Debe ser que
los sitiales de los grandes enloquecen a sus inquilinos. El del Barça ha
continuado la escapada hacia adelante que inició cuando la tocata y fuga de su
niña bonita y la de Rosell, Neymar, hace dos años. Y, además, corre
con más descaro que vergüenza como demuestra el vodevil de Griezmann y la ópera bufa del carioca.
Hace poco
compartí mesa y larga conversación con tres mitos culés: Asensi, Rexach y Marcial, y coincidieron en que el
Barcelona no debería fichar ni al francés ni el brasileño por dignidad. Respecto
al díscolo brasileiro, por su huida a traición con querellas por medio, y referente
al gabacho por la chufla del pasado año. Pero ninguna de esas ignominias
parecen desarbolar la megalomanía del presidente, ahora ya también
vicepresidente deportivo; reiterado hombre orquesta empeñado en dejar rastro
napoleónico cuando deje el cargo, tal cual su homónimo blanco; la egolatría
también es contagiosa.
Otro culé
ilustre como Minguella desgranaba
razones por las que tampoco veía ni a Giezmann ni a Neymar de blaugranas. Coincidía
con los exfutbolistas en la cuestión ética, y añadía en lo futbolístico que si
arriba se juntaban con Messi y Suárez, porque si los fichan es para
jugar, quién ayudaría a Busquets y a
De Jong —gran fichaje—, que serán
fijos en el esquema de Valverde, a
sostener el medio campo barcelonista. Y eso sin contar con Dembélé ni Coutinho,
todavía jugadores del Barça y que costaron lo indecible hace dos años para
tapar el hueco del brasileño. Un desbarajuste deportivo porque más que entrenador,
Bartomeu necesitará un domador de fieras
en el vestuario. Un despilfarro económico difícil de barajar y justificar,
salvo que el mandamás culé estuviera previendo el retiro de Messi. Pero no es así. Está malgastando
el dinero ajeno a mayor gloria personal, como en el baloncesto, y no en ese
futuro cierto.
El Barça
sigue rumiando su Waterloo europeo en Liverpool, que reabrió las heridas de
Roma. El propio discurso de Messi antes del Gamper lo demuestra, empecinado en
repetir brindis al sol. Y en sus sueños
húmedos, como ansiolítico y botafumeiro ególatra, Bartomeu pensará que llegó a
presidir la institución deportiva más importante de Cataluña —para sus adentros
reconocerá que por accidente, con los ojos haciéndole pompitas—, y que vista la
ruina europea debe labrarse un pedestal a la altura de Kubala y Cruyff, cueste
lo que cueste”.
Al
desahogado Laporta, el mejor presidente
culé en lo deportivo pese a su insufrible ramplonería, le sucedió el exculpado Rosell, pagano de platos rotos propios
y ajenos, y a este desgraciado gerifalte le sustituyó el grisáceo Bartomeu, una
mezcla de probo segundón, infiel colega y avispado botiguero de escrúpulos
justitos. Un aspirante a emperador
catalanoide que dejará al Barça en los “cuernesicos pelaos”, que diría mi amigo
Domingo, restaurador del Miramar de
Cabo Palos.
En lo
puramente futbolístico, Griezmann es un magnífico fichaje por calidad, rapidez,
juego y goles, pero se adivinan problemas porque no es del agrado del capo
Messi, entregado a la causa del bufón Neymar porque aceptó su jerarquía sin
rechistar. Ahora veríamos. El problema
del presidente culé sería poner al argentino en su sitio, que es en el campo,
pero para eso hacen falta más agallas que derroches. Y lo tendría fácil,
aprovechando que le quedan cuatro siestas por estatutos, ya que no puede
enarbolar más entorchados que los últimos años buenos del argentino para ganar
Ligas, que no Champions. Ahí debería estar su fuerza, emulando cuando llegara
el momento, eso sí, al mejor presidente merengue de la historia, Bernabéu, quien retiró a Di Stéfano cuando ya no era el mismo
en Europa, ofreciéndole el club como su casa.
Si entre Pérez y Bernabéu elige al primero — al
de aquella su primera etapa que acabó en Mallorca— transluce que no da para
más. Una pena, porque en lugar de celebrar a lo grande sus ocho ligas de once,
como debiera, huye hacia la zanahoria de la próxima Champions, que tiene cada
vez más lejos porque Messi solo hay uno y cada día juega más andando.
ÚLTIMA HORA
BLANCA
Me apuntan
que Zidane, encabritado por lo de Pogbá, medita desertar. Y que Pérez, taimado
previsor, tiene un acuerdo en la sombra con quien todos adivinan. Mientras,
baraja lo de Neymar como golpe espectacular por mucha bomba que fuera en el
vestuario, aunque intentará lo de Van de
Beek y, o, Eriksen, para
contentar “al Moro” mientras dure.
Demasiado
peligro en lontananza.
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