Cada uno
desde su versión, estos tres hombres manejan con acierto sus desempeños. El
técnico atlético reinventando año tras año su equipo por la peculiaridad de un
equipo que no acaba de encontrar su lugar entre los muy grandes, seguramente más
por mal fario y tradición que por desméritos. El director deportivo sevillista
rehaciendo plantillas en sentido tan amplio como rentable en un club cuya
afición confía ciegamente en él; estatus ganado a pulso. Y el director general,
ahora valencianista, imponiendo su criterio futbolístico a directivos
paniaguados e inversores de fortuna.
El Atlético
pinta bien, más allá del repaso que le dio al Madrid en pretemporada, que es
más cierto incluir esta etapa preparatoria en tal categoría que en trofeos con
menos sentido que importancia. Otra cosa serán los primeros resultados, pero
tiene mucho mérito reconstruir esperanzadoramente la columna vertebral que ha
sido santo y seña de los colchoneros varias temporadas seguidas exitosas.
Imaginemos que al Madrid o al Barça, o a cualquiera de los grandes de Europa,
se les hubieran ido de golpe cinco de sus once jugadores básicos.
El Madrid aún
llora la falta de Cristiano y el
Barça anda gastando dinerales sin tino para suplir la de Neymar. Sería tal el desaguisado, si se les hubieran ido cuatro
más, que tardarían años en volver a su nivel anterior. Sin embargo, parece que
los jugadores que han llegado al Atlético este verano suplen con suficiencia a
los perdidos; ya veremos en el liderazgo. Eso es buena gestión deportiva, con
criterio, trabajo y oportunidad, con Simeone
de primera estrella. Quizás la
diferencia sea que por el Metropolitano hay gestores futbolísticos con
responsabilidad y mando, con un presidente en la sombra que aprendió de los
desmanes paternos y lleva las riendas con discreción y firmeza, Miguel Ángel Gil Marín, mientras que
por el Bernabéu y el Nou Camp cabalgan desbocados otros corceles que responden a
motivaciones extradeportivas, además de jugar con dinero ajeno. Uno de los
principios de un manual de gestión empresarial de éxito: En busca de la
excelencia, era aquello tan viejo de zapatero a tus zapatos. Traducido al fútbol,
sería que los hombres del fútbol al fútbol y los dirigentes a la representación,
a la estrategia y decisiones institucionales y a las finanzas.
Otro tanto
podríamos decir de Monchi y el
Sevilla. Ningún club español ha ganado más dinero con sus fichajes que los de
Nervión. Ni del mundo. Esto es, fichar jugadores baratos, hacerles jugar y
venderlos ventajosamente, a veces como de lotería gorda, manteniendo el nivel
competitivo de sus mejores años. Lo difícil sería entender cómo el ex portero
gaditano sevillista no está ya en un grande español con mando en plaza, si no
fuera por lo dicho anteriormente sobre los estrafalarios corceles que campan
por sus despachos. A su lado no cabría un personaje como Monchi que exige
responsabilidad y atribuciones plenas. Y ha terminado mal por celos ajenos con
otro tipo que deseaba emular a los mandamases culé y blanco. Del Nido, su primer presidente en el
Sevilla, también tenía ínfulas de emperador, pero acabó como acabó por excesiva
ambición sin la suficiente economía detrás, siendo brillante en su profesión jurídica
originaria y en su presidencia sevillista; dejémoslo ahí.
Y llegamos
al Valencia de Peter Lim y Alemany —al presidente de turno no lo conoce nadie—. El asiático tuvo el acierto de confiar al
mallorquín el mando deportivo del club y no le ha ido mal. Confeccionar
plantillas como la de estos dos años y confiar plenamente en Marcelino tuvo el colofón de
clasificarse para Champions y ganar la Copa del Rey. Ya quisieran repetir cada
temporada. Pero como ocurre cuando median mediocres entre el dueño y el gestor,
quieren ser grandes y se alzan sobre peanas falsas para descollar ante los que
de verdad son alguien. Alzas que demasiadas veces se nutren de insidias, celos,
y maledicencias en el oído del amo para medrar, y acaban por distorsionar la
realidad hasta hacerla irrespirable. Veremos lo que dura la paz a las orillas
del Turia, pero mientras confíen en Alemany el club tiene una oportunidad para
asentarse definitivamente en el lugar que le corresponde: uno de los cinco o seis
grandes de España. Haber sido cocinero antes que fraile en el Mallorca, con
gestiones ejecutiva y presidencial más que buenas, le ha servido para conocer
la aguja de marear futbolera.
Aparte de la
suerte, que también juega, cada mochuelo a su olivo.
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