Cuando deseamos
elaborar tesis al gusto propio o no queremos confesar intenciones inadecuadas,
perversas o de mal encaje, somos dados a vender “amotos”, “veciletas” y burras
viejas.
A Tusquets, gestor circunstancial del
Barça, lo critican por decir que económicamente hubiera sido bueno vender a Messi. Una verdad catedralicia que solo
ignoran quienes piensan que el fútbol es un espectáculo grandioso para
disfrutar pagándolo otros. Justificamos aquel irredento de la tierra para quien
la trabaja, pero no sabemos conjugar que el fútbol profesional debería ser para
quien lo pague.
Y el futuro
próximo tampoco es alentador. Aún no ha reconocido ningún aspirante a presidir
el Barça esa verdad palmaria. Dicen que hablarán con él para convencerlo,
forofismo y bien queda obliga, pero no miran al frente para decir que el Barça
es antes que nadie y que el futuro aguarda con o sin Messi.
Tal vez sería
suicida reconocer que su etapa blaugrana ya es historia, pero ante una época
tan crucial para el devenir culé se necesitan personas con enjundia y coraje.
Decir la verdad a sus aficionados sería valeroso, honesto e inteligente si se
hacen las cosas bien. El fiasco del Madrid con Cristiano por no reemplazarlo con garantías debería ilustrarles.
El primer
fracaso del elegido y la primera decepción de los barcelonistas será no lograr
retener a Messi. No hay dinero ni los que vienen lo aportarán ni están en
disposición de hacerle el equipo que exige para reverdecer laureles, aparte de
que él mismo desconectó hace meses. Hasta la mala gestión de las próximas
elecciones empuja. Cuando la nueva directiva aterrice, a finales de enero, la
suerte estará echada.
Y el Zidane Campeador, que decíamos hace
meses, cabalga de nuevo. Ha bastado que la sombra de su abandono se proyectara
sobre sus futbolistas de cabecera para renovar bríos y voluntades. Huir de
posibles buitres ha sido mano de santo.
Hace días
enfilaba el Madrid cuatro finales y las ha salvado con sobresaliente. En
Sevilla empezó el martirio, con un partido mediocre, y contra el Atlético
alcanzó la santidad con un partidazo para enmarcar. Gloria que se atisbó en
Milán y cuajó en el Di Stéfano ante el Monchengladbach. Espectáculo grandioso para deleite del
madridismo y de los amantes del buen fútbol. Ese fútbol que solo atesoran los
privilegiados de cualquier tiempo.
El pasillo
de seguridad de Zidane, que diría Luis Aragonés: Courtois, Ramos, Casemiro y Benzema lució galas contra los de Simeone, magníficamente secundados por los artistas Kroos y Modric y los subalternos de lujo Carvajal, Lucas Vázquez,
Varane y Mendy y un esforzado Vinicius,
al que se le nota demasiado el ninguneo al que le tienen sometido los franceses
de la escuadra blanca; no le pasan balones francos. Una pena, porque el
brasileño se limita a recibir y entregar fácil en vez de insistir en su virtud:
desborde y regate vertical a riesgo de perder balones; reivindicar a la
desesperada el churro de Sevilla lo retrata.
No obstante,
insisto en que ni el Atlético tiene la Liga en la mano, y no por perder el
sábado, que entraba en una normalidad histórica y tampoco menoscaba su
excelente momento, en cuya continuidad serán fundamentales la motivación e
inteligencia emocional de Simeone; ni el Madrid ha ganado nada todavía. Es más,
creo que a los blancos les aguarda una temporada difícil porque es improbable
que los de Zidane puedan continuar el ritmo de los últimos partidos inmensos.
Si así fuera, que ojalá, el fútbol habría recuperado la mejor versión de un
Real Madrid que ya está en la historia.
Las “amotos”
sobre los blancos vendrán de tesis oportunistas, como que Simeone se ofuscó
—una simple circunstancia parcial—, buscando explicación a su última
metamorfosis. Y la realidad es más sencilla. Sus figuras se motivan contra los
grandes y la sombra carroñera sobre su líder es revulsivo potente; no ha sido
uno, sino cuatro partidos seguidos. El problema es que luego tocan los equipos
menores en la Liga y los verdaderamente grandes en Europa, aparte de que las
piernas de las figuras blancas no dan para aguantar veinte o treinta partidos
al nivel de la excelencia alcanzada; al técnico francés se le agotan los
prodigios.
Así, el
Barça y el Madrid están en las previas de unas renovaciones sangrantes. La era
post Messi y la post Zidane. Tiempo para valientes.
El nuevo
presidente culé y Florentino Pérez
deberán encajar bolillos para que continúe el espectáculo.
El fútbol
competitivo, como el agua, no pide escrituras cuando se desborda. Es el amo y
el futuro ni se apiada ni espera a nadie.