Se nos ha
ido como del rayo, que diría Miguel
Hernández, pero los hombres como Pepe nunca se acaban porque unen su nombre
para siempre a la pasión de su vida. Y si el fútbol fue cuna de sus sueños, el
Real Murcia acunó sus emociones; esas que cuando son tan auténticas como
apasionadas contagian la grandeza que las inspiran. Las que no engañan. Las de
los hombres indiscutiblemente grandes.
Traté a Vidaña en sus años brillantes, cuando
pusimos CajaMurcia en el pecho grana. Y
compartí muchos ratos con él y aquellos futbolistas foráneos distinguidos a
quienes capitaneaba desde su aparente timidez, que no era sino humildad
ejemplar; quizá su grandeza más íntima y junto a la honradez y la lealtad las
que mejor lo definen.
Se sentaba
esquinado, por no figurar, observando mis reacciones ante los comentarios de Guina, Figueroa, Manolo, Tente Sánchez o Tendillo, con su media sonrisa de buena gente; sabía que disfrutaba
con aquellos compañeros suyos que tanto nos hacían vibrar en la Condomina y por
esos grandes estadios donde lucieron con orgullo y honor el escudo de nuestro
Real Murcia. Tal vez creyera que apreciaba más sus deslumbres que la leyenda
que él era para mí desde que empecé a seguirlo de juvenil, cuando lideraba a
los chavales que llevaron al Murcia a los más alto de las promesas del fútbol
español para en solo dos años, desde los dieciséis que llegó de Padules, ser
titular indiscutible de la selección nacional juvenil con el legendario Andoni Goicoechea de suplente.
Aún no sabía
lo que me apasiona el fútbol de cantera. Y él lo representaba como nadie, hasta
el punto de asegurar toda su vida que el mejor camino de un club como el Murcia
es potenciar a sus jóvenes de un modo profesional organizado. Y esa carencia es
una deuda eterna que tendremos con Pepe Vidaña; siempre se ofreció a trabajar
en tan hermoso proyecto.
Así, un día
caluroso del verano del 93, recién ascendidos a Segunda, me hice el encontrado
y le ofrecí a bote pronto hacerse cargo del Murcia B. Y nuestro amigo Pepe, que
disfrutaba en el Cieza del prestigio de haberlo ascendido con poco a Segunda B,
no dudó en responderme que nunca negaría al club de su vida; un apretón
inmediato de manos selló nuestro compromiso. ¡Cómo jugaba nuestro filial! A algunos
compañeros de directiva les sorprendía que no me perdiera un partido de
aquellos fenómenos que pusimos en sus manos, con Pepe Ruiz Berenguer al frente, a quiénes Vidaña hizo mejores hasta
pasar varios al primer equipo. Meses
antes habíamos fichado a Vicente Carlos
Campillo, con quien fuimos campeones y Pepe había compartido momentos
inolvidables que gustaba recordar; en caso de duda, los nuestros siempre.
Cuando
dimití en Navidad para no malvender la Condomina -estaba obligado-, una de mis tristezas fue perder
el contacto diario con gente como Pepe o el vitoriano Juanjo. Otro capitán que se
hizo tan murciano de corazón como su inseparable vasco extremeño Manu Núñez, quien más veces ha jugado
con el Murcia en primera y compañero de ilusiones en la escuela de fútbol del
Barnés. Tan distintos y tan parecidos en pasión deportiva, siempre con el grana
en sus almas.
Un día me
contó cómo otro recordado murcianista, José
Víctor Rodríguez — a quien fichamos también—, lo llamó para explicarle que
su sitio no era de extremo, como vino a probar al Murcia, sino de defensa
central. Y cómo le enseñó a saltar de cabeza lateralmente con el hombro por
delante y no de frente con el pecho para ganar impulso, efectividad y
contundencia. E inteligente como era, aprovechó al máximo eso y cuanto le
enseñaron quienes sabían. La humildad de quien empieza es la base de todo éxito
posterior, le decía yo. Y hasta la de los verdaderamente grandes en cualquier
actividad, como demostró él enfrentándose a los Butragueño, Quini, Maradona y tantos otros figurones.
Por eso, fue
una delicia durante años escucharle a él y al irrepetible Maestro Ibarra en nuestra Peña del Pavo infinidad de anécdotas de
aquellos tiempos de lustre y menos lustre pimentonero.
¡Cuánto
vacío! Me cabe el triste honor de haber escrito despedidas emocionadas sobre el
presidente Pepe Pardo, el periodista
Juan Ignacio de Ibarra y los futbolistas Antonio
Ruiz Abellán y Pepe Vidaña. Cuatro amigos. Cuatro números uno. Cuatro historias
vivas inacabadas porque brillan en la memoria colectiva del murcianismo
militante.
Hasta luego,
Pepe. Otro día nos sigues contando abonico.
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