Cuando
se pierden los valores se imponen los extremismos a la sensatez y al buen
gusto. Los forofos muerden por sus colores
ocurra lo que ocurra, ganen o pierdan y jueguen a lo que jueguen, tachando
a quienes osan poner en duda cualquier cualidad de su equipo o alaban las del
contrario de ‘antital’ o ‘anticual’. Algunos
de estos aficionados, no acérrimos, producen ternura cuando se limitan a
expresar sus opiniones dentro y fuera del graderío sin insultos ni violencia,
que son la mayoría en la mayor parte de las ocasiones, pero cuando enarbolan la
agresividad o la intransigencia como norma de conducta generan el rechazo y la
reprobación de los buenos aficionados.
Y
eso es entendible. Como también es cierto que no conozco a ningún aficionado que
alguna vez no haya gritado o proferido palabras mayores desde la grada de cualquier estadio. Es parte
de la salsa del fútbol y el ribete divertido de las pasiones que engendra. El
día que desaparezcan, además, nuestro deporte habrá perdido su esencia.
Sin
embargo, cuando se producen manifestaciones de elegancia o deportividad con el
contrario por parte de los profesionales o de los mismos aficionados, también
son mayoría los seguidores de cualquier equipo que hinchan su pecho orgullosos porque quien siente sus mismos
colores sea capaz de tamaño gesto. Y de este emocionante sentimiento hay pocos futboleros huérfanos. Casi todos lo
hemos sentido alguna vez.
Viene
lo anterior por el grandioso ejemplo que ha dado Del Bosque, madridista
de pro antes que magnífico seleccionador nacional, votando a Guardiola como candidato a mejor
entrenador del año pasado, y a Xavi
e Iniesta como segundo y tercer
futbolista reservando para Casillas el primero. Y lo ha argumentado valorando
tanto sus resultados deportivos como sus comportamientos; españolidades aparte.
Es uno de los gestos que dignifican al
deporte rey y del que sus seguidores debemos sentirnos orgullosos.
Al
hilo de esos valores recuerdo otros ejemplos.
El
propio Guardiola dijo no hace mucho que el mejor futbolista español de todos
los tiempos era sin duda Raúl. Se
podrá estar o no de acuerdo con esa afirmación, pero que venga de quien ha sido
su rival a ultranza en los terrenos de juego durante tantos años es un alarde
de elegancia que habla a las claras del talante de quien lo dijo,
ennobleciéndole.
Recordemos
cuando en un partido aciago del Madrid en el Bernabéu contra el Barsa miles de
aficionados blancos aplaudieron el
recital de juego blaugrana después de uno de sus goles. Extraordinaria lección
de deportividad que, sin embargo, nunca se ha visto en el Nou Camp con el Real,
que yo sepa, aunque sí con otros equipos. También habla a las claras de la
grandeza de una y otra afición. Muy al contrario, lo que está en la memoria
futbolística es la impresentable y vergonzosa acción del cochinillo a Figo, que el ínclito Villar dejó sin sanción, por muchas
circunstancias que concurrieran para el cabreo de los culés con el Madrid y con
dicho jugador.
Otro
gesto magnífico fue el que tuvo Pelé
con Di Stéfano, cuando respondió a
la prensa en la consabida pregunta sobre quién ha sido el mejor jugador de
todos los tiempos que la Saeta Rubia había sido el jugador más completo que ha
habido sobre un terreno de juego. ¡Chapeau! para la Perla Negra; único
futbolista ganador de tres mundiales y reconocido mayoritariamente como el
mejor de la historia.
También
el mundialista detalle de Iniesta con el españolista Jarque. O el de algunos
béticos con Puerta.
Como
murciano, me enorgulleció hace años en la vieja Condomina que la afición grana
aplaudiera los goles del Cartagena fuera de casa anunciados por el marcador
simultáneo. Perico Arango, cartagenero
indudable y mejor futbolista albinegro de la historia para muchos, testigo excepcional
de ello por estar lesionado ese domingo y no viajar con su equipo, reconoció
públicamente haberse sorprendido ante tan singular gesto elegante. ¡Qué
diferencia con la actitud ramplona de muchos aficionados
cartageneristas, hace poco, aplaudiendo los goles que le marcaban a su equipo
en el Cartagonova y que condenaban al Murcia a perder la categoría!
Sin
embargo, a nivel personal, también afirmo justa y gratamente que fuimos tratados de maravilla cuando
visitamos Cartagena en 1.993, aun ganando 1-2, siendo presidente del Murcia.
Al
final, tanto los profesionales – imperdonable en su caso- como los aficionados que fomentan lo malo en
lugar de los valores deportivos quedan retratados y en su sitio.
Unos
gestos engrandecen, otros avergüenzan.