¡Trallazo de
luz!, versificaba con su voz enronquecida el gran dramaturgo y poeta murciano Lorenzo Fernández Carranza refiriéndose a su Cehegín del alma.
Ceheginero a gala, mi tristemente desaparecido amigo hacía bueno el poema If de Kipling
porque jamás perdió la dignidad ante el éxito —ganador del Lope de Vega de
teatro en 1980 con Los despojos del invicto señor y finalista tres años antes
con Años de ceniza, cuando lo ganó Fernando
Fernán Gómez con sus bicicletas para el verano— ni ante la precariedad de
su famélica y sempiterna bohemia militante. Murió como vivió; pobre, humilde,
soñador y altanero, sin embargo, cuando de defender el arte, la amistad y la
honradez intelectual se tratara. Siempre recuerdo su figura y su voz de trueno cuando
algo me pellizca poderosamente y siento un trallazo en las entrañas.
Descubrí la
enorme transformación de Adama Traoré
en la pasada Europa Ligue, cuando hizo un jugadón con su Wolverhampton desde el
medio campo por el centro para conseguir un gol de bandera yéndose en velocidad
por potencia y cambio de ritmo de varios rivales. Y sentí tal pellizco que investigué hasta no
comprender cómo un futbolista así no estaba en un grande español y se le había
escapado al Barça años antes. Y tampoco entendí cómo no era titular
indiscutible de nuestra selección nacional. Meses después, Luis Enrique se atrevió a ponerlo e imagino el trallazo de luz que
sentirían quienes no lo conocieran. Un pellizco alegre en las entretelas
futboleras porque hace mucho que se han perdido los antiguos extremos que se
iban por potencia y velocidad para poner balones de gol a sus compañeros.
Fútbol sencillo y de verdad. Fútbol del bueno al margen de gustos, tácticas y
disquisiciones técnicas. Fútbol que nos
pone a todos de acuerdo, como el sabor auténtico del marisco fresco bien cocido
o el buen vino, que decía otro ilustre a quien recuerdo más cada día cuando
saboreo el fútbol bueno como expresión artística; el tan inigualable como
irrepetible maestro Juan Ignacio de
Ibarra.
Así de clara
es la autenticidad en el fútbol, como también lo es en la vida misma. Luego
vendrán los matices, las opiniones y el tiempo de cocción de cada jugador o de
cada cosa, pero lo que nadie discute es el trallazo de luz que han supuesto el
español de origen malí y el juvenil Ansu
Fati, también con raíces africanas, para los aficionados españoles. Y cuando
los veo recuerdo a aquella selección francesa de Tigana y Platiní que fue
campeona de Europa en 1984 con más de medio equipo compuesto por jugadores de
color. Una de las ventajas de la integración racial en cualquiera de nuestras
sociedades occidentales, como sucede desde siempre en el deporte de EEUU. Algo
que inevitablemente vivimos en España y que ojalá nos sirva para bien y no para
todos esos males apocalípticos que tantas veces nos anuncian algunos y que a
veces tendemos a asumir por la problemática que también acarrea. Adama y Ansu
podrían ser ejemplos para unos y otros; también en lo personal, porque rezuman
sencillez y humildad en el triunfo. Ejemplos de que la convivencia es posible
desde el respeto y el esfuerzo, pero también desde la comprensión, la
generosidad y la esperanza.
Y llegamos a
las gateras, esas vías de escape para usar en la indignidad. El sábado me
preguntaron en Cartagena cuándo empezaba a jugar mi equipo. Se referían al Real
Murcia, claro. Y en ese momento sentí otro pellizco, pero de humillación. Y no
por quien me requería, que además de buena gente goza de mi cariño y es
sentimiento recíproco, sino porque no encontré respuesta adecuada a lo que
realmente sentía.
En décimas
de segundo di un paseo por la historia y mi confusión fue mayor. ¿Empezar a
jugar? ¿A jugar como cuando subió de Tercera a Primera en dos años? ¿Como
cuando permaneció varias temporadas en Primera? ¿Como cuando a fuerza de ser
campeón sigue siendo el rey de Segunda? ¿O como cuando subimos a Segunda siendo
campeones de todo con un grupo de amigos en la directiva, o qué?
Y la
realidad se impuso a los recuerdos e incluso a los sueños. Mi amigo se refería
a esta próxima y seguramente aciaga temporada, en la que permanecer en Segunda
B sería un éxito.
Al final
veremos quién o quiénes tienen que coger la gatera. Y no será por falta de
advertencias y ocasiones. Una verdadera pena. Un drama.
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