Hace
dos semanas decíamos que sin alma no hay equipo ni juego refiriéndonos al
Madrid. Ahora hay que decir lo que titulamos, respecto del Barsa.
La
cuerda de ese reloj casi perfecto está parada y no parece haber nadie que la
cebe para que vuelva a dar sus horas como antaño. Lo vimos en Milán y en
Barcelona, y esta jornada en Madrid. Hacen veinte o treinta minutos buenos que
coinciden con el repliegue ordenado y de tanteo de sus rivales, jugando como
solían, pero en cuanto el equipo contrario empieza a enseñar sus armas
ofensivas, estudiadas precisamente para contrarrestar el archiconocido
despliegue blaugrana, empiezan las carencias tácticas de un equipo con un
diseño antiguo. Dicen algunos que resulta muy difícil mantener el altísimo
nivel anterior de los últimos años, y es verdad, pero también que ninguna
organización se puede mantener estática en un mundo dinámico. Sobre todo en un
deporte donde todos los argumentos se exponen semana tras semana en uno o dos
partidos. Los rivales analizan y estudian cómo contrarrestar el poderío
exhibido y tarde o temprano dan con la tecla. Al Madrid le ha costado una
docena larga de partidos cogerle en tranquillo a lo largo de varias temporadas,
y al fin lo ha conseguido.
Los
equipos que no innovan mientras el triunfo les sonríe corren el riesgo de morir
de éxito, y eso le pasa al Barsa. Cuando lo dirigía Guardiola veíamos que de
vez en cuando cambiaban tácticamente variando la posición de sus jugadores, en
incluso la composición de sus líneas, sobre todo en defensa. Por eso nos
asombrábamos de que a veces salieran con tres defensas en partidos importantes,
y que incluso alguno de ellos fuera un medio reconvertido ocasionalmente. O que
sentara a algún titular relevante sacando a chavales del filial a quien nadie
conocía. Así iba variando sus estrategias de juego y, encima, espabilando a
algunas vacas sagradas dándoles oportunidades a jóvenes que pronto deslumbraban
con sus capacidades. Nada de eso sucede ahora.
Tito
Vilanova asentó su dirección basándose en el legado recibido, e hizo muy bien,
y también añadió algunas variantes de su cosecha, amarrando
con más o menos éxito, pero desde su lamentable ausencia, que ojalá dure poco,
el equipo vaga por el campo pretendiendo jugar como siempre y sin capacidad de
reacción cuando el rival le golpea. Y vemos cómo sus estrellas y veteranos se organizan a su aire sin más
sentido de juego que tratar de sacarle provecho a sus indudables cualidades sin
orden ni concierto. Aguantan los minutos que decíamos con las lecciones
anteriores, pero enseguida se cansan y el individualismo sustituye al juego de
conjunto. Y así vemos como Messi, por señalar al más significado, se transforma
en el jugador que vemos con Argentina bajando al medio campo aparentemente para
ayudar en la organización, pero enredándose en jugadas donde pretende driblar a
media docena de contrarios para llegar con franquía al área. Es como si
despreciara el aporte de sus compañeros mediocampistas erigiéndose en el
salvador de un equipo que tiene su punto débil en que nadie desde el banquillo
le dice que junto a las líneas de los sustos está su hábitat natural. Ni él
puede hacer de Xavi o Iniesta ni ellos de puntas. Y cuando se deja de tonterías
y está donde debe para recibir el pase oportuno de sus compañeros sigue
haciendo goles, naturalmente.
En
fin, el Barsa ganará la Liga gracias a la ventaja que obtuvo mientras que
alguien le dirigía desde el banquillo, pero la Champions la tiene chunga salvo
que alguna de sus portentosas individualidades tengan su día y enchufen tres o
cuatro goles, que es lo que necesitarán ante el Milán.
Y el Madrid, por el contrario, con la misma dirección, halla el alma que
les falta contra otros equipos cuando se enfrenta al Barsa. Y es que para estos
encuentros poca mentalización hace falta. Mourinho no se transforma en el gran
estratega que no es precisamente en estos partidos, porque si lo fuera no
tendrían la Liga perdida desde la primera vuelta, sino que son los propios
jugadores quienes sacan lo mejor que tienen frente al equipo que les ha quitado
los laureles más relevantes en las últimas temporadas. Y da igual quienes
jueguen, porque hay algo que es común en todos los deportistas: contra los
considerados superiores la casta y el orgullo lucen casi tanto como la
clase. Máxime si individualmente no son inferiores.
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