Al margen de
sus cualidades como técnico, basadas en lo que fue como futbolista: garra,
corazón, empuje y juego pardo, ejemplifica imaginativa y filosóficamente las
cualidades de un líder indiscutible. Ha hecho del Atlético todo un laboratorio
de ideas, además de una fábrica de excelentes jugadores, y va camino de
convertirse en el entrenador más longevo del fútbol español.
¿Su receta?
Una idea clara: pulir hasta dar brillo a lo que siempre distinguió al Atlético,
por eso ha mimetizado su figura con los valores colchoneros de siempre —hasta
en la desgracia de las finales de Champions—; dibujar con lo que puede un
equipo tan singular como definido e inconfundible, dirigir con perseverancia,
ortodoxia exclusiva en el tipo de futbolista que solicita porque le agrada, y
si no, lo imagina en cualquier otro hasta que lo reinventa; y unas características
visibles de notable éxito que le han propiciado manejar el timón en solitario,
solo rodeado de un cuerpo técnico fiel a su imagen y semejanza, sin injerencias
directivas tan al uso en el antiguo Atlético Aviación o en el contemporáneo
Atleti de los Gil.
Si hubo un controvertido
antes y después en el Atlético de Madrid desde Jesús Gil, lo mismo, pero con escasas sombras, se dirá en el futuro
de Simeone. Cogió el equipo hace
diez temporadas en medio de una de sus recurrentes crisis y ha logrado
devolverlo al sitio que le corresponde por historia y categoría. En el camino y
el olvido, de club vendedor de figuras: Torres,
Agüero, Falcao, Courtois, De Gea o el mismo Costa, como antaño Hugo Sánchez, a fichar a la promesa del
fútbol portugués, Joäo Félix, por
ciento veinticinco millones de euro. Mención aparte el lunar de Griezmann, a quien el Cholo otorgó el
papel de figura a plena satisfacción tras ficharlo de la Real con vitola de
futurible y le salió traidor, aunque ha sido el futbolista que más dinero ha
dejado a los colchoneros.
El francés,
en todo caso, jamás disfrutará en ningún club, y menos en el Barça, del
liderazgo que alcanzó con Simeone; una especie de maldición que persigue a los
ex atléticos si exceptuamos en el tiempo a Hugo Sánchez y al Kun Agüero.
Y hay otra
peculiaridad en el haber del argentino, que tiene mucho que ver con su eterno
rival madrileño. Los jugadores colchoneros cruzaban la ciudad para vestir de
blanco y subir de categoría, y solo lo hacían al contrario cuando no cuajaban
por Chamartín en busca de una segunda oportunidad o como plácida retirada. Sin
embargo, gracias al instinto del enlutado argentino, los exjugadores blancos
buscan en el Atleti un trampolín hacia el estrellato: a un extremo como Juanfran lo reinventó como lateral
hasta hacerlo internacional con España, camino que inicia ahora un sorpresivo Marcos Llorente al que ha reseteado
para que siga esa misma senda pasándolo de medio centro a segundo punta. Si
cuaja, y tiene todos los números, es probable que Simeone haya descubierto una
figura que une a su portentoso físico, elasticidad y pulmones, una capacidad
goleadora y de ruptura de defensas cerradas que puede marcar época en el fútbol.
En tal caso,
y si le sonriera la fortuna a nivel europeo, Simeone pasaría de referente
atlético a gurú mundial, al nivel de otros descubridores de talento: Rinus Michels y el fútbol total del Ajax
de Cruyff, Sacci y los holandeses del Milán, rememorando a los anteriores y
rompiendo el tópico del catenaccio; Rexach
y el niño Messi, Valdano y Raúl, Guardiola y el
Barça coral de Xavi, Iniesta y Messi; Luis Aragonés y la España de los bajitos o Zagallo y aquel Brasil de ensueño de Pelé en Méjico en el setenta, que había iniciado el polémico Saldanha.
Alguien dirá
que exagero, pero de cuajar la explosiva mezcla que inició Simeone hace dos
temporadas: garra, talento, agresividad y buen juego, y algo así vimos el otro
día en Pamplona como antes de la pandemia en Liverpool, con baño incluido al
todavía campeón de Europa de Klopp
que tantos elogios acaparó la temporada pasada, y si la imprescindible suerte
acompaña, el Atlético de Madrid no solo habría superado su maldición bíblica de
pupas sino que haría escuela en el fútbol mundial.
Una golondrina
no hace verano, pero Llorente, con una legendaria genealogía madridista, puede
ser el símbolo que sume Simeone a su filosófico partido a partido que tanta
fortuna ha hecho en el imaginario popular para cualquier cosa.
¡Qué grande
es la imaginación!