Hoy tocaba
hablar de que la columna vertebral del Barça no son Messi, Suárez y Neymar sino Busquets, Iniesta y Rakitic, en su sitio; contra el Granada
se evidenció su falta aunque tuvieron en Sergi
Roberto su hombre para todo y en Rafinha
la solución brillante del problema.
Y del
jugadorazo inventado por Simeone en
el belga Carrasco, en su tan
interminable como brillante labor técnica,
amén de ese dúo ganador que ha amalgamado con Griezman y Gameiro, al que
ha sabido gestionar su tiempo.
O de la afortunada
vuelta al gol de Cristiano y la
insistencia de Morata en hacerse
titular con goles, y de la indisimulada alegría que se dibuja en Zidane cuando un joven hace algo
grande, como el golazo en Copa de ese suplente de lujo que es el también canterano
Nacho.
Y del error de llamar pinchazo al empate del
Sevilla de Sampaoli y Lillo en Gijón ante un excelente
Sporting, cuando es un paso más en su envidiable trayectoria, otra vez reinventados
por Monchi; el mejor gestor deportivo
español en décadas, o desde siempre.
También de
reseñar la diarrea mental que asola a ese personajillo en que deviene Tebas cada vez que se sale de su papel
institucional y entra en charcos inapropiados. Una vez que los comités
correspondientes actúan, el presidente de la Liga estaría callado más bonito
que un San Luis. Lo que piense de las
provocaciones de Neymar, en lo que
coincidimos muchos, debería ser charla de café en lugar de opinión pública como
máximo dirigente de ‘todo’ nuestro fútbol profesional. Así, el victimismo en el
que se envuelven los dirigentes culés, tan hipócrita como llorón cada vez que
alguien se mete en su patio, con o sin motivos, queda en evidencia como
argumento cuando les faltan otros. El falaz “Madrid nos roba” tiene quien le
copie.
Igualmente,
y metiéndome donde todos saben que no
entro por razones obvias, sería apropiado terciar en la mala gestión que ha
hecho alguien del Real Murcia con el derbi del domingo frente al Cartagena. Y miren
que lo siento porque valoro mucho los esfuerzos de sus directivos, algunos de
los cuales conozco y gozan de mis simpatías personales, para sacar adelante ese
difícil barco, por haber afrontado algo por el estilo hace más de veinte años.
Pero hay que ser muy torpe para hacer coincidir su horario con el del
UCAM-Oviedo en la Condomina, perdiendo quizás la venta de algunos cientos de
entradas, cuando no algún millar. Y lo mismo con permitir el enrarecimiento de
las buenas relaciones que, al parecer, mantenían los granas con los dirigentes
murcianos del “Efesé” hasta pocas horas antes del encuentro, a quienes también
aprecio personalmente y pondero por su enorme trabajo.
Pero todo
esto, y el propio fútbol, ha quedado disminuido y hasta relativamente lejano en
esta sombría tarde del sábado en la que escribo la presente columna, tras
escuchar a un impresentable que se sienta en las Cortes de todos los españoles;
un tal Rufián —nunca más apropiado
un apellido—. Un elemento ruin que avergüenza aún más, si cabe, a la clase
política muy a pesar de muchos de ellos. Este individuo, al que llamo desde
aquí mal nacido por lo que supone de peligro para la convivencia nacional, y
tenemos experiencias sangrientas recientes y lejanas como para que tal
calificación no sea nada exagerada, y los otros rufianes que le aplauden y
jalean; no merecen estar donde están. Ni la inmensa mayoría de ciudadanos
españoles, tanto los que se sienten como tales como los que no y piensen como
piensen, merecen tampoco tener que soportar a gentuza de esa calaña en ninguna
tribuna pública, y menos cuando, además, viven de nosotros. Deberían estar
chapoteando en el estercolero de sus miserias y complejos en lugar de
esparciendo los odios, rencores y revanchismos desnortados que anidan en sus
almas negras contra una sociedad que les ha posibilitado sus estatus y enormes
posibilidades de crecimiento personal y social. Realidad que trajeron muchos
miles de ciudadanos en tiempos difíciles, sin arrugarse, cuando hablar de
libertad y democracia sí era valiente. Ahora, lo suyo es la cobardía infame del
provocador en manada contra pacíficos, cuando no contra fantasmas de los que ya
no pueden temer nada.
Viéndolos en
la sede de la soberanía nacional cabe preguntarse cómo hemos llegado a esta
situación, y, lo que es peor, ¿hasta cuándo durará? ¡Qué falta de…! (añadan lo que quieran)