Sí,
ya está bien de mediocres y pasteleros. La estupenda Constitución del 78, para
su época, está sobrepasada por los acontecimientos. Situación agravada por la
miopía de los inquilinos de nuestra política en el último decenio tras
encontrar un país con enormes posibilidades el primer desastroso – Zapatero – y mal administrar la ruina
hallada el segundo inútil – Rajoy –
con un coro de grillos, siguiendo al inigualable Machado, D. Antonio,
cantando a la luna en sus partidos y en la oposición.
Aquel
gran marco jurídico nació al pairo de una etapa autoritaria y al inicio de otra
ilusionante, aun dentro de las reservas que persistían fruto de la memoria
histórica buena, la del recuerdo de la ignominiosa política de partidos e ideas
del primer tercio del siglo XX tras una meta plausible: la de la libertad
democrática del pueblo español. Y de ahí sus defectos buenistas pensando que
todos remaríamos en la misma dirección, la de hacer una nación moderna con el
objetivo común de engrandecerla por el bien de todos los españoles.
Un reformismo abortado
A
ese respecto recuerdo que los entonces llamados nacionalistas proclamaban que la denominación de
separatistas respondía a una retórica franquista. Pues no, tal etiqueta se
correspondía con otra memoria histórica acertada, la de quienes recordaban la
insolidaridad colectiva de unas burguesías catalana y vasca aún ancladas en su
realidad de niñas bonitas cuando España era un imperio. En las buenas, como de
visita, todos somos buenos. El problema radicaba, y radica, en pelear por
superar épocas convulsas de todo tipo: políticas y, sobre todo, económicas. Algunos
creímos hace años en la opción reformista de Miguel Roca y su partido homónimo, pero el fracaso comenzó cuando
ni él mismo se afilió a la formación que lideraba; por ejemplo.
Los virus pendulares
Aquella
norma fundamental de la Transición llevaba incorporada el virus que con el paso
del tiempo se ha revelado como mal que le llevará a la tumba. Y no era otro que
la indefinición real de España como nación, viniendo a elevarla a una difusa
nación de naciones. Y otra maldad latente, la de creer que en la permisividad
indolente en todo estaba la Arcadia de una sociedad libre y democrática. Y las
dos eran consecuencia de lo mismo: la legislación pendular tratando de huir de
un pasado autoritario. Pues no. La experiencia ha demostrado que precisamente
en la fortaleza de las leyes está la garantía de la libertad. Pocas pero
claras. Cortas pero explícitas y determinantes. Sin dejar sitio a las
interpretaciones interesadas y oportunistas de los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial.
Y
ahora, si de verdad quisiéramos aprender de los errores para enmendar el
futuro, deberíamos aprovechar lo bueno de aquélla y las lecciones aprendidas
por sus fallos clamorosos reformándola en lo necesario. Pero claro, para eso
necesitamos políticos con mayúsculas. Gente que prescindiendo de su acomodación
miraran hacia el futuro con verdadero espíritu de servicio público y no con el
de servirse del público contribuyente para seguir viviendo demasiado bien sin
dar un palo al agua. La mayoría se dedica a servir de cla y mamporreros a sus
jefes; los que los ponen en las listas.
Radicales y extremistas
Necesitamos
radicales, que no extremistas. Demasiadas veces se confunden los términos. Ser
radical es ir a la raíz de los problemas, no a parchear sus consecuencias. Ser
extremista es no reparar en los medios, que nunca justifican los fines. Lo
primero es sinónimo de esperanza, lo segundo de cementerios.
Carrozones, y Cristobicas con licencia
para delinquir
Y
para eso se debería empezar por la cabeza. El Rey hace tiempo que juega en otra
liga, que dirían los futboleros. Y ya no está para trotar al ritmo que las
circunstancias demandan. De ahí abajo todos radicales. Él haciendo un generoso
mutis por el foro, como los grandes actores, y los demás aplicándose la misma
partitura. En una sociedad donde a quienes nos bullía la sangre en los años
setenta y ochenta del siglo pasado y ahora, en el mejor de los casos nos fluye
por goteo y, sin embargo, nos llueven las ideas, no podemos esperar que la
mayoría que debe ir tirando del carro se conforme con una pléyade de mandamases
con sus anclas en aquellos tiempos, dedicados, como los castizos chapuceros, en
que el tinglado se mantenga mientras cobran. Necesitan políticos que ilusionen,
y ya me dirán ustedes las alegrías que carrozones como Rajoy, Rubalcaba, Lara,
o los ‘cristobicas pujolianos’ como Mas,
por alguna razón que pueda tener dentro de su fracaso electoral, seguido de
toda su banda de paniaguados y los que están por llegar; puedan sugerir. Y
además, delinquiendo sin consecuencias yendo contra el Estado. ¡Vaya ejemplo
para quienes les mantenemos, Rajoy Brei!
Eso
por no hablar de los sindicalistas de decenios, más que trienios, y demás
representantes canosos de cualquier estamento social, metidos en mil
corruptelas.
Y
habría que empezar, también por los responsables de la educación nacional. ¿No
les dará vergüenza ir enganchados del gobén del carro mundial oliendo sus
desechos como bien atestiguan las clasificaciones al uso? Pero eso sí, ellos
siguen con sus mascaradas de armiños y birretes y defendiendo también sus
cortijos.
Un viejo esquilmador en un tiempo nuevo
Nuevos
tiempos, nueva ley fundamental, nuevo espíritu, nueva gente y viejo sentido
común. Con renovado entusiasmo, claro, con un par de lo que ustedes quieran.
Ahora
veremos la descomposición del partido en el poder; ya empiezan a desmarcarse
algunos. Y se acentuará con el cataclismo que sufrirán en las próximas
elecciones. Después cualquier otra variante del acabose anunciado del sistema
que nos rige treinta y tantos años. ¿Tan difícil es verlo? ¿Y tratar de
remediar sus malas consecuencias anticipando soluciones? ¡¡Pues para eso cobra
de nuestro sudor tanto mandanga!!
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