Por
si no teníamos poco con las ocurrencias
de Mourinho aparece el presidente
del Barsa con la bandera idiomática por montera; éramos pocos y parió la burra.
Ahora
resulta, según Rosell, que hablar
catalán es la mejor manera de ser del Barsa. Bórrense de culés quienes desde
cualquier rincón de España o del mundo sientan los colores blaugranas. Como
decimos en la huerta, se necesita ser tonto para decir una tontuna tan grande.
Es decir, que los parlantes catalanes son todos del Barsa, o deberían serlo. Y
quienes no parlem están en el purgatorio, como aquellos niños que por no ser
bautizados les decían ‘moricos’. Yo no sé lo que tendrá la poltrona del Camp
Nou, pero es difícil encontrar dos especímenes tan desmochados consecutivos en
ninguna otra. De Laporta a Rosell y
desbarro porque me toca. El primero desperdició el gran bagaje deportivo
cosechado, y el prestigio personal que lo podía haber supuesto, y aprovechó el cargo para dar el salto a la
política tirándose a una piscina sin agua con el lamentable ‘hostión’
consiguiente; resultados cantan. Y el segundo lleva el mismo camino, aunque es
difícil que supere el excelso grado de idiocia de su antecesor. ¡Con lo bonicos
que estarían disfrutando y luciéndose orgullosos con el juego y los resultados
del equipo que presiden!
Pero
el consuelo de muchos buenos barcelonistas es Mourinho. Tal vez por los años en
que lo tuvieron amamantado con biberón
en la ciudad condal personajes parecidos a los anteriores, el luso saltarín no
pierde ocasión de dar la nota tonta de la semana. Y cuando no es con sus
futbolistas la toma como todo lo que suene a español. Su absurda fijación con
los éxitos de nuestro fútbol y de los personajes que lo integran es paralela a
la tremenda frustración que tiene por no
ser la salsa de todos los parabienes del mundo futbolístico. Y todo ello es
producto de un mal disimulado complejo de inferioridad que se acrecienta por su
consabido narcisismo.
Dice
el de Setúbal que es muy difícil ser portugués en España. ¡Mira ver, Maribel!
Lo que es difícil en cualquier sitio del mundo es opositar a tonto, demostrarlo
y que no se note. Pero vamos a ver, hombre, está usted en uno de los mejores
clubes de España y del mundo, por no decir el mejor; tiene más poder que ha
tenido en él nadie en su historia y le han traído a los jugadores que ha
pedido, salvo alguna discutible petición; cogió una plantilla extraordinaria a
su llegada y goza del aprecio de una parte considerable de su afición; aunque
menos de las que debería, ha ganado algunas cosas en los tres años que lleva;
hasta ahora le han respaldado sus dirigentes, y sigue usted saliéndose del
tiesto cada dos por tres. ¿Pero qué quiere más? Si lo más fácil en su posición
es ser elegante, educado, generoso y magnánimo con todo el mundo, ¿por qué se
empeña en topar semana sí y semana también contra todo lo que no sea de su
cuerda? Algunos lo tenemos muy claro: no puede remediar tener celos de
cualquier otro que consiga algún éxito que a usted se le resista. Pues lo lleva
claro, porque para llegar a tener la categoría personal y profesional de un Vicente Del Bosque,
por ejemplo, por no hablar de su currículum como jugador – ya imposible- y como
técnico – muy improbable- le faltan a este individuo muchas cosas; entre otras
talante, además de talento. Su última perla ha sido denunciar que le han dado
al español la distinción de mejor entrenador del mundo el año pasado quitándoselo,
asegurando que le han llamado algunos votantes diciéndole que le habían votado
a él y no al salmantino. Se ve que no ha leído al conde de Romanones cuando se lamentaba de que todos los académicos le
habían asegurado el voto personalmente para entrar en la RAE y que luego sólo
obtuvo el de quien lo apadrinó. Su famosa exclamación de ¡qué banda! se la
podría haber copiado el portugués echándole inteligencia al asunto.
Tal
vez el mejor consejo que deberían seguir
los citados es aquel que alumbra que a veces es mejor hablar poco y pasar por
tonto, que hacerlo en demasía y demostrarlo.
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