Hace
poco tuve la inmensa fortuna de charlar con un amigo sabio. Lleva tanto tiempo
fuera de España que la ha recorrido con ojos de turista extranjero, y está
esperanzado a pesar del susto que le producen todos los días los distintos
informativos que padecemos.
Esperanzas
Me
comentó que su esperanza viene de observar a muchos españoles en cualquier
lugar de España levantar cada día la persiana de sus pequeñas empresas con más
voluntad que otra cosa, sabiendo que tienen un presente tan negro como el toro de
Osborne. Y lo hacen con una mano en sus familias, otra en sus empleados, la
mirada en el tendido esperando hallar algún rayo de luz, la boca dándose ánimos
de donde no tienen, y los oídos tapados
para no escuchar el balamío de tanto inútil que dice representarles, y
tampoco los cascabeles de quienes, como
vulgares mulillas, anuncian muerte a todas horas desde sus negras previsiones
en cualquier medio. El tacto lo reservan
para guardar a sus disminuidos clientes en el arca, como al buen paño.
También
le ha ilusionado el encomio de los que aún conservan su puesto de trabajo
defendiéndolo con uñas y dientes trabajando mejor cada día, y no desde
prebendas defensivas de una legislación laboral de otro tiempo, incapaz de
promover el empleo sino todo lo contrario. Con trabas por todos sus encajes
para criminalizar, además de arruinar, al valiente que se atreve a crear algún
puesto de trabajo de un modo limpio y sin usar las sinvergonzonerías de
aquélla. Claro que tales situaciones son producto del exceso de normas anti
empresariales que asola a la economía real, la única que puede sacarnos
adelante, según mi amigo. Y con él tantos otros.
Y
le ha sorprendido también positivamente el optimismo de tantísimos españoles
que salen a la calle a consumir a pesar de la que tienen encima. Sospechando,
por ello, que debe haber una importantísima cantidad de economía sumergida
porque de lo contrario no se explica. No hay ni un solo indicador de los de
verdad, de los que llegan a los bolsillos de los corrientes, que dé para tanto.
Los que usan algunos políticos y demás privilegiados son cuentos para conformar
sus precarias conciencias. A esto último le añadí que tuviera en cuenta también
la inmensa generosidad de tantos mayores que están manteniendo a hijos y nietos
con sus pensiones y ahorros de toda una vida.
Extrañezas
Este
hombre no se extrañó, sin embargo, de las ansias separatistas de los
nacionalismos periféricos, pues instruido como es en cuestiones históricas y
económicas tiene muy presente que eso ha ocurrido siempre que España ha sido
débil y no ha podido calmar sus avaricias. Recordándome lo ocurrido en
Cataluña, por ejemplo, cuando se perdieron las últimas colonias imperiales a
finales del XIX o en la penosa II República. Sí le sorprendió en este caso que
sean los descendientes de antiguos emigrantes de tantas regiones españolas los
más encendidos defensores de los antiguos enjuagues más o menos subvencionados
de la burguesía catalana, en forma de proclamas independentistas para continuar
con sus ventajosos chupes del denostado Estado español. Concluyendo que les
azuzan ellos mismos como eficaces
ladradores en su ignorancia, en definitiva.
Lo
que me dijo que no se podía entender muy bien mirando con ojos de fuera es que
pueda sobrevivir tanto mentiroso y estafador en la política, sindicatos y demás
organizaciones de supuesta representación pública o empresarial. En cualquier
país serio la mentira, la medio verdad o el fraude con tapujos es sinónimo de
expulsión inmediata del sistema. Tampoco la poca vergüenza de los partidos
financiándose con dinero negro o blanco procedente de ‘mordidas’, o de los
sindicatos y organizaciones empresariales con subvenciones para formación, por
ejemplo.
De locos
Otro
tema que le causó asombro por deplorable fue la tan cacareada Ley de Defensa de
Género, dándose el caso del contrasentido jurídico de ser el acusado quien deba
demostrar su inocencia y no quien acuse, su culpabilidad. Este exceso y sin
Dios normativo tiene como consecuencia demostrada más violencia. Nunca en la
historia moderna de España hubo tantos casos de ello como desde la implantación
de dicha ley. Ni tanto inocente fastidiado hasta la humillación desde la
posición de superioridad que le otorga tal norma a las supuestas víctimas.
Lo
mismo sucede con la disparatada sobredimensión normativa en todos los sectores
sociales, laborales y económicos españoles. “Y no digamos nada de la inflación
de servidores supuestamente públicos que padecéis”, me decía.
Pero
lo más inexplicable para él era la incapacidad y abulia de un gobierno con el
mayor poder político en democracia para hacer lo necesario con el fin de salir
del atolladero. Y se preguntaba, ¿Para qué se presentaron a unas elecciones
entonces? Y más aún ¿Para qué están en política esos señores y señoras?
En la calle
Y
yo, con el mayor dolor, le contesté que eso también se lo pueden responder con
toda claridad en cualquier lugar de España: pues para vivir del cuento y de los demás con la
mayor cara dura; por no decir con la máxima desvergüenza.
De todos modos, también le dije que sin duda saldremos, como tanto hemos
reiterado. Y lo hice mirando avergonzado las colas de tanto ciudadano en las
organizaciones benéficas. Y pensando en la de tantos otros que ni eso. Pero
también con una sonrisa muy española : la de la esperanza ilusionada. Que nos
dure, aunque ahora sea también dolida.
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