Asegura Juan
Manuel Asensi, quien fuera jugador importante del Barça y de la Selección un
decenio largo en la década de los setenta del siglo XX, que su mejor entrenador
fue Rinus Michels. Y eso que los tuvo de mucho relumbrón, como Di Stéfano en el
Elche, quien lo ubicó de interior desde el extremo izquierdo en que jugaba de
juvenil, y Kubala en el Barça y en el combinado nacional. Y cuenta el
desgarbado y excelente futbolero alicantino que el técnico holandés les
obligaba a jugar en el centro del campo a uno o dos toques; uno para cortar o
controlar y otro para pasar. El que no
lo hiciera así, relata divertido, jugaba poco. Eso es velocidad tanto mental
como física, que es el camino más directo hacia la portería contraria cuando se
hace vertical. Y, también, lo más complicado del fútbol. Por eso, solo los futbolistas
privilegiados son capaces de interpretarlo y, como en todo deporte, es lo que
diferencia a los buenos de los aparentes.
Viene a
cuento de lo observado en el Real Madrid de Lopetegui y lo que mostró a ratos en
Londres la Selección de Luis Enrique, sobre todo en el primer tiempo. El Barça,
construido en torno a Messi, es otra historia porque dispone del mejor del
mundo y con la velocidad por bandera.
Algunos
recordamos con nostalgia y pesar el juego español antes y durante el mundial de
Rusia. Tengo pocas dudas sobre lo que hubiera resultado de aplicar el marchamo
de la velocidad y la presión alta, aparte de salir con dos puntas y prescindir
de jugadores que nos hicieron jugar con uno menos: estaríamos hablando de
laureles reverdecidos.
Luis Enrique
ha comenzado con tan buen pie que no tengo reparos en corregir la presunción negativa
que hice sobre su nombramiento. Si de verdad persevera, tanto en el juego como
en la elección de nuestros internacionales, se habrá ganado mi humilde aplauso
junto con el que de verdad importa: el de la esperanzada afición española,
aunque tiene una ardua tarea por delante; en lo deportivo lo tendrá más fácil
que en lo personal. Y es que, a las malas, que ojalá no lleguen, el pasado
siempre vuelve y algunas palabras y actitudes suyas fueron tan desafortunadas
como evitables.
El juego
rápido es sinónimo de gol, que es la finalidad del fútbol, y perderse en
adornos, ruletas y regates en el centro
del campo todo lo contrario. Como muestra, Isco, uno de nuestros mejores
jugadores, es útil al borde del área contraria y una rémora demasiadas veces
cuando baja al centro o a campo propio. Lopetegui parece que lo tiene claro.
Prefería a Thiago atrás y al malagueño de media punta. Y Luis Enrique también,
con el hijo de Macinho y el ilicitano Saúl detrás, a quien Simeone descubrió
para el fútbol grande.
A ese respecto, cuando un jugador cuaja o
empieza, los mejores técnicos son quienes consiguen su mayor eficiencia acoplándolos
adonde pueden ser más eficaces. El técnico atlético es un consumado maestro,
como lo demostró también con Juanfran, bajándolo del extremo a defensa lateral
derecho, y con Lucas Hernández, a quien ha hecho un defensa izquierdo campeón
del mundo. Antes hemos comentado a Di Stéfano y a Asensi. Y podríamos seguir
con Cruyff y el vasco Goicoechea, haciéndole lateral internacional desde el
extremo, o apostando por el que decían medio centro enclenque Guardiola. O
Emery y Alba en el Valencia, y tantos otros.
EN MURCIA
TAMBIÉN HUBO MAESTROS
Cuenta el
gran capitán murcianista Vidaña que José Víctor, el mejor técnico de juveniles
murciano con el maestro Fernando Vidal, lo reconvirtió en defensa central desde
el extremo izquierdo cuando vino desde Padules. Y que lo enseñó a saltar de
lado para ir de cabeza, anteponiendo el hombro en lugar del pecho frontal. Eso
es magisterio.
Ahora
andamos buscando un interpretador de arcanos. A ver, si De la Vega muestra
escrituras y Gálvez poderes, ¿ejercitó realmente la opción de compra que le
otorgó Moro, con sus supuestos condicionantes, y el oriolano una compra incauta de las que ya estaban
vendidas, lo que implicaría la
consiguiente estafa, o actúa solo como apoderado del extremeño y confía en la
ampliación de capital para quedarse con el club? Otras dudas, como expusimos,
son si don Mauricio pagó algo de verdad y, en su caso, cuánto desembolsó el
paisano del llorado Miguel Hernández.
Y mientras, amigo murcianista, el balón sigue
rodando. ¡Ay! “compañero del alma, compañero…”
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