No
se trata de volver a la edad de los sueños infantiles, sino de desear a quienes mueven los hilos de
los sentimientos deportivos que intenten cada día un mundo mejor. La auténtica
magia.
Por
eso me acuerdo en estas fechas de presidentes, técnicos y deportistas, sin
olvidar a los informadores, que sean más ecuánimes en sus actividades o,
simplemente, mejores personas. Y eso nos lo deberíamos aplicar todos.
Al presidente del Barça habría que pedirle que
deje de agitar banderas separatistas utilizando a su equipo; detrás de tales
inquinas subyace demasiadas veces la paz de los muertos. Y no hable de eufemismos.
No sería difícil hacer una relación cuantiosa de cuantos han caído realmente
detrás de alguna bandera por ir de carne de cañón desde su ingenuidad, sin
percatarse de que quienes les empujaron a ello nunca dan la cara, limitándose a
azuzarles a ellos como ladradores para
luego venir a por la cosecha. Y ahí habría que mirar a los políticos
irresponsables en su criminalidad en cualquier época que miremos. Y si alguno
sufrió las consecuencias de sus actos fue tras huir primero para ser cazado
después. No sé si me explico. Pero los que lanzó al infierno no podían huir,
eran los tontos de aquel bote; la política para quienes viven de ella, que al
menos lo dicen.
Y
ya de paso, al señor Rosell, rogarle
que estuviera en el cargo por amor a unos colores y no, como parece su caso,
para abundar en su bolsillo. Pero ya sé que solicitar esto es otra ingenuidad
más.
Al
del Madrid, a quien hay que felicitar por su grandiosa decisión de largar de
una vez a los impresentables ‘Ultrasur’, también cabría pedirle que se
decidiera por una vez a presidir con criterios futboleros en lugar de hacerlo
mirando por sus intereses particulares. De esa manera veríamos jugar más a sus
canteranos que a otros fichados para lucir cromos en sus negocios. Pero también
sé que esperar tal bendición del señor Pérez
es otra utopía.
A Guardiola lo dicho sobre la mezcla de
la política con el deporte. ¡Qué desperdicio! Con el aprecio de tantísimos por
su enorme caudal futbolístico tanto de jugador como mucho más de técnico y
viene ahora con cuentos llorones de pertenecer a un ‘pequeño país…’ Otro que no
ha leído historia. Y es que, como diría Jaime
de Armiñán a través del recordado Paco
Rabal en ‘Juncal’, nadie es perfecto.
Por eso tal vez muchos no crean que su extraordinaria humildad en
cuantas declaraciones hace sea cierta. Si hubiera que hacer un listado de
agravios en España respecto al poder del Estado Central, ¿qué no podríamos
decir los murcianos?, por poner un ejemplo. Allí, en su Cataluña natal han sido
siempre unos privilegiados, y lo siguen siendo, por mucho que se puedan
compartir algunas de sus quejas por lo que tienen de verdaderas insolidarias
otras regiones, donde miles de sus ciudadanos viven del cuento pagado por el
resto de contribuyentes españoles.
Pero
en todo caso, habría que ponerle a este magnífico técnico ante la dolorosa contradicción de cualquier
chaval con una camiseta suya o de cualquier jugador blaugrana, de la región
española que fuere, siendo insultado por aquéllos a quienes ellos dan alas para
tal disparate por el mero hecho de no ser catalán. Para llorar.
A
quien ya no está con nosotros, pero quiere seguir estando, Mourinho; le pediría que se deje ya de chorradas, como la de que es
el mejor técnico que ha tenido el Madrid, ¡que vaya tela!, producto de su
frustración por el fracaso global cosechado en él, y se dedique a dirigir a sus
equipos con algo más de humildad y menos crispación. Su política de que quien
no está con él es su enemigo debería saber que genera actitudes extremadas de
demasiados seguidores con la ignorancia por bandera; con el consiguiente
peligro.
A
ciertos informadores les rogaría que dejen de astillar para el gran circo que
montan las declaraciones de deportistas que ni por asomo han dicho lo que ellos
proclaman. Y es que, al contrario de en la guerra, en el deporte no debería
valer todo.
Y
ya, pero esta vez a los Reyes Magos de verdad, habría que pedirle que los
clubes regionales alcancen sus objetivos al final de esta campaña, porque de
otra manera: ¡largo me lo fiais, amigo Sancho!
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