Si comentamos que el primer partido de
nuestra selección fue un accidente, porque Holanda tuvo a su favor los detalles
aparte de jugar treinta minutos en la segunda parte realmente excepcionales, la
derrota ante Chile fue el compendio de todos los males que se pueden dar en un
equipo de fútbol.
Decía don Salvador Ripoll, en uno de los puntos de su sabio decálogo sobre fútbol,
que había que llegar al balón antes que el contrario. Y por ahí empezó a
quebrarse el equipo de Del Bosque
porque desde el principio, como ya nos pasara en la segunda parte ante los
tulipanes, no nos llevamos ningún balón disputado. Y tampoco cumplimos con otro
de sus aforismos en ninguno de los dos encuentros: “si no te meten ningún gol,
normalmente debes puntuar”.
En esas dos claves señaladas ha estado el
imprevisto final de una selección que ha sido, de largo, la mejor del mundo en
los últimos seis años. Nos han agujereado la portería con una facilidad
increíble, y para colmo no hemos sido capaces de marcar ni un gol en jugada
porque siempre llegábamos tarde. Lo primero también es consecuencia de lo
segundo, por lo en la lentitud ha radicado el resto de nuestros males. Hay
quien argumenta que los españoles llegaron demasiado cansados al Mundial, y
puede que haya en ello algo de razón, pero muchas veces la velocidad está en la
cabeza antes que en las piernas. Y creo que los seleccionados estuvieron espesos
de ideas desde el principio.
Otro aspecto que tampoco ayudó fue el cambio
de sistema jugando en largo para Costa,
que debe olvidar cuanto antes su mal campeonato para intentar ser en el Chelsea
lo que ha sido en el Atlético. Y aquí merece un inciso el seleccionador. Desde
estas páginas hemos ponderado siempre sus virtudes, y seguimos valorándolas
positivamente, pero hay un punto débil que también ha sido en él una constante:
la imaginación no es su fuerte. Es un hombre que ha hecho siempre equipo apoyándose
en los jugadores contrastados, como hizo en el Madrid de Raúl, Hierro y Salgado, imponiendo en el terreno de
juego sus galones por encima de los menos baqueteados. Por eso lo hizo muy bien
cuando sustituyó a Luis en la
selección, continuando su línea y dando vara alta a quienes nos hicieron
campeones de Europa con el madrileño. Pero seis años después sigue con aquellos
y no tiene a más porque algunos de ellos ya no juegan. No ha renovado,
seguramente con razón porque los que ya había son muy buenos, y tampoco ha
acertado con el plan alternativo de los balones largos. Ha hecho debutar a
bastantes jugadores pero a la hora de la verdad ha puesto de titulares a los de
antes. Quizás los dos casos más significativos sean los de Casillas y Koque. El
primero no es ahora el mejor portero español, y el segundo ha sido, por el
contrario, el mejor centrocampista de los seleccionables en la pasada liga. El
meta fue titular en los dos partidos perdidos y el atlético salió en la segunda
parte contra Chile con el equipo ya hundido. Se notó durante un rato su
aportación, hasta que se contagió de la pesadez de sus compañeros.
Don Vicente, por tanto, ha perdido siendo
fiel a sus esquemas. Pero tampoco ha pasado de ser de los mejores a ser el
peor. Ha sido un buen seleccionador mientras ha habido mecha, y eso tiene mucho
mérito porque significa honestidad y sencillez. Mantener los criterios de su
antecesor habla a las claras, además, de
su coherencia y humildad. Lo que funciona no hay por qué cambiarlo por egos aunque
te recuerden siempre que el mérito fue de Luis. Y el famoso juego de toque tan
alabado en todos sitios y que ha hecho que otras selecciones nos copien, ha
sonado a gloria en las botas de nuestros internacionales. Pero el tiempo pasa,
los sistemas se neutralizan y los jugadores cumplen años. Y no es que jugar a
uno o dos toques sea viejo, que sigue siendo lo más difícil y vistoso, pero para
mantenerlo hay que tener sustitutos que aviven continuamente la velocidad, una
de sus condiciones fundamentales.