De la temporada recién
acabada podemos concluir tres evidencias: el Barça necesita refundarse, el
Atlético mantener su base y reforzarse y el Madrid no creérselo.
Los blaugranas han tenido
alguna posibilidad de éxito, como la temporada anterior, mientras les duró la
inercia de la etapa Guardiola,
herencia “laportiana”. En cuanto
quisieron cambiar el paso en busca de un protagonismo directivo con el fichaje
estrella de Neymar se enredaron en
sus egos, y seguramente en sus carteras oscuras, llevándose por delante el
éxito y la excelencia deportiva junto con el presidente interrumpido Rosell.
Ya avisamos de la llegada del momento en que no podría pasar por Brasil
ni subido en un avión a ocho o diez mil metros de altura.
El Barça ha sido siempre un
club diferente, por eso hablamos de su necesidad de refundación, ya que si
fuera atendiera solo a su faceta deportiva le hubiera ido bastante mejor a lo
largo de su historia. Y me refiero a algo más que a su nefasta faceta
politiquera. Los culés han vivido tradicionalmente de cara a la galería
puntual, mirándose en el espejo de los grandes fichajes y de los triunfos
efímeros – las Copas del Generalísimo o del Rey, por ejemplo -, mientras el
Madrid lo hacía en el de los éxitos que vertebraron su reconocimiento como
mejor club del siglo XX; Ligas, también copas domésticas y copas de Europa,
aparte de otros galardones mundiales.
Esa lamentable historia la
cambió Guardiola y su equipo de colaboradores, con el apoyo más obligado y
oportunista que otra cosa de Laporta, pero fundamental, meritorio, alabable y
decisivo sin ninguna duda; y los barcelonistas vivieron su etapa dorada
mandando en el orbe futbolístico durante varios años seguidos. Algo similar al
lustro mágico del Madrid de Di Stéfano
de hace tantos años, y superior si tenemos en cuenta su repercusión en la
coronación de la selección española también como la mejor del mundo
coincidiendo con una buena parte de esa etapa culé.
Y para refundarse necesitará
algo más que el fichaje de Luis Enrique y media docena de jugadores. El veneno
está dentro. En sus cimientos actuales.
En su cabeza, en su base y en su seno. En su directiva, en parte de sus
aficionados más catalanistas y en su plantilla. Bartomeu, con su gente, debería dar un paso atrás y seguir a quien
ganó las elecciones y luego hubo de huir; son cómplices suyos. Los del minuto
17 que no perdonan ni que Pujol haya
puesto a su hija el españolísimo nombre de Manuela deberían hacerse mirar su
gilipollez congénita; cada día echan están más en su estrecha tribu estelada,
echan a más buena gente y se ganan más enemigos. Y en el vestuario anida la
división producida por el asunto Neymar. La envidia y los rencores por la
lujuria económica de su fichaje necesitan un golpe de timón que saje el pus
acumulado desde que se conocieron los entresijos de los mangoneos. Y eso no es
nada fácil. Messi y su gente contra
el brasileño y sus circunstancias, todavía con pocos apoyos internos. Uno de
los dos sobra. La historia de los clubes está llena de situaciones parecidas.
El Atlético deberá arar con
sus bueyes de siempre: hacer una plantilla nueva cada dos o tres años. Es su
sino eterno, de ahí sus males y sus pupas en forma de escasas luces y muchas
sombras. Al rico panal de sus mieles actuales acudirán los poderosos con sus
carteras brillantes para club y jugadores. Y como ha ocurrido siempre también,
la lujuria económica –como decíamos del vestuario culé en otros temas – es la
que más adicción crea.
Finalmente, el Madrid haría
bien en mantener los pies en el suelo; el éxito reciente de tamaña institución
no puede basarse en dos minutos de fortuna: los que le posibilitaron ser
Campeón de Europa. Hemos criticado y lo seguiremos haciendo que el señor Pérez haya “barcelonizado” al Madrid
basando su política en grandes fichajes sin crear antes una identidad de
equipo. Hasta el punto de parecerse tanto sus diez años largos
de mandato a la vieja realidad culé señalada. El Madrid gana más por la calidad
individual que por un estilo definido de juego. Y eso le hace irregular y poco
fiable. Por eso ganó con suerte en Lisboa cuando debió hacerlo con holgura en
el tiempo normal; los colchoneros llegaron claramente disminuidos a esa cita.
Un mes antes hubiese habido desbandada por fracaso colectivo blanco.
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