Ya podemos despotricar cuanto
queramos. Y rasgarnos las vestiduras. Pero por mucho que madruguemos no
amanecerá más temprano. Nuestra historia reciente es tan elocuente y cabezona
como los números.
En nuestras raíces democráticas están las claves de
nuestros males
Nos
hemos metimos paulatinamente en un
camino sin retorno desde el café para todos.
Reinaba recién, como dicen
hermanos de lengua sudamericanos,
Juan Carlos I; presidía el
gobierno el también reciente demócrata centrista
Adolfo Suárez, con la oposición del
entonces igualmente joven y cuasi rupturista Felipe González, su rival
más directo allá por 1.977 . Y escoltaban a ambos a derecha e izquierda, tan respectiva
como paradójicamente, el brillante político conservador y exministro de la
dictadura Fraga Iribarne, a quien
decía el socialista González que le
cabía el Estado en la cabeza; y Santiago
Carrillo, el legendario líder comunista de oscuro pasado guerra civilista, que
a la postre derivó en uno de los políticos
más respetuosos con el heredero
del llamado Caudillo en el mando supremo de España y con el gobernante segoviano ex falangista que nos llevó a la
democracia parlamentaria, casi, desde la secretaría general del Movimiento que
ostentara.
De
actores interesados secundarios actuaron en aquel primer acto de nuestra actual
tragicomedia varios líderes nacionalistas y no nacionalistas vascos y catalanes del momento – sus nombres
son irrelevantes para la historia pues jugaron el papel que llevaban ensayando
con toda comodidad desde las sacristías y la burguesías catalana y vasca más acomodada
sin riesgo real ninguno en la ‘dictablanda’ final de Franco, que todo hay que decirlo. Con el acompañamiento de los
escasos e ilustrados seguidores marxistas moderados del viejo profesor Tierno Galván en su PSP, y de los más
escasos aún seguidores del notario ultra franquista Blas
Piñar y su FN.
De
aquel tan bien intencionado como mal calibrado café para todos, improvisado entre algunos destacados barones centristas de
la UCD y los pesos pesados socialistas del
PSOE para contrarrestar las
ansias singulares de los llamados territorios históricos – básicamente las
Vascongadas y Cataluña- , decíamos, vienen nuestros males actuales más graves.
Las autonomías han supuesto un mastodóntico estado administrativo que ahora
hace aguas económicas y sociales por todos lados, provocando una voracidad
extrema en las diversas recaudaciones fiscales que está esquilmando
miserablemente a cualquiera que tenga intereses y posibles, y requisando hasta
la ruina a millones de contribuyentes. Por otro lado, los nacionalismos
periféricos nunca han estado cómodos en la igualdad con el resto de regiones
españolas y ahora tratan de huir aprovechando la debilidad del Estado
quitándose todos sus antifaces.
Lo
bueno de aquellos difíciles tiempos fue, sin embargo, el alto grado de consenso
que se alcanzó en otros asuntos básicos para España entre los partidos
políticos y afines. Ése mismo que ahora tanto se reclama y sería tan necesario.
La realidad
Desde
aquella primera cogobernación vasca entre nacionalistas y socialistas con el
entonces peneuvista Garaicoechea de lehendakari, y el aparentemente conciliador socialista Jaúregui de vice y consejero de
educación, ha llovido mucho; entre otras cosas han pasado dos generaciones de
vascos. Y, desde los primeros gobiernos del pragmático nacionalista Pujol, otras dos de catalanes educados en la inmersión lingüista y
en el adoctrinamiento nacionalista anti español también.
Responsables
todos los que lo desde aquí o allá lo han consentido y propiciado. Hay pocos
gobernantes inocentes. Prácticamente ninguno. Así que menos llantos.
Dos ejemplos de entonces
Recuerdo
una especie de cuento ilustrado infantil que me enseñaron unos amigos de una
caja de ahorros vasca, en las que
algunos chavales aparecían como protagonistas heroicos porque lanzaban botellas
incendiarias a guardias y policías que llevaban cuernos y rabos y ardían entre graves
improperios. Estos criminales panfletos se repartían en algunas de las entonces
incipientes ikastolas donde se empezaba a divulgar el euskera como seña de
identidad vasca fundamental.
También
viene a mi memoria lo que me decían algunos catedráticos que habían participado en determinados
seminarios en universidades y foros sociales de Cataluña. Estaban convencidos
de que el tema del separatismo catalán les parecía mucho más serio y
preocupante, con matices, que el vasco. Aquél estaba representado por los
cobardes atentados de los terroristas de ETA y la ola que les hacían algunos
descerebrados, decían; pero el asunto catalán estaba sustentado por algunas de
las mejores cabezas universitarias de
aquella sociedad. Las diferencias eran tan ostensibles y escandalosas en el
primer caso como discretas pero relevantes
en el segundo. Añadiendo que eso tenía más peligro real para la unidad de
España por ser más serio y profundo aunque aparentemente menor.
La incomprendida e irremediable
decisión.
Y
en esas estamos. Quienes vemos España con ojos de la educación recibida hace
más de treinta años quizás no somos capaces de hacernos a la idea de que esto
ha cambiado sin remedio ni vuelta atrás. Ya no se trata de razonar entre
compatriotas ni de buscar justificaciones históricas; ni siquiera de mirar
soluciones económicas, sociales o políticas. Hemos de darnos cuenta de que la
generación que enseguida nos tomará el relevo, si no lo ha hecho ya, no
entiende de estas cosas; ni quiere.
Se
tardará más o menos tiempo, pero llegará la hora del adiós, del agur o del adéu.
En la mente de muchos millones de ciudadanos de lo que ahora llamamos España
tenemos una idea muy distante de otros pocos millones de personas que piensan
en clave diferente. La España que hemos conocido, estudiado y que hasta nos
entusiasmó hasta hace no mucho tiempo,
según la mentalidad de cada cual, es un
museo o, en el peor de los casos, un parque temático arruinado.
Cuanto
antes nos demos cuenta y lo aceptemos inteligentemente anticipándonos a los
acontecimientos mejor. Lo contrario sólo sería posible, de momento, por la
fuerza, y no creo que sea el caso.
Somos
muchos los que pensamos que ya está bien de cerrazones e hipocresías. Que
cuantos antes mejor, si es voluntad de una mayoría. No le pidamos peras al
olmo.
Es mejor dirigir nuestro futuro que
llorar el lamentable presente.
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