Con mi amigo
del alma y torero, que no taurino, el maestro y académico Marcial García, comparto entre otras cosas las enseñanzas de un
ilustre profesor de vida franciscana que quiso bautizarnos de humildad, aparte
de ilustrarnos en Filosofía y a él especialmente en Latín y Griego. Don Pedro Ortín quiso enseñarnos el regalo
de la sencillez y expresión lingüísticas y del lenguaje directo, y otro antiguo
profesor de Ciencias Naturales, don Miguel
Baños, a distinguir entre hombres, hombrecillos, monicacos, monicaquillos y
m….
Acabados los
cuartos de Champions y al margen del sorteo de semifinales, relativamente
decisivo a estas alturas, quedan algunas evidencias.
Como
aventuramos, nuestros grandes han estado en las uñas del gavilán, y mientras los
equipos madrileños se han salvado justitos, cada cual con su estilo, el Barça
ha confirmado que todo ser vivo tiene principio y fin. Bartomeu
debe enhebrar un nuevo cesto y no lo tiene fácil. Messi, la piedra angular azulgrana, es el capo di tutti en el
vestuario y fuera, lo que supone un fielato tan inmanejable como imprevisible.
La historia futbolera es rica en abismos parecidos.
Mientras, Simeone retornó a sus principios con Giménez de escudero de Gabi para contener la avalancha del Leicester,
soltando a sus lebreles con su grande Griezmann
para cazar algún gol y la eliminatoria; y Zidane
fio la administración de su ventaja a la enorme presión del Bernabéu y a la
superioridad de sus grandes, en especial Cristiano
y el sorprendente Asensio, para
eliminar al equipo más compensado de
Europa hoy — sin expulsiones hubiera sido distinto—, que se permitió el lujo de
dominar durante gran parte del partido en ese estadio donde, según Juanito, un partido parece durar más minutos
que los noventa reglamentarios. Y en este caso con los treinta añadidos de una
prórroga inesperada porque el Real debió ganarlo antes por méritos globales en
Múnich y Madrid. Luis Enrique, sin
embargo, afrontó el partido de vuelta como quien pide la eutanasia para una
muerte digna, víctima sin esperanza de unos primeros cuarenta y cinco minutos
infames en Turín.
Y llegamos a
los nombres propios. En la categoría de hombres, sin adjetivos, entrarían
Zidane, excelente gestor de recursos, por su elegancia, señorío y sencillez a
las buenas y a las malas; Cristiano, por aparecer en los momentos cumbre; Simeone,
Griezmann y Saúl, por inteligencia y
oportunidad supremas; Allegri, Dybala y Sandro por asomarse con
categoría a Europa; y la afición culé por el sentido homenaje a sus jugadores
en la derrota.
En la de
hombrecillos, pero relevantes, a cuantos propiciaron las victorias merengue y
colchonera desde sus resignados segundos planos, así como a los legionarios de
la Juventus, sin grandes estrellas, y a Mbappé
y sus compañeros y técnicos del Mónaco por su enorme éxito frente a un
machacado Borussia, más por circunstancias extradeportivas que estrictamente
futboleras; que también.
Ancelotti, de un modo inverosímil dada su
moderada trayectoria, encabezaría la de monicacos por su injustificada rabieta
tras ser eliminado, sin reconocer que no fue casualidad ni injusticia arbitral.
Siendo ciertos los errores arbitrales en
el Bernabéu en su contra, no lo son menos el penalti injusto a su favor que no
aprovecharon en Múnich, el fuera de juego de Lewandowski antes del
autogol de Ramos, su
clamoroso error quitando a Xabi, que
propició la subida de Casemiro al
minuto siguiente para facilitar el empate a Cristiano; y que no supieron
rentabilizar su buen juego parcial en ambos partidos.
Una vez más,
Piqué entraría en la de
monicaquillos. Dar la nota es imprudente, pero hacerlo de un modo tan tonto
diciendo que en el Bernabéu están acostumbrados a pitar a su equipo, aun
ganando, es tanto como señalar a los aficionados merengues de exigentes, como
debe ser, y a los suyos de forofos simplones; poco menos que tragaldabas. Y no
es eso, como hemos ponderado.
Finalmente,
en la de la eme escatológica entrarían algunos directivos culés y sus comunicadores
bufanderos del Sport, RAC 1 y el Mundo
Deportivo fundamentalmente, rasgándose las vestiduras por el justo pase del
Madrid, olvidando su discutible pasado reciente con el PSG. Y sus homólogos
merengones, alegrándose sobremanera de las desventuras ajenas y alabando sin
tasa las glorias propias, que no dejan de ser efímeras. ¡Ay, como al final pinten rojiblanco!, que
tiene menos pesebreros.
Para
entendernos, Marcial, en lugar del clásico “sic transit gloria mundi”, habría
que decirles con nuestro cachondo don Miguel: “hijos que tenéis padres, padres
que tenéis hijos, ¡¡¡melones!!!”