Ojalá reiniciáramos
la vida cada semana; renovaríamos ilusiones a menudo. O que nuestra memoria
fuera corta; los buenos recuerdos nos moldearían de sonrisas. O que
renaciéramos con cualquier chispazo de genio, acierto o suerte. Y que cualquier
adversidad se midiera en horas; disfrutaríamos oportunidades continuas. O que
una simple clasificación nos calibrara instantáneamente. Pero no es así. Esa es
la cara de la vida aparente y del fútbol simplón. Nada importante se cuece en
la vida ni en nuestro apasionante juego sin constancia y sacrificio. Son el
combustible de su fuego. Y su cerilla, la suerte.
El Barça
sigue de duelo, pero esta semana ha vestido a los blaugranas de fiesta. Han
bastado una victoria pírrica en Europa y una goleada en la Liga para levantar
expectativas. A Messi le han servido
cuarenta y cinco minutos excelsos contra el Betis para volver a encabezar el
podio del mundo. Y no importan el carnet de identidad, que arrastre al paso su
tristeza circunstancial por el césped, que haya demorado un gol en jugada o que
se le note en la mirada, como a los grandes toreros en su primera huida, que
ande despidiéndose de los culés en cada partido.
Y claro que
sigue siendo el número uno. Pero no porque el sábado sonriera o luciera
destellos geniales, como el pase de gol a Griezmann
sin tocar el balón. Messi es el mejor porque nunca ha dejado de serlo. Como
tampoco se le ha olvidado al francés jugar al fútbol, aunque no tenga la
fortuna de golear. Un ejemplo, si se fijan, en cada partido ejecuta ocho o diez
desmarques en profundidad que no son capaces de ver sus compañeros o no
arriesgan un pase. Lástima que ya no estén Xavi
ni Iniesta; pregunten al propio
Messi cuánto les debe. Es la otra figura de esta pareja condal y el único que
podría hacerlo ahora, pero normalmente juegan de espaldas. Y, además, comparten
vocación de juego y de protagonismo. Precisamente, cuando Messi no esté lucirá
el Griezmann de la Real y del Atleti. Si lo aguantan y no viene ningún listo
para echarlo, deberán buscarlo sus compañeros porque nadie tiene más gol en el
Barça y pocos en el mundo.
Y la otra
pareja del fútbol patrio anida en Madrid. Simeone
barruntaba crespones negros hace semanas, pero como el carro parece que dejó
las piedras y rueda sobre el majestuoso juego de Joao Félix, a quien como anticipamos hace tiempo solo le faltaba
continuidad y confianza, vuelve a encender las luces rojiblancas y a sus ojos
amanece una aspiración a todo. Pero la realidad no tiene raíces tan recientes.
El cambio del Atlético, como cualquier obra importante, empezó a cimentarse
hace años. Los que median desde que dejó de ser un club vendedor de figuras a
conservador de calidad y comprador de talento, empezando por el propio Simeone
—uno de los entrenadores mejor pagados del mundo— y terminando por la joven
estrella portuguesa. Si a ello le unimos que ha convencido a Gil Marín, porque sus resultados lo
avalan, de que con el antiguo fútbol
de guerrillas y de vuelta a empezar proyectos distintos cada temporada no iban
a terminar con el recurrente “pupas”, hallaremos las claves que explican su
realidad: juego sedoso en ataque sin descuidar la irrenunciable reciedumbre
atrás. Así lo han convertido en vistoso y le dotan de la vitola de campeón en
ciernes. La reconversión del Llorente
peleón en el medio campo a media punta virtuoso es, tal vez, lo que mejor
define el nuevo paradigma colchonero.
La otra
figura de esta pareja madrileña es Zidane,
que sigue en su montaña rusa. Tener que crear diez ocasiones de gol para marcar
uno es sinónimo de mediocridad. Que sus defensores deban levantar partidos lo
demuestra. A veces, resulta que el gabacho es un resucitador o un resucitado;
suertudo para muchos o inepto para algunos, pero es más sencillo. Aunque yerre,
es el mejor entrenador del mundo para un Madrid en transición por ayuno de gol
desde la marcha de Cristiano. A ningún otro le aguantarían lo que su figura
protege, empezando por el propio emperador del todavía Bernabéu: el
inmarcesible Florentino Pérez. También
lo tiene ganado a pulso.
Lo aparente
cambia pronto, como en la vida, pero lo auténtico es menos liviano. El Griezmann
añorado no puede ser con Messi y los actuales Atlético y Real no serían sin
Simeone ni Zidane.
Cruz y cara
de dobles parejas para la historia.
Pudo reflexionar sobre sus luchas de otros años y mejorar sus tácticas.
ResponderEliminarAlejarse de su 4-4-2 fue un movimiento audaz que hasta ahora ha funcionado increíblemente bien.
El Atlético está disparando a toda máquina.
Es por eso que Simeone es fácilmente uno de los mejores gerentes del mundo.