué peligro!
El
paralelismo futbolero y político es paradigmático. Antes de la generalizada globalización,
aleccionadora y mejorable, existían el sacrificio, los afectos y la fidelidad a
los colores. Y figuras señeras como guías del pueblo: los de la Transición.
Ahora nos quedan los intereses y mangoneos y los dictadorzuelos. Aprendices de
futbolistas que tienen agentes desde infantiles, o antes; clubes que demasiadas
veces no sabes de quiénes son, aunque sus socios y aficionados parezcan vibrar
como antaño; gobernantes que en poco se diferencian de los aspirantes, por
estupidez insuperable o porque las economías domésticas están tan supeditadas a
las supranacionales que dejan escaso margen para las particularidades; líderes
políticos que parecen sacados de los viejos tebeos por lo que tienen de caricaturescos;
y pueblos y aficionados inanes y entretenidos, si no alienados, por redes sociales que dejan en mantillas las manipulaciones
ocasionales de antiguos medios de
comunicación. Todo mera fachada y, lo
que es peor, trampantojos de realidades obscenas que poco o nada tienen que ver
con aquellas que antaño se idealizaban.
Al hilo de
lo anterior, ahora sale el otrora figurón futbolero y actual momia viva, Maradona, culpando a Messi, el mejor del mundo sin ninguna
duda, de que necesita ir al baño veinte veces antes de los partidos. Como si
esas incontinencias fueran nuevas entre deportistas. Si acaso, excepcionales
por la cantidad, pero habituales. Y todo por ningunearlo. Y algunos se ríen desapegados.
La risa de lo morboso, lo ignorante y lo
estúpido. Cada cual pone el listón a su
altura.
AGONIA GRANA
Donde hay
pelo hay alegría, y donde no hay harina —dinero— todo es mohína.
Desgraciadamente, Gálvez tiene las
horas contadas y se nos avecina De la
Vega, que tampoco parece nadar en posibles. Me filtran, no obstante, que
tiene detrás a un murciano de aparente relumbrón, aunque tampoco aseguran que
ate perros con longaniza. Ojalá funcione el invento y se ascienda con solidez.
Mientras, los
casi once mil abonados murcianistas y los muchos más que lo sienten se
preguntarán: ¿más promesas? Absténganse cantamañanas, cabría pedir.
Un duelo
digno es mejor que un arrastre vergonzoso. Y resurgir de las cenizas tampoco es
tan complicado. Otros lo han hecho con menos apoyo social que el Real Murcia.
¡Arriba los corazones!
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