Y entre la
excelencia futbolera y torcer botas, tampoco. Lo primero lo aprendí de un
compañero hace muchos años, Domingo,
director de una oficina de CajaMurcia en La Palma de Cartagena. Y lo segundo lo
vemos partido a partido los aficionados en cualquier campo.
Decía mi
colega, cuando fui a visitarle a su oficina recién abierta, que iba a triunfar
con toda certeza en su también recién estrenado cargo porque se fe residía en
el trabajo sin desmayo y sin horas; ¡qué personaje! Y lo hizo, naturalmente.
El otro día,
frente a Italia, España lució un juego extraordinario durante setenta minutos,
pero se asemejaba más al fútbol sala que al fútbol grande porque el gol suele
ser un pase más, y es lo que intentaron hasta el hastío nuestros
internacionales. Nadie se atrevía a tirar desde fuera o al borde del área, y ni
siquiera tampoco desde dentro. Y entre exclamaciones de asombro por la
exquisitez de sus toques y toques llegábamos a la desesperación. ¿Pero es que
ninguno de los seleccionados por Lopetegui
tiene fe en su golpeo de balón? ¿Es que no se entrena eso? ¿Ni en sus equipos
tampoco? Porque esa es otra. En el Madrid, por ejemplo, solo Cristiano, Bale y James, o Kroos cuando lo liberan de su
inapropiado lugar en el medio centro, lo intentan. Y en el Barça, excepto en
los golpes francos, ocurre generalmente lo mismo, salvo cuando Messi dispara tras una de sus
endiabladas diagonales.
Koke, Silva e Iniesta tienen
un excelente tiro desde veinte o venticinco metros, pero tampoco se prodigan en
la selección, luego debe ser una instrucción de Lopetegui y es un error mayúsculo. En el fútbol antiguo,
en el que nos criamos algunos, los interiores nutrían de balones a los extremos
para que estos centraran balones al delantero centro o a ellos mismos llegando
desde atrás, y cuando no veían claro el pase disparaban sin remilgos desde
fuera del área. Y hacían goles. Miren, si no, las estadísticas goleadoras de
interiores legendarios: Puskas, Pereda, Luisito Suárez, Luis Aragonés, Schuster, Martín Vázquez
o Michel, antes de especializarse en
lo de falso extremo, y el mismo Hierro
en el Valladolid y en el Real antes de bajarse a la defensa. A veces nos
encogíamos en la grada al ver enfilarse a esos interiores para chutar desde
lejos. Pero ahora todo es lo mismo. Se acorrala al contrario como si de
balonmano se tratara, pasando el balón de uno a otro extremo, hasta que alguien
pueda entrar hasta casi el área pequeña y la ponga a cualquier compañero. Y así
es muy difícil, salvo que alguna vez suene la flauta mágica del artista de
turno. Y como tampoco hay ahora grandes rematadores de cabeza con el balón en
movimiento, otra especialidad que se ha perdido, pues a intentarlo una y otra
vez hasta el aburrimiento del respetable.
Los
futbolistas, como decía mi entrañable compañero, deberían dedicar mucho más
tiempo, sin horas, a entrenar los tiros desde fuera, que son fuente inagotable
de goles extraordinarios. En Murcia, el otro día frente al Mirandés, fue el
atrevido Nono quien empató un
partido para el UCAM con un sutil disparo al poste contrario desde fuera del
área. Y es que, siendo la portería tan grande, cuando se ajusta el balón a un
palo los porteros lo tienen complicado.
También resultan inexplicables ciertas pájaras,
traducidas en no llegar al balón antes que el contrario. Ocurre cuando un
equipo se pone en franquía y deja de presionar, o si sale dormido del
vestuario. Le ocurrió a España en Turín, y nos recordó a esa selección ramplona
del mundial de Brasil o de la reciente Eurocopa. Sin tirar a puerta, meter la
pierna ni correr no se juega al fútbol. Tomen nota también en el UCAM; en
Getafe repitieron el pésimo partido de Zaragoza.
Y llegamos a
Ramos. Es increíble la desafección
que se le tiene, cuando falla, después de sus logros. Los años pasan, que se nota para lo malo: la
pérdida de la décima de segundo, pero también para lo bueno: la colocación. Y
gracias a ello recordamos a centrales legendarios, ya treintones largos, pero
sería difícil hallar un defensa con sus títulos y goles. Don Florentino, por ejemplo, sigue en el
Real por el gol de Ramos en Lisboa; tenía previsto abandonar si perdía tras
batir su propio record de presidencia infructífera en lo deportivo. ¡Ay, la falsa
memoria!
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