Tras
la muerte de Franco se proclamó Rey
al entonces Príncipe Juan Carlos y
éste, a su vez, eligió príncipe para
pilotar la transición política hacia la democracia parlamentaria.
Los príncipes recientes
Suárez fue el príncipe de aquellos difíciles años, y ya está en la historia como
el artífice fundamental de hacer
realidad el juego de palabras del cerebro gris jurídico de toda la operación: Torcuato Fernández Miranda con su
célebre aforismo de “ir de la ley a la ley sin salirse de la ley”. El de
Cebreros, con su no menos famoso “de hacer normal políticamente lo que es
normal a nivel de calle”, tendrá para siempre en su haber dos hitos
fundamentales. Primero la Ley de Reforma Política para liquidar las Cortes del
antiguo Régimen y después, aun reticente, organizar los Pactos de la Moncloa con Fuentes Quintana de muñidor fundamental
para superar la grave crisis económica y social que asolaba a España. Apareció
ahí un concepto clave en aquellos duros años: el consenso.
Calvo-Sotelo fue el breve regente que sirvió de lubricante para la
alternancia entre el centro derecha y la izquierda. En su haber nuestra
incorporación a la OTAN, con todo lo que ello supuso después.
Felipe González fue el gran príncipe que culminó la Transición
metiendo a España en la modernidad. En su haber dos hitos claves: la
reconversión industrial y nuestra entrada en Europa. Un presidente reconocido
como buen estadista al que le sobraron los últimos años tras la Expo de Sevilla
y las Olimpiadas de Barcelona. Algunas compañías corruptas y errores de bulto
tuvieron mucho que ver en su declive.
Aznar fue un buen príncipe para su hora. Puso orden en el centro derecha
español y logró superar la grave crisis económica que España padecía desde los
primeros noventa. España logró enderezar los principales indicadores
económicos, con el equilibrio fiscal a la cabeza, y entrar en la primera
división del euro contra pronóstico en un tiempo record. Ese hito y el enorme
impulso que supuso para España el crecimiento económico subsiguiente, hizo que
por primera vez en la historia moderna
el centro derecha obtuviera mayoría absoluta en unas generales. También le
sobraron los dos últimos años, donde quizás la soberbia acumulada por tantos éxitos en tan poco tiempo
le llevó a cometer algunos desatinos básicos.
De
principado de Zapatero hay muy poco
que decir; tal es la calamidad que ha supuesto tanto para España como para su
partido. Pero también tiene dos hitos que le acompañarán siempre. Uno bufo: la
pretendida Alianza para las Civilizaciones; un remedo de gran política exterior
en buena medida para marcar distancias con su antecesor Aznar. Y otro positivo, aunque muy discutible en la forma, que a la
postre quedará unido a su mandato: el fin de los atentados de ETA.
La
herencia del supuesto talante fue hacer de España el solar más grande de
Europa.
El actual
Rajoy llegó enarbolando el pendón de la previsibilidad y del sentido común. Levantó
tantas expectativas que alcanzó la mayoría absoluta en su tercer intento. Pero
¡ay amigo!, lleva seis meses en el mando y está batiendo todos los records de
pérdida de imagen en los treinta y tantos
años de democracia. Y, lo que es
peor, sin haber hecho el ejercicio de sinceridad política que debió hacer en
cuanto llegó al poder, o poco después, expresando su voluntad de quemarse en
aras de arreglar la ruinosa herencia recibida; se le hubiera entendido. Por el
contrario, anda improvisando y entre contradicciones, amén de ejercer actitudes
diletantes en cuestiones demasiado serias; los tres meses perdidos en presentar
los presupuestos por favorecer al ‘compañero’ Arenas en Andalucía, o transferir
dinero inexplicablemente a ciertas CCAA tras aprobar la ley que las embridaba, como ejemplos manifiestos.
Así, ha conseguido exasperar a todo el mundo: votantes afines, desafectos,
gobiernos amigos, indiferentes, instituciones económicas europeas y mundiales.
Diez años de mala suerte
Se
puede afirmar que España no ha tenido suerte en los últimos diez años. Los dos
últimos de Aznar por soberbia
galopante, los siete de Zapatero por
calamidad manifiesta, y lo que llevamos de Rajoy
por asombrosa incapacidad para abordar con energía los problemas y de explicar
dónde estamos invitándonos a recorrer el difícil camino con determinación de
vencer.
En
medio de esta nefasta espiral de mala fortuna quedó el
enigmático atentado del 11-M. Epicentro,
seguramente, de mucho de lo que ha venido después.
Lo que necesitamos
Cada vez se abre más paso la idea de que
necesitamos un ‘Príncipe’ que nos saque del tremendo atolladero. Tal vez del
perfil del Suárez valiente de la Transición, o del carisma de un González
pletórico en sus primeros ocho años, o de la seriedad y la decisión de Aznar en
sus primeros seis. O, probablemente, de una mezcla de los tres con ropaje
moderno. Sería la nueva hora de España, con
alguien capaz de embebernos a todos en la necesidad del esfuerzo común
para llegar a nuestra Ítaca. La de volver a la senda del crecimiento social y
económico basado en la sensatez, la educación, el esfuerzo, la iniciativa, el
rigor, la solidaridad, la imaginación, la universalización y la ética.
La
alternativa sería una improbable coalición de partidos – por la España
cainita- para gobernar sin miedo a que
hubiera vencedores y quemados. Esa concertación política que alguien de fuera
nos impondrá, en el mejor de los casos, si no espabilamos. La negación de todo
lo anterior será un desastre común sin paliativos, salvo que, Dios lo quiera,
Rajoy cayera de su caballo a Damasco y resurgiera de sus cenizas.
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