Fue
una noche estrellada y sin luna. Los astros querían suplir la luz fresca de nuestro satélite cuando es un
placer sentarse a la puerta de casa o en una terraza y gozar la brisa de
levante. Era una clásica noche de verano en la que las ranas o los grillos
ponen su contrapunto melodioso al silencio, el verdadero rey de las vigilias
soñadas. Y fue una noche de gloria.
Nos
temíamos que el gallo francés nos
recordara la historia con sus cantos al alba refrendando las estadísticas
oficiales futboleras. Y es que, a pesar del extraordinario rumbo de nuestra
selección en esta Eurocopa de Polonia y Ucrania, no han faltado los nervios ni
las críticas al seleccionador Del Bosque.
Que si juego insulso, demasiado toque o falso nueve. Nunca faltan los grajos en
la estepa ni, por supuesto, las almas de entrenador que todos los españoles
llevamos dentro; tampoco, consustancialmente con nosotros mismos, los forofos
de todos los colores.
Sin
luna, las estrellas se reflejaron en tierras ucranianas y en el césped del
único estadio catalogado por la FIFA de seis de ellas en el mundo. Más
concretamente en unos futbolistas que calzaban pantalón azul y camiseta roja
con medias irradiando los colores de nuestra enseña nacional. Táctica y técnicamente
¡qué partidazo hicieron! Recordaba al final lo que tanto dijera Luis Aragonés cuando hablaba de que a
España le había faltado siempre saber competir. Y eso lo dijo encorajinado
cuando España perdió contra la Francia de Zidane
en el mundial de 2.008 en Alemania tras ir mucho tiempo por delante en el
marcador
Vi
el partido en casa con parte de mi familia y un amigo, gran experto nacional en
cuestiones laborales y en gestión de recursos humanos, Jorge Cagigas, acompañado de su deliciosa hija Valeria. Y lo saco a colación porque el
hombre se reconoce poco futbolero pero no puede sustraerse por deformación
profesional a lo que es su vida: la gestión de personas, de talantes y
talentos; y no sólo en el campo profesional. Curiosamente, ambos coincidíamos a
lo largo del partido en algunas cuestiones básicas respecto al desarrollo del
juego y de su resultado. Una de ellas, por ejemplo, en lo aburridísimo que
hubiera sido de no mediar la importancia del mismo y que jugaba nuestra
selección. Y más curioso todavía era que en algún momento los comentaristas de
televisión coincidían con nuestros comentarios. Pero, positivamente, estábamos
de acuerdo en que España estaba sabiendo gestionar bien el resultado favorable
con sus mejores virtudes: posesión de balón y presión intensa para recuperarlo
en cuanto lo perdíamos. Ahí estuvo la clave, como, por otra parte, lo ha estado
en lo que va de Eurocopa. Y el arquitecto de esa piedra angular no es otro que Vicente Del Bosque: un gran gestor de
personas y de talentos, aparte de un señor en talante.
España
lidera la posesión, los goles a favor y
sólo ha encajado un gol. Pero es que, además, es a la que menos le
rematan. Y otro detalle no menos importante, es la selección en la que más
jugadores han marcado, cinco, repartiéndose tres de ellos un par de goles per
cápita; sólo les superan un alemán de origen español y un portugués que juega
en el Madrid que llevan tres.
Pero
bueno, aquí seguiremos con los debates: que si tiene que salir fulanito en
lugar de menganito o que si hay que jugar con extremos, con delantero de
referencia o con un solo medio centro. Y
mientras, en semifinales siendo de largo la favorita para todos los
expertos.
Sólo
me ha gustado de Francia la elegancia de Blanc,
su entrenador, o de Ramis, el central
que juega en el Valencia, diciendo que España es el mejor equipo del mundo y
que es una delicia verla jugar. ¡Chapeau! por quienes saben perder. Como
decíamos el otro día, salvo Benzemá,
que ha hecho buenos partidos- menos contra España- aunque no haya marcado, y Ribery,
ningún otro francés podría soñar vestirse de rojo.
Finalmente,
hay otro detalle que remarca la enorme potencialidad de nuestra selección: que,
como también coincidía con mi amigo Jorge, al final del partido nos quedamos
con la idea de que España podía hacer mucho más de lo que expuso. Pero ahí está
el quid: saber competir al máximo nivel.
Hace tiempo les vaticinamos años de
sufrimiento deportivo por envidia. Hoy reímos que el gallo azul no cantó porque, ¡ay guiñoles franchutes!, os
salió caponcete.
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